El descontento crece entre los agricultores europeos con manifestaciones en toda Europa. En las últimas semanas, se han producido protestas de agricultores en Alemania, Países Bajos, Rumanía, Polonia, Francia, Bélgica, Grecia y se anuncian ya en España.  Como siempre, los motivos son múltiples, pero se podrían resumir en una sola palabra: malestar.

Malestar en los (todavía llamados) “nuevos” Estados miembros, por la presión que sobre sus mercados ejercen las exportaciones de Ucrania. Esta se ve acrecentada con la perspectiva cada vez más próxima (aunque sea lejana todavía) de la adhesión de Ucrania a la Unión Europea.

Malestar con la situación de los mercados, el impacto de la inflación de costes y las dificultades con repercutir estos aumentos de costes a lo largo de la cadena alimentaria. Con la lucha contra la inflación como elemento central de las políticas de los gobiernos nacionales y del Banco Central Europeo, la presión que está ejerciendo la distribución sobre sus suministradores, el auge de las marcas blancas en detrimento de las marcas comerciales.

Malestar con las consecuencias del cambio climático sobre las producciones: sequías, lluvias torrenciales e inundaciones, heladas tardías y tempranas, circulación en el canal de Panamá… Todas ellas, al afectar al conjunto de las agriculturas mundiales, aumentan la volatilidad y los desequilibrios de los mercados.

Malestar con las tensiones internacionales y sus consecuencias sobre los mercados agrarios, como de la guerra en Ucrania, el conflicto israelí-palestino o la ralentización de la economía china.

Malestar con el auge de la reglamentación europea en el marco del Pacto Verde Europeo, concretado en las estrategias “De la Granja a la Mesa” y “Biodiversidad”.  Nadie se pone, al menos públicamente, a la necesidad de la adaptación al, y la mitigación del, cambio climático, pero sí la manera y los ritmos en los que se desarrollan. La cosa empezó tarde, cuando el diseño de la próxima PAC estaba ya hecho y las negociaciones empezadas; empezó también mal, con unos objetivos cuantificados presentados sin ningún análisis de impacto o de factibilidad, y siguió peor con la arrogancia con la cual en vicepresidente Timmermans gestionó su desarrollo.

Malestar con las incoherencias de la Comisión. Al mismo tiempo que fija objetivos (¿demasiado?) ambiciosos para la agricultura europea, sigue poniendo encima de la mesa propuestas para rebajar los límites máximos de residuos en algunos productos importados incluso de productos cuyo uso está prohibido en Europa. 

Malestar con el presupuesto comunitario. El marco plurianual significa una congelación del presupuesto europeo para la agricultura, en términos nominales. Con una inflación del 2%, esta puede ser compensada con el aumento de la productividad. Con una inflación mayor, disminuye.

Malestar con los presupuestos nacionales. El caso paradigmático está en Alemania, con los recortes presupuestarios de algunas ayudas propuestas por el gobierno, pero también se nota en otros países. En España, por ejemplo, el presupuesto previsto para los seguros agrarios es muchas veces señalado como insuficiente.

Malestar con la nueva PAC 2023-2027. La nueva Política Agraria Común pasa de ser una política basada en el cumplimiento de las normas y reglas, a una política basada en el cumplimiento de objetivos. Esto lleva a modificar significativamente muchos mecanismos de su gestión y a construir indicadores, para lo que se necesitan nuevos y más datos. Buena parte de esta nueva “complejidad” está relacionada con este cambio de paradigma.

Malestar con la imagen que se está difundiendo de la agricultura de cara al cambio climático. La agricultura es, al mismo tiempo, una de las causas y una de las víctimas de dicho cambio climático. Hay una sensación real de incomprensión creciente por parte de una sociedad cada vez más urbana de las realidades tanto del mundo agrario como del mundo rural.

Malestar ante un mundo que cambia vertiginosamente y una profesión, la de agricultor y ganadero, que también está experimentando cambios profundos. La Agricultura 4.0, la digitalización, la inteligencia artificial, los drones y los satélites marcan una revolución tecnológica en la que la agricultura familiar tiene dificultades para adaptarse.

Malestar cultural también.  Frente a todos estos cambios que estamos señalando, el agricultor familiar individualista está incapacitado, está muerto aunque no lo sepa. Las indispensables dinámicas de colaboración y cooperación chocan con resistencias culturales, y algunas malas experiencias en el pasado.

A río revuelto…

Lo vemos, el malestar de los agricultores y ganaderos tienen buenas razones objetivas y reales para estar desasosegados e irritados. Pero me parece también evidente que, con toda lógica, por otro lado, la visibilidad de este malestar está acrecentada por otras agendas que tienen menos que ver con la realidad del mundo agrario y rural. La composición del actual gobierno alemán, en el que no está presente la CDU/CSU, facilita la movilización de un sindicalismo mayoritario tradicionalmente muy bien relacionado con este partido.

La extrema derecha, y de la derecha extrema, se hacen eco de este malestar, proponiendo aquí también soluciones sencillas para hacer frente a problemas complejos, que son fáciles de explicar. La culpa la tienen los otros, en Francia en buena medida los agricultores españoles; hay que olvidarse de todas estas agendas verdes, como si las consecuencias del cambio climático se fueran a olvidar de nosotros… Se olvidan de decir que el comisario europeo de Agricultura es uno de ellos y que alguna responsabilidad tendrá en esta situación.

Los partidos que forman el Partido Popular Europeo, ante la impopularidad del Pacto Verde europeo necesitan hacer olvidar que la Presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, es una de sus máximas representantes y se desmarcan cada vez más. Las elecciones al Parlamento Europeo apuntan en el horizonte.

Del lado de las fuerzas que se autocalifican como “progresistas”, la situación no es mucho más brillante. Al margen de algunas notables y destacables excepciones en el Parlamento Europeo, como Clara Aguilera, la izquierda europea no acaba de comprender bien a un mundo agrario y rural que no le es particularmente favorable. En cuanto a los ecologistas, muchos pecan de no entender que no hay agricultura verde en números rojos y que la indispensable transición ecológica (y, en este caso, agroecológica) requiere de la adhesión activa de todos los actores de la cadena alimentaria, lo que implica una sabia combinación de presiones legales e incentivos fiscales y presupuestarios.

El jueves 25 de enero se celebró la primera reunión del "diálogo estructurado” anunciado por la presidenta Von der Leyen el 13 de septiembre pasado en el marco de su discurso sobre “El Estado de la Unión”. ¿Será el principio de una nueva etapa o un canto del cisne? En próximos artículos presentaremos su génesis, el porqué de esta tardanza de varios meses en pasar de la promesa a los actos y en seguir sus resultados.