Políticas de innovación XI: la magia de la coordinación sin consenso

- Esteve Almirall
- Barcelona. Jueves, 16 de octubre de 2025. 05:30
- Tiempo de lectura: 3 minutos
Una de las historias más fascinantes de la innovación es la invención del contenedor marítimo: un invento aparentemente modesto, pero que lo cambió absolutamente todo.
Su creador fue Malcolm McLean, propietario de una pequeña empresa de camiones en los años treinta. McLean conocía muy bien las dificultades del transporte marítimo tradicional, con estibadores cargando los bultos en los barcos con redes y grúas, lentamente y con un coste elevado. En 1956 concibió un sistema de cajas metálicas estandarizadas que pudieran cargarse directamente del camión al barco, sin pasos intermedios, y apilarse unas sobre otras con facilidad.
Así nació el primer barco portacontenedores, el SS Ideal X, que zarpó de Nueva Jersey hacia Houston el 26 de abril de 1956 con 58 contenedores a bordo.
Podría parecer que, a partir de ahí, todo fue un camino de rosas. Pero nada más lejos de la realidad. De hecho, fue la Guerra de Vietnam la que generalizó el uso de los contenedores: la necesidad de transportar enormes volúmenes de material desde Estados Unidos hasta el frente, de forma rápida y eficiente, consolidó el invento y lo convirtió en el símbolo del comercio internacional.
El poder de la estandarización
Pero, ¿por qué son tan importantes los contenedores? Si lo pensamos bien, no resuelven el problema de mover mercancías de un punto a otro, sino de trasladarlas entre diferentes modos de transporte —camión, tren, barco... En otras palabras, resuelven un problema de coordinación.
Su propuesta fue tan simple como genial: estandarizar. Ahora bien, ponerse de acuerdo en un estándar nunca es fácil, especialmente cuando implica varios países, empresas y administraciones. En el caso del contenedor, hizo falta incluso una guerra para que la idea prosperara.
Una de las historias más fascinantes de la innovación es el contenedor marítimo: un invento aparentemente modesto, pero que lo cambió todo
Cuando finalmente lo logró, redefinió todo el sistema. Gracias al contenedor, Singapur se convirtió en el gran hub logístico que conocemos hoy, y Maersk, la naviera danesa, en una potencia mundial. El comercio internacional multiplicó su velocidad: las aduanas ya no revisaban paquete por paquete, sino contenedores enteros; las mercancías dejaron de pasar semanas en los puertos, y los costes cayeron drásticamente.
Ese es el poder de pensar en el sistema, y no solo en la tarea.
Cuando innovar es repensar el sistema
Muchas de las innovaciones que han cambiado el mundo lo han hecho porque han transformado el sistema, no porque hayan mejorado una tarea concreta.
Las empresas de Elon Musk ofrecen buenos ejemplos de ello. Los Tesla se fabrican en Gigafactories, no en plantas convencionales: pocas piezas, procesos mínimos y montaje con adhesivos industriales que permiten una precisión, un coste y una velocidad sin precedentes. Los cohetes de SpaceX no son simplemente más baratos: son reutilizables, lo que cambia completamente la economía del sector aeroespacial.
También las plataformas como Shein o muchas otras del comercio digital siguen este patrón: no se trata solo de mejorar tareas individuales, sino de repensar la coordinación de todo el sistema, logrando multiplicadores de eficiencia impensables si solo se hubieran optimizado procesos aislados.
Coordinar sin consenso
Pensar en el sistema es esencial —también en la administración, en los ecosistemas de innovación o en cualquier actividad compleja—. Pero la coordinación es fácil cuando todo depende de una misma empresa o plataforma que puede imponer un modelo común. Es mucho más difícil cuando se necesita consenso entre actores independientes, como en el caso del contenedor.
Y aquí surge la pregunta clave: ¿podemos lograr coordinación sin consenso?
Es decir, ¿podríamos repensar sistemas sin tener que poner de acuerdo a todas las partes implicadas? ¿Coordinar sin estandarizar?
La promesa de la IA generativa
Esta es, precisamente, una de las grandes promesas de la inteligencia artificial generativa: la posibilidad de coordinar actores sin necesidad de un acuerdo previo.
Pensemos en un agente de IA que deba organizar un viaje. Puede consultar hoteles en Booking, sincronizarse con tu calendario de Google, buscar vuelos en Kayak y comprarlos directamente en las webs de las aerolíneas, encontrando el mejor precio posible... Todo esto adaptándose a los requisitos de cada aplicación, sin que estas tengan que ponerse de acuerdo entre sí.
Con la IA generativa, quizá ni siquiera sea necesario construir la plataforma: podremos coordinar sin consenso, utilizando lo que ya existe, tal como existe
Es la magia de la coordinación sin consenso, y puede transformar por completo la manera en que operan los sistemas.
En un futuro próximo, podríamos realizar gestiones entre administraciones sin una interfaz común, o incluso entre empresas sin integraciones costosas. Esta nueva forma de interoperabilidad podría salvar la brecha burocrática y dar paso a una nueva eficiencia sistémica.
Del producto a la coordinación
Esa capacidad tiene implicaciones enormes.
Tradicionalmente, el valor se capturaba produciendo bienes o servicios. Las plataformas digitales —Amazon, Shein, Uber— nos han enseñado que también se puede capturar valor coordinando el trabajo de otros.
Ahora, con la IA generativa, quizá ni siquiera sea necesario construir la plataforma: podremos coordinar sin consenso, utilizando lo que ya existe, tal como existe.
Quizá, para muchas cosas, ya no haga falta inventar otro contenedor.