En determinados momentos históricos, algunos países se han convertido en espejos en los que el resto del mundo ha querido mirarse. Durante décadas, entender a Estados Unidos, Japón, Alemania o Corea fue clave para anticipar el rumbo de la economía global. Hoy, ese lugar lo ocupa China: un país que despierta a partes iguales fascinación y recelo, envuelto en un halo de misterio y, a menudo, de desconfianza. Comprender la China contemporánea no es solo un ejercicio académico, sino una necesidad para cualquiera que quiera anticipar hacia dónde se dirige el futuro.

Ideas preconcebidas y realidad

Antes de hablar de políticas de innovación, conviene despejar algunas ideas equivocadas, tres en concreto que son básicas para entender el país.

  1. La primera es que China está completamente centralizada y es puramente autoritaria. Políticamente, el Partido Comunista ejerce un control absoluto, pero en la gestión económica es sorprendentemente descentralizada. Desde las reformas de Deng Xiaoping, gobernadores y alcaldes administran amplias competencias en un modelo que algunos denominan “la economía de los alcaldes”. Los consensos no se logran de un día para otro: las reformas de Deng tardaron casi una década en consolidarse, y la competencia entre regiones se ha convertido en uno de los motores del sistema.
  2. La segunda idea errónea es que China no es capitalista. En realidad, es una de las economías más competitivas del mundo, con empresas que operan en entornos muy agresivos. La diferencia está en el papel del Estado: el control político y estratégico lo ejerce siempre el Partido Comunista, no las grandes corporaciones.
  3. La tercera es que las empresas simplemente obedecen las órdenes de los políticos. Aunque el gobierno fija prioridades y límites, las compañías gozan de un amplio margen para innovar, y con frecuencia la regulación llega después de la tecnología, no antes —aunque en sectores sensibles, como las plataformas digitales o la educación, ha habido intervenciones preventivas. Este aspecto también tiene un componente cultural difícil de entender desde fuera: el respeto no implica sumisión ciega, y conlleva una responsabilidad recíproca por parte de quien dirige —ya sea un gobernante, un maestro o un empresario— para actuar correctamente.

Gobernanza, incentivos y competitividad

El sistema chino de innovación se apoya en una gobernanza singular y en un esquema de incentivos que alinea objetivos locales y nacionales. Los dirigentes municipales y provinciales actúan más como gestores que como políticos al estilo occidental, con trayectorias largas y formación en las mejores universidades chinas y, en muchos casos, extranjeras. Su promoción depende del cumplimiento de indicadores clave (KPIs) que han evolucionado con el tiempo: de centrarse casi exclusivamente en el crecimiento del PIB en los años noventa y dos mil, a incluir metas más complejas como innovación, sostenibilidad, estabilidad financiera o desarrollo social. Esta estructura genera una alineación vertical de objetivos que explica buena parte de la eficacia del sistema.

A ello se suma una competitividad intensa, arraigada en la tradición confuciana y en un sistema educativo que valora el esfuerzo, la disciplina y la transparencia de los resultados. Las notas y los rankings son públicos; todos saben quién ocupa el primer puesto y quién el último. Esta mentalidad impregna la cultura empresarial: el famoso “996” —trabajar de nueve de la mañana a nueve de la noche, seis días a la semana— ha sido durante años la norma en muchos sectores tecnológicos. Aunque el Tribunal Supremo lo declaró ilegal en 2021, sigue presente en entornos de alta presión como las start-ups.

Fortalezas, limitaciones y casos recientes

Este sistema ofrece ventajas evidentes, pero también arrastra limitaciones estructurales. La estrecha vinculación entre objetivos políticos y empresariales puede llevar a que algunas decisiones respondan más a prioridades estratégicas nacionales que a criterios de mercado.

El caso de DeepSeek es un buen ejemplo. En enero de 2025 presentó su modelo R1, y en mayo lanzó la versión mejorada R1-0528. El esperado R2, sin embargo, se ha retrasado debido a problemas técnicos para entrenarlo con chips Huawei Ascend, en línea con la estrategia de autosuficiencia tecnológica. La otra cara de la moneda es que su adopción ha sido rapidísima en hospitales, universidades, empresas y administraciones, un reflejo de la capacidad china para implementar nuevas tecnologías a gran escala. Esta agilidad contrasta con la menor capacidad de generar innovaciones realmente disruptivas “de cero a uno”, limitada por un capital riesgo menos desarrollado, una protección de la propiedad intelectual más débil y una cultura que valora más la escalabilidad y la mejora continua que la invención radical.

El sistema chino de innovación se apoya en una gobernanza singular y en un esquema de incentivos que alinea objetivos locales y nacionales

El emprendimiento, además, suele surgir dentro de las propias corporaciones, a través de programas internos muy agresivos que absorben ideas prometedoras y las desarrollan internamente, incluso compitiendo con proyectos externos. Pese a que el entorno no es tan favorable para las start-ups independientes, han surgido compañías punteras como Manus (unos 120 empleados), DeepSeek (unos 200) o Moonshot (unos 200), impulsadas por el talento formado en universidades chinas que hoy están a la altura de las mejores del mundo, aunque con un estilo propio. El potencial existe, y si se recuperara un volumen de inversión de capital riesgo similar al de antes de 2024, probablemente veríamos muchos más casos como el de DeepSeek.

Los KPIs también han incorporado indicadores informales, como el número de unicornios en sectores estratégicos. Esto ha generado una proliferación de más de un centenar de fabricantes de vehículos eléctricos y numerosas empresas de robotaxis. Cada región aspira a tener su “campeón local”, un impulso que puede acelerar la adopción de una tecnología, pero que, inevitablemente, desembocará en una concentración del mercado —algunos anticipan que en pocos años quedarán quince fabricantes de eléctricos o menos—. Un nivel tan alto de hipercompetitividad puede resultar contraproducente y llevar a un derroche de recursos, aunque esto, en realidad, también ocurre en el ecosistema de start-ups occidental.

El gran reto de China ahora es gestionar periodos de menor crecimiento sin perder dinamismo y encontrar el equilibrio entre control e innovación

En resumen, el punto más débil del modelo chino es el emprendimiento en sectores altamente disruptivos; el más fuerte, donde sobresale, es en la adopción masiva y rápida de nuevas tecnologías en toda la sociedad. Y donde está ganando solidez es en escalar empresas hasta convertirlas en competidores globales.

China es, en definitiva, un sistema capitalista dentro de un país comunista, descentralizado en la ejecución pero muy eficaz en resultados. Su gran reto ahora es gestionar periodos de menor crecimiento sin perder dinamismo, y encontrar el equilibrio entre control e innovación.

Pero detrás de la visión económica está la gente: una población que no para, que desde primera hora practica tai chi, asiste a cursos o emprende nuevos proyectos. Una sociedad que, a diferencia de otras donde predomina el desencanto, muestra un orgullo profundo por lo que ha logrado y por lo que es. Ese orgullo colectivo, más allá de las políticas y las estructuras, es una de las fuerzas más poderosas que explican la energía y la resiliencia de la China contemporánea.