En la práctica totalidad de encuentros que mantengo con directivos, en cuanto tratamos el asunto del talento y de las nuevas generaciones que se incorporan al mundo laboral, es una constante la incomprensión que Generación X y Baby Boomers tenemos de los recién licenciados.

No comprendemos su desidia, su falta de compromiso, el hecho de que, estando en los albores de sus carreras profesionales, en las entrevistas de trabajo te muestren desinterés hacia la oferta laboral, si las condiciones de horario, vacaciones y otros detalles que afectan a sus vidas personales no son de su agrado. Cuando los que ahora rondamos los cuarenta y cincuenta años accedíamos a nuestros primeros empleos cualificados, recién licenciados, ni se nos pasaba por la cabeza realizar tales planteamientos. Lo importante era conseguir el puesto, entrar a trabajar en aquella empresa, acumular experiencia y, poco a poco, ir progresando.

Ahora no es así. Las nuevas generaciones ven el trabajo de un modo distinto. El trabajo es un medio y no un fin. Además, su relación con la propiedad privada y tenencia de activos, vehículos o elementos de inversión es cuasi nula. Han nacido con el sharing y al alquiler, y muchos no aspiran, al menos de momento, a tener propiedades. Es la generación del pay per use y, por lo tanto, su prioridad no es acumular ni endeudarse ni poseer. Su prioridad es vivir, moverse por el mundo, no vincularse a ninguna organización más allá de un tiempo determinado.

Seguramente, habrá jóvenes que no piensen así, pero, en términos generales, esto es lo que habitualmente recibo y escucho de directores de recursos humanos o responsables de talento en las grandes organizaciones. Se abre aquí una disyuntiva, una decisión a tomar. O bien se descarta a los candidatos que aquí he descrito o bien la empresa acepta que el mundo es distinto y que no nos queda otra que aceptar esta actitud y planteamiento o, de lo contrario, te quedas con muy pocos candidatos.

En una mesa redonda que tuve oportunidad de moderar la semana pasada, sobre innovación y talento, uno de los contertulios, empresario relativamente joven, afirmaba que él mismo no comprendía esta aproximación al trabajo. “Los chavales de hoy son todos unos psicópatas”, lanzó en medio del debate. “Psicópatas sanos, desde luego”, matizó. Quería decir con ello que tenían una empatía casi nula con la empresa, con el jefe, con los problemas del negocio. Explicaba: “cuando yo entré a trabajar, si al jefe se le caía un bolígrafo, yo me agachaba a recogerlo. Ahora, los chavales jóvenes, lo sortean para no pisarlo”. Compromiso, actitud y entrega son valores que echamos de menos.

Añado más elementos para matizar mis conclusiones. Hace unos días, escuché a mi colega, el conferenciante Víctor Kuppers explicar cómo en su día le deslumbró un libro de José Antonio Marina, también buen amigo, donde explicaba que habíamos elevado al término “motivación” a un altar que no le correspondía. Una cosa es la motivación y otra cosa es la fuerza de voluntad. Hemos confundido una cosa con la otra, y no tienen nada que ver. La motivación es el impulso inicial que nos guía hacia alguna meta, a dirigir nuestros esfuerzos y acciones en una dirección determinada, a ponernos en marcha. Sin embargo, la motivación tiene una función concreta y una duración limitada. No podemos pedirle a la motivación que se mantenga viva a lo largo de semanas, meses o años. “Tal persona ya no trabaja bien y su rendimiento y actitud están por el suelo porque no está motivada”. Y nos empeñamos en que la motivación sea el combustible que alimenta el performance de nuestros equipos. Es un error.

Lo que se necesita es fuerza de voluntad, empeño. La motivación no se pierde únicamente porque la empresa no ofrece incentivos a la consecución de un objetivo. Se pierde también porque las personas no son capaces de esforzarse lo suficiente o esperan que la empresa les reconozca antes que han alcanzado su objetivo y, por tanto, deben ser premiadas, recompensadas o promocionadas.

El problema de los jóvenes profesionales no es de actitud o talento o compromiso. Yo pienso que el principal problema es de fuerza de voluntad. Fíjense que aquellos jóvenes que se esfuerzan suelen ser aquellos que menos condiciones ponen, los que, de algún modo, parecen comulgar con nuestros valores de antaño.

En el sistema educativo actual se han mejorado muchas cosas. Pero se ha perdido exigencia y, por ende, la fuerza de voluntad se ha visto afectada. Si contratamos personas con fuerza de voluntad, encontraremos, con toda probabilidad, compromiso y entrega.