Después de casi treinta años trabajando en los mercados financieros he desarrollado un profundo escepticismo respecto a la técnica del market timing para invertir en ellos. Esta consiste en intentar adivinar el momento correcto en la entrada en los mercados para luego intentar predecir el momento de la salida y, así, conseguir un beneficio; y hablo de entrada y de salida porque algunos mercados permiten invertir el orden normal de las operaciones (compra y luego venta) para efectuar primero una venta a un precio y luego, al vaticinar una bajada de los mercados, finalizar la operación con una compra a un precio inferior.

Creo que la misma semántica de la palabra inversión es contraria o muy lejana al concepto de “jugársela” intentando adivinar un momento concreto para ejecutar la operación. El market timing se manifiesta también cuando un inversor decide salir (normalmente perdiendo dinero, porque estos movimientos coinciden en la mayoría de los casos con mercados a la baja) para esperar un momento mejor en el que volver a entrar en el mercado.

Múltiples estudios confirman que mantener posiciones durante un periodo de tiempo acorde con la tipología de activo que se utiliza para invertir ofrece rentabilidades más interesantes que tratar de entrar y salir del mercado con el market timing.

Porque ¿qué pasaría si estuviésemos desinvertidos los mejores días de un mercado a lo largo de un periodo de 20 años? Pues que nuestros resultados se verían gravemente perjudicados. En un ejercicio hipotético realizado utilizando el índice MSCI ACWI (All Country World Index) de las dos últimas décadas, la rentabilidad media anual se reduciría un 39% si perdiésemos los 10 mejores días, un 65% con los 20 mejores días y un 84% en el caso de que fuesen los 30 mejores días. Y si dejásemos escapar los 40 mejores días, entonces la rentabilidad habría desaparecido por completo y habríamos entrado en pérdidas.

En teoría es cierto que, si alguien tuviese la capacidad de entrar siempre en los mínimos y salir en los máximos, ganaría muchísimo dinero, pero la realidad es que disponer de una “bola de cristal” para prever los eventos que generan volatilidad en los mercados es simplemente imposible. Y de hecho, como hemos podido ver, ya tan solo el hecho de intentarlo acostumbra a ser una decisión muy costosa.

La realidad es que los eventos muy negativos con importantes bajadas de los mercados y los acontecimientos muy positivos con fuertes apreciaciones se producen a menudo en un intervalo temporal muy corto y hacen posible aprovechar muchos de ellos, al mermar la rentabilidad que se conseguiría si se mantuviera estable la inversión en ese horizonte temporal.

Hay una frase del Nobel de Economía Paul Samuelson que, aunque pueda sonar a exageración, creo que transmite muy bien cuál es la actitud adecuada para un inversor: “Invertir debería ser aburrido, no emocionante. Debería ser más bien como ver secarse la pintura o crecer la hierba. Si quieres emociones fuertes, coge 800 dólares y vete a Las Vegas”.

A lo largo de mi experiencia como gestor he comprobado que cultivar la paciencia cuando hablamos de ahorro permite conseguir resultados interesantes en términos de rentabilidad de nuestras inversiones. Utilizar un algoritmo tan sencillo como: lo que gano menos lo que ahorro igual a lo que me puedo gastar me permite a lo largo de la vida alimentar estrategias que, junto con la paciencia de mantener posiciones, consiguen ayudarnos a vencer la emotividad y a aprovechar las oportunidades que periódicamente se presentan en los mercados.

Claro está que previamente es necesaria una planificación acorde a nuestras exigencias, objetivos y metas, además de un análisis de nuestro perfil de riesgo. En pocas palabras, qué queremos conseguir con nuestro dinero y determinar qué nivel de volatilidad podemos asumir. Para todo ello, la ayuda de un asesor financiero nos puede ser de enorme utilidad.

Otra forma de aplicar el market timing sería apostar invirtiendo en un determinado momento exclusivamente en una sola zona geográfica. En la planificación financiera resulta indispensable un criterio de diversificación entre distintas zonas geográficas. La experiencia nos dice que es muy sensato construir estructuras financieras que tengan como punto de partida la filosofía de anclar la rentabilidad de nuestras inversiones al porcentaje de la aportación del producto interno bruto mundial de cada país y, en consecuencia, del crecimiento mundial. Una zona geográfica puede tener momentos puntuales de flexión, pero el mundo en su conjunto tiene a medio/largo plazo una tendencia siempre positiva. Está claro que es un concepto que implica, una vez más, dosis de paciencia, planificación y conocimientos de cómo se desplazan los equilibrios geopolíticos a lo largo del tiempo.

No hay atajos ni varitas mágicas o bolas de cristal. No hay modelos de previsión que puedan incorporar todas las variables y, si existen, no son conocidos o no están a la venta. El inconveniente en los mercados financieros es, como decía Peter Lynch, que “nadie tiene paciencia para enriquecerse lentamente” y los instintos nos juegan malas pasadas si no tenemos la disciplina de ignorarlos.