Durante años, los gobiernos autoritarios disfrazaron sus intereses detrás de noticias, campañas en redes sociales y discursos que no parecen peligrosos, pero que en realidad forman parte de un plan sistemático de manipulación. Países como China, Rusia, Irán y organizaciones como los talibanes o el ISIS impulsan campañas de propaganda sofisticadas que ya no necesitan tanques ni soldados para influir sobre otros países. Solo necesitan un teléfono y una red social.

Estas campañas emplean métodos antiguos, estudiados desde hace más de ochenta años, y que todavía hoy son eficaces. La primera técnica se llama etiquetado peyorativo: consiste en ponerle un nombre despectivo al adversario. Por ejemplo, llamar “imperialista” a un país democrático o “traidor” a cualquier ciudadano crítico. Es una forma de cerrar la discusión y descalificar sin argumentos.

La segunda se llama frases brillantes sin contenido: son expresiones que suenan bien, como “unidad”, “paz”, “prosperidad”, pero no explican nada. Solo generan una emoción positiva y evitan el pensamiento crítico. Por ejemplo, un gobierno puede decir “construimos un futuro de armonía” mientras encarcela a opositores.

La tercera es la transferencia de prestigio: consiste en asociar una causa con algo que tiene buena imagen, como una bandera, una figura histórica o una institución respetada. Por ejemplo, un régimen usa imágenes de una revolución pasada para justificar actos actuales de represión.

Durante años, los gobiernos autoritarios disfrazaron sus intereses detrás de noticias, campañas y discursos que no parecen peligrosos

La cuarta es el respaldo de figuras públicas: se utiliza a personas conocidas, como actores, deportistas o artistas, que apoyan el mensaje del régimen, aunque no sepan del tema. Su presencia genera confianza, aunque el contenido sea falso o manipulador.

La quinta técnica se llama gente común: el mensaje intenta parecer algo que diría cualquier ciudadano corriente. Se muestran campesinos, trabajadores, madres de familia, todos repitiendo el discurso oficial, para que el mensaje suene cercano, verdadero, simple. Es una manera de bajar la guardia del receptor.

La sexta técnica es la selección parcial de datos: solo se muestran los aspectos que favorecen al mensaje que se quiere transmitir y se oculta o distorsiona lo que no conviene. Por ejemplo, se publican cifras de crecimiento económico pero no se menciona la inflación o la represión.

La última es la presión de la mayoría: se hace creer que “todo el mundo” piensa de una manera, que “todos apoyan” cierta medida. Así se genera una sensación de aislamiento en quien duda o piensa distinto. Muchos terminan cediendo por miedo a quedar fuera del grupo.

La propaganda más peligrosa no es la que grita, sino la que susurra, la que se disfraza de sentido común y nos va moldeando poco a poco

Estas técnicas no se usan solas. Se combinan, se adaptan, se actualizan. Hoy, además, se valen de plataformas digitales, redes sociales, portales de noticias falsos y miles de cuentas automáticas para repetir y amplificar los mensajes. La mayoría de las personas no nota que está recibiendo un discurso manipulado. Lee una noticia, escucha una entrevista, ve un video emotivo… y no sospecha nada.

Aquí es donde entra una nueva herramienta que puede cambiar las cosas: los modelos de lenguaje automatizados. Son sistemas entrenados para entender textos, captar significados ocultos, reconocer patrones de manipulación y clasificar mensajes según las técnicas que emplean. Por ejemplo, si un artículo habla de “el glorioso renacer de nuestra nación gracias a la mano firme del líder”, puede detectar frases brillantes sin contenido, respaldo de figuras públicas y presión de la mayoría, todo a la vez.

Estos modelos pueden leer miles de artículos en pocos segundos, comparar versiones en distintos idiomas, identificar cuentas falsas que se comportan de manera sincronizada, e incluso advertir cuándo una noticia aparentemente neutral está siendo usada para crear una narrativa a largo plazo. Algunos están entrenados para reconocer estas técnicas con bastante precisión, incluso en idiomas complejos como el mandarín, y pueden ayudar a crear mapas de desinformación global.

Si se desarrollan y se integran en plataformas abiertas, sirven para alertar a periodistas, investigadores y ciudadanos sobre cuándo y cómo están siendo manipulados. Incluso podrían ofrecer versiones alternativas de las noticias, mostrando lo que fue omitido o resaltado artificialmente.

La clave está en entender que no se trata de censurar ideas, sino de mostrar con claridad cuándo una información está siendo usada como arma. Porque la propaganda más peligrosa no es la que grita, sino la que susurra, la que se disfraza de sentido común y nos va moldeando poco a poco sin que lo notemos. Y hoy tenemos, por primera vez, la posibilidad de desenmascararla con la ayuda de la tecnología.

Las cosas como son.