El análisis económico tiene, como la cebolla, varias capas. Las superficiales son las que se ven más, pero, de hecho, son las más prescindibles. Suelen coger el color del entorno en que se han engendrado, pueden engañar y, en todo caso, tienen poca sustancia. No aguantan un hervor. La perspectiva de la cebolla del 2023 era mala, todos nos apuntamos, más o menos; y no lo ha sido. Es casi cómico ver como, hoy, reputados economistas se refieren a aquellas predicciones en clave impersonal; como si ellos no hubieran vaticinado una crisis —el coste de hacer bajar la inflación—, como si fueran otros los que se equivocaron. Ciencia humilde, lúgubre, social... Coged el calificativo que convenga.

Mi tendencia a la hora de responder a los medios la pregunta de que pasará con la economía los próximos tiempos es la de spi. Sí. "Solo puedo intuir". Como eso es poco fino, uno se esfuerza por dar una respuesta elaborada, y no poner en evidencia el carácter perentorio de nuestra ciencia sobre la base de un conjunto de escenarios, desde las hipótesis de "si pasa eso, es probable que pase aquello otro"; incluso asignando, a veces, temerariamente, pesos de viabilidad en estos escenarios de riesgo. Cabe decir que, sea cual sea el esfuerzo de razonamiento, en los medios más populares esta aproximación a la(s) respuesta(s) no funciona mucho. Los interlocutores acostumbran a coger las conclusiones más atrevidas, simplificándolas, o las que más convienen a la narrativa del editor que contrasta, a menudo, tres economistas para tener cuatro opiniones. Alegan en contra de lo que se razona, que prefieren a un economista de una sola mano, para acabar haciendo befa sobre la inutilidad del acierto de los analistas económicos, solo ex post mirando siempre por el retrovisor.

Una economía pequeña y bastante abierta como la nuestra evolucionará en el 2024 tal como lo haga la economía europea, y esta según responda China a su deuda inmobiliaria, y según cómo se comporten los electores americanos a la hora de elegir a un nuevo presidente. Ya todo, hoy, como puede adivinar el lector, es relativo a nuestras economías globalizadas. Ciertamente, tenemos problemas idiosincráticos en la productividad, el modelo económico, en la inflación de costes unitarios... pero en el fondo si la economía mundial mejora, nosotros también, por la dependencia exterior (turismo, mercancías, etc.). Todo, como decimos, es relativo; incluso cuanto peor vayan en seguridad nuestros competidores turísticos, mejor será para nuestro turismo mediterráneo.

El resto del cuadro macroeconómico nos viene bastante dado: tasas de interés en el dinero bullicioso, más normalizado entre el corto y el largo; el tipo de cambio del dólar; la balanza de capital de China y de los emergentes... Sin embargo, más allá de situaciones sofisticables, permanecerá el "ve a saber qué viento soplará" sobre la mariposa de la suerte o de la catástrofe; quizás según con qué pie se quite Putin o las agruras con que sean capaces de digerir los Netanyahus de turno. Todo se desestabiliza, hoy, muy fácilmente, en un mundo global e interdependiente como el nuestro; ya sea con las cosechas que da el clima, las crisis del transporte o los dramas humanos que vivimos.

¡De manera que, si voy sacando capas a la cebolla del 2024, llego a Trump! La economía mundial, la democracia parlamentaria, los conflictos previsibles... dependen hoy de este "corazón de las tinieblas", que diría Joseph Conrad, que se llama Donald Trump. Un núcleo de cebolla que, déjeme que diga, hace mal olor. Dicho esto, todo se acabará ajustando a las realidades del populismo que mande a los EE. UU. Se deteriorarán más o menos los cimientos del capitalismo democrático (Martin Wolf dixit), pero la economía se ajustará a corto plazo y la vida del planeta seguirá, a pesar del tictac amenazador del cambio climático en que nos hemos instalado. Por eso no habrá Trump que valga.

Catalunya, sea cual sea finalmente la coyuntura del momento, tiene que mirar hacia arriba; a Europa, y no a Madrid. Tiene que cultivar los jardines pequeños que tenemos fértiles (los clústeres competitivos) y curar, evitar que se pudran por falta de priorización. Y aprovechar cada momento político favoreciendo los pros y apaciguando los contras. No hay otra.