Los que siguen con cierta continuidad esta columna, o se han entretenido en mirar los artículos que tengo escrito desde hace ya bastantes años, saben del firme compromiso europeísta de este autor.

Sin embargo, los últimos acontecimientos me han hecho recordar el título de un libro de Dany el rojo, de Daniel Cohn-Bendit, “la revolución, nosotros que te hemos querido tanto”, para parafrasearlo sustituyendo el sujeto por “Europa”.

Esta columna no es el lugar para escribir sobre el horror y la desesperación que me invade por el genocidio, utilizando la palabra que han ratificado las Naciones Unidas, que estamos viviendo en directo. Con algo más de razón podría referirme a la rendición de Europa ante las exigencias arancelarias del actual gobierno de los Estados Unidos, rendición que (me temo muy rápidamente) veremos que no ha sido más que un punto y seguido, no un punto final.

Pero me quiero referir a la dilución de las ambiciones medioambientales de Europa. Ya he escrito muchas veces sobre la impaciencia y la imprudencia del comisario Timmermans al capitanear durante la primera Comisión von der Leyen la agenda climática.  Lo he comparado con otro comisario neerlandés, Sicco Mansholt, que en la década de los 60 también tenía razón con el diagnóstico, pero provocó más reticencias y retrasos que avances en la agenda reformista. Timmermans hizo gala de un despotismo ilustrado que ha violentado a muchos y empoderado los argumentos de los negacionistas y los conservadores.

Pero no nos engañemos. Lo que estamos viviendo hoy en día, este parón de la agenda climática, no es culpa de los errores y las prisas de los reformistas. Es una reacción mucho más de fondo, que tan bien ha retratado Adam McKay en su película No mires hacia arriba.

Los hechos

Que los equilibrios políticos han cambiado en Europa es una realidad indiscutible. Lo demuestra el resultado de las últimas elecciones europeas y el auge (y la osadía) de la extrema derecha y de la derecha cada vez más extrema. Por cierto, este fenómeno no es solo europeo.

La Unión Europea no llegó a tiempo para presentar su nuevo plan climático ante Naciones Unidas en el mes de septiembre. La Comisión Europea presentó en junio una propuesta de fijar para 2040 una meta de reducción de las emisiones del 90% respecto a los niveles de 1990. Había introducido “flexibilidades” para ganarse a los Estados miembros más reacios, pero no han sido suficientes. Al menos tres de los grandes países fundadores (Francia, Alemania, Italia) y el gran país de la ampliación hacia el Este (Polonia) lo han rechazado. Fíjense que en estos países gobiernan en unos casos la derecha extrema y, en otros, el Partido Popular, a veces en coalición con los socialdemócratas o con los centristas.

En vez de un auténtico plan, se aprobó para salvar la cara una “declaración de intenciones”. Si el plan ya de por sí compromete a poco en ausencia de mecanismos coercitivos, las “declaraciones de intenciones” no implican compromiso real alguno.

En este mundo en el que nos hemos metido, los hechos y las realidades pesan menos que los sentimientos y las mentiras interesadas

Por cierto, el gobierno español (y, se supone, la exvicepresidenta Teresa Ribera en su gran soledad), es de los pocos aliados con el que cuenta la Comisión en sus tímidos y aguados intentos.

Sin embargo, uno (en su increíble ingenuidad) había llegado a pensar que esta primavera y este verano podían haber convencido a algunos de la urgencia climática. Hemos tenido el verano más cálido desde que hay registro; la pertinaz sequía ya no es únicamente una expresión franquista sino una realidad en Alemania, el centro de Europa, el Sur de Francia y el Reino Unido; los incendios son una realidad europea; la temperatura de los mares y los océanos bate récord y qué podemos decir de las Danas y otras lluvias torrenciales …

Si de hechos hablamos, vamos sobrados. Pero en este mundo en el que nos hemos metido, los hechos y las realidades pesan menos que los sentimientos y las mentiras interesadas.

Los presupuestos europeos

Frente a los retos crecientes con los que estamos confrontados los últimos mohicanos de este viejo continente, esta Comisión ha presentado una propuesta de marco financiero poco ambiciosa presupuestariamente, priorizando el gasto (o la inversión, según se mire o se opine) en defensa en detrimento de la cohesión social y territorial, de los compromisos medioambientales (por ejemplo, desaparición del programa Life) y del apoyo a sus agricultores y ganaderos.

He asistido a varias reuniones en las que mis antiguos compañeros de la Comisión, algunos de ellos grandes amigos y mejores personas aún, han intentado explicarnos los entresijos de la propuesta. Cuanto más profundizo en ella, cuanto más la entiendo, menos la comprendo o, más bien, más entiendo que mi lógica, mi anhelo, mi convicción europeísta ya no es de este mundo.

Hoy más que nunca, necesitamos Europa, necesitamos más Europa, pero necesitamos otra Europa

No se trata de tirar al niño con el agua del baño. Hoy más que nunca, necesitamos Europa, necesitamos más Europa, pero necesitamos otra Europa. No le echemos la culpa a Bruselas.

El Bruselas que tenemos es el reflejo de la Europa que tenemos, de los partidos que mayoritariamente gobiernan en la mayoría de los Estados miembros porque les han votado y del cambio en el equilibrio político en la mayoría política de Parlamento Europeo tras las últimas elecciones democráticas celebradas. Incluso, y esto es más grave, es el fruto de la inflexión en el discurso y las posiciones de la gran familia antes democratacristiana.

Pero otra Europa no solo es necesaria, sino que es posible. Son muchos los convencidos y se encuentran en una gran parte del arco político, en la calle y en la sociedad civil.