Todos recordamos aquel famoso “España va bien” del expresidente popular José María Aznar. Era la época donde todos los indicadores macroeconómicos dibujaban panorama de crecimiento y bonanza que hacía décadas que no experimentábamos los españoles.

En pocos meses hemos pasado de un miedo a una “recesión a la vuelta de la esquina”, abrumados por cómo la inflación podía afectar al consumo y por cómo los españoles nos acabábamos los ahorros, a un “España va a ser el país que más crezca de Europa”, animados por los buenos datos del empleo y el hecho de ser uno de los estados de la UE donde menos se está viendo afectada la economía por todos los desajustes de estos meses tanto en el sector energético como en la cadena de suministros global. El “maldito turismo”, que nos puso en jaque durante el covid por un problema sanitario pasa a ser un “bendito turismo” cuando el problema es industrial y nos afecta menos que a otros países el que la industria tenga un menor peso relativo en el PIB.

Alemania entró la semana pasada en recesión, técnicamente hablando. Los directivos de sectores económicos clave y con responsabilidad en empresas globales consideran que también Estados Unidos puede entrar en recesión, vista la desaceleración económica progresiva de los dos últimos trimestres. A decir verdad, en Alemania, la recesión hizo poco ruido en medios de comunicación, pues el PIB retrocede solo unas décimas. Se habla más de estancamiento que de recesión. Sea como fuere, una Alemania que no crece suele ser una Europa que tampoco crece. El segundo motivo de no haber dado tanto peso o no haber resultado alarmante la recesión germana es que la afección por la guerra en Ucrania y la crisis energética ha sido más alta en el centro de Europa y, por tanto, se observa este estancamiento más como el resultado de factores exógenos que no internos.

Pero volvamos a España. Esta semana conocimos el dato adelantado de inflación. Se confirma que la inflación como gran riesgo económico ha quedado atrás, si bien todavía la subyacente necesita reducirse un par de puntos para dejar de sufrir por la cesta de la compra y el poder adquisitivo real de los españoles. Digamos que el paciente mejora notablemente, pero no podemos todavía darle el alta.

Y también esta misma semana conocimos los datos de empleo, que, sin ser muy buenos, nos hablan de que el empleo en España se sostiene. El problema de los datos de empleo es que, debido a la reforma laboral y su limitación tan fuerte (es casi una prohibición) a los contratos temporales, estamos comparando uvas con manzanas. El servicio de estudios económicos del BBVA alertaba hace pocos días de que el número de horas totales trabajadas se ha reducido. Es decir, en realidad hay menos trabajo para más empleos. La realidad es que cuando se modifica tan sustancialmente las modalidades de contratos, ya no nos sirven los datos de indefinidos, pues hay cientos de miles de personas que tienen contrato indefinido solo para unas semanas al año. Y eso es precariedad igualmente. La única diferencia es que sé que el año que viene, por estas mismas fechas, me llamarán a mí antes que a otro. Digamos que hacemos estable la precariedad.

Finalmente, la temporada turística de este año va a ser récord. Todas las reservas hoteleras, venta de billetes de avión y tren, así como el resto de indicadores del sector del turismo, lo confirman. Además, debido al efecto inflación, el gasto que van a dejar en España va a ser el más elevado de nuestra historia económica. Bendito turismo. Nos va a salvar el año.

Así con todo, respondo a la cuestión que plantea el título del artículo: ¿España va bien? La verdad, va normal. No podemos decir que vamos fatal, pero tampoco que vamos como un tiro. Ya saben mis lectores que soy un economista de los que suele ver el vaso lleno antes que vacío. Y, sin lugar a dudas, en estos momentos, visto lo visto en Europa, no ir mal es ya una buena noticia. Además, considero que estamos en un impasse económico. Aún se tienen que acabar de arreglar cosas a nuestro alrededor que se estropearon durante el covid. Así que, como decimos en Catalunya: "Qui dia passa, any empeny", que significa que, ante unas posibles consecuencias adversas que nos acechan, día que pase sin sufrirlas, pues año que va avanzando a salvarlo sin ese dolor.