Desde inicios de año y, especialmente, desde que los mercados financieros están revueltos, nerviosos, hablando de posibles quiebras bancarias, viendo las bolsas derrapar y dar bandazos con variaciones de cotizaciones intradía de… ¡de hasta 15 puntos en grandes bancos!, el oro se ha revalorizado fuertemente.

La psicología del inversor y las convenciones sociales hacia los elementos, activos o bienes seguros son alucinantes. En una entrevista de radio me preguntaban esta semana: ¿por qué el oro es un valor refugio?

Hablar del oro es hablar del dinero. Personalmente, me ha fascinado e interesado siempre la historia del dinero. ¿Cómo “descubrimos” los humanos el dinero? El dinero no fue un descubrimiento. Ni siquiera fueron una decisión. Fueron, simplemente, una consecuencia. Es la consecuencia directa de la tendencia natural al intercambio. Bueno, el intercambio aparece como forma alternativa a la violencia, al saqueo y la violación. Ojo por ojo, diente por diente. Así que un seguro de venganza y la mejor forma de evitar que te devuelvan el daño producido fue comerciar en lugar de conquistar. Eso y el desarrollo del sistema límbico, que introdujo la compasión en nuestros sentimientos.

Evitar ser vengados y la compasión trajeron el comercio. Y el comercio, es decir, el intercambio, trajo el dinero. El dinero fue una mercancía que se convirtió en dinero. Esto es algo que no podemos nunca olvidar y una lección económica de primera magnitud. Como el dinero fue primero mercancía, se llegaron a utilizar como dinero trozos de madera, piedras, animales, conchas marinas…. Es decir, ¡cosas que todo el mundo podía necesitar! Todas estas cosas eran líquidas. Algo líquido es algo que todos pueden necesitar y que, por tanto, es una mercancía interesante de almacenar. Los bueyes fueron una forma de dinero porque cuando el ser humano se ubicó en asentamientos y aprendió a vivir de la agricultura y ganadería, tener un buey era necesario. Tener un buey era equivalente a tener liquidez. Si todo el mundo lo quiere, lo puedo intercambiar.

Entre todas las mercancías más líquidas, hubo una que se fue imponiendo entre todas ellas. El oro. Fácil de transportar, escaso, incorruptible, divisible, fungible, anhelado…

El oro, convenientemente pesado, devino moneda y las custodias de oro por parte de banqueros se garantizaban con un recibo que, con el tiempo, se convirtió en billete. Pero detrás de ese papel, detrás del papel dinero, siempre hubo oro hasta que Estados Unidos se dio cuenta de que la población crecía tan rápido que era conveniente abandonar la convertibilidad de los billetes y monedas en oro. Se abandona el patrón oro, como todo el mundo sabe.

¿Qué sucedió a partir de aquí? Pues que el oro dejó de ser dinero. Volvió a ser simplemente una mercancía. Pero es la mercancía, permítanme ser un nostálgico, con la que todo empezó. El valor refugio podría perfectamente estar en cualquier otro bien, pero el imaginario colectivo y la historia pesan demasiado. El oro fue el origen del dinero y, por tanto, cuando el dinero peligra, hay que regresar a la casilla de salida. Es como cuando nos perdemos haciendo senderismo. Volvemos hacia atrás, hasta un punto en el que conocemos el camino.

Se puede comprar oro hasta en máquinas expendedoras (en España ya no hay, pero las hubo); se puede comprar oro en algunos bancos; se pueden comprar lingotes por internet; en tu propio banco puedes pedir un certificado de depósito y que tus euros o dólares o libras no sean euros, sino que sean onzas de oro. Se pueden comprar ETF y futuros (eso ya es más especulativo). En otras palabras, el oro es una opción. Y no es la opción. No es necesariamente un refugio per se. Lo es porque todos consideramos que lo es y sube de valor cuando las divisas se tambalean. Es refugio porque todos queremos meternos dentro del mismo refugio.

Es curioso porque el oro reacciona a las crisis económicas, y no tanto a las políticas. En un país bananero o que hace mal las cosas, el oro no se ve afectado. Y es precisamente por ese valor que le damos, a pesar de que el oro no rinde, no produce intereses. Hay personas que deciden guardar joyas de oro en casa como último recurso en caso de una guerra o de una debacle. No está mal la idea. Muchos judíos salvaron durante la persecución nazi sus vidas gracias a eso. Pero no olvidemos que una joya tiene dos componentes de valor. El oro que contiene y el valor en el mercado por su marca, diseño o joyero.

Lo fascinante de todo esto es la demostración de que la economía se basa en una arquitectura increíble de convenciones humanas. Y el oro, por mucho que reluzca, es otra más.