Tras la pandemia de la covid, los problemas en las cadenas de suministros y las tensiones geopolíticas de los últimos años, la nueva tendencia en la atracción de inversión extranjera de la que todo el mundo empezó a hablar fue el nearshoring. Esto no significa otra cosa que trasladar la producción deslocalizada a países más cercanos para evitar transportes muy largos y asegurarse los suministros.

Al socaire de esta moda, la gran mayoría de agencias de atracción de inversiones nacionales comenzaron a diseñar estrategias y destinar presupuesto en ganar visibilidad para conseguir que esas empresas que iban a dejar China, se implantaran en su territorio. Estos últimos tres años he presenciado varias presentaciones de políticas de inversión tremendamente optimistas sobre el crecimiento que iban a tener las llegadas de empresas foráneas por este motivo.

El mes pasado, DHL publicaba su Informe anual de conectividad global. Las conclusiones indican que todos esos planes de nearshoring, por ahora, parecen el cuento de la lechera. La globalización está en su nivel récord y no parece que las visiones negativas sobre el impacto de las guerras y el post-covid se hayan materializado. Todo lo contrario, los números no indican que haya regionalización del comercio global.

Únicamente hay acercamiento a regiones cercanas en Norteamérica, pues EE.UU. ha deslocalizado actividades a México. Además, es destacable que la IRA (ley de reducción de la inflación), la norma que ha regado de subsidios a la industria para evitar que se escapen del país, también concede estas ayudas a inversiones en México y Canadá. Ni siquiera se ha extendido al resto de Latinoamérica.

Y en Europa, ningún cambio. Seguimos dependiendo de China. El cambio remarcable fue la ruptura de relaciones comerciales con Rusia.

China inunda de dinero a sus empresas para que conquisten el mundo y EE.UU. publica la IRA, que “paga” a sus empresas para que no salgan del país

Todo esto coincide con los planes de expansión económica de China, que quiere consolidar su poder político, a través de las relaciones comerciales. Estrategia, por otro lado, que lleva décadas impulsando. El refuerzo de esta política ha centrado sus objetivos en Asia y Latinoamérica.

La ralentización del crecimiento del PIB chino y la guerra comercial con EE.UU. se está materializando en una política de subsidios por uno y otro lado y por una guerra en la OMC, que está bloqueada sine die. Me resulta siempre muy divertido escuchar las acusaciones de ayudas empresariales y distorsión de la competencia entre ambas potencias. Mientras el gobierno chino inunda de dinero a sus empresas para que conquisten el mundo, EE.UU. publica la IRA, que “paga” a sus empresas para que no salgan del país, y gana interés para empresas extranjeras como destino de inversión. La última versión, con el vehículo eléctrico y las renovables. Antes, con los chips.

Lo más curioso de la lucha entre las dos grandes potencias es que siguen teniendo una gran dependencia comercial y económica entre ellas. Con las cadenas de producción deslocalizadas actuales, es muy difícil conocer el origen de todos los insumos necesarios para comercializar bienes o servicios. Y hay sectores enteros que, hoy en día, solo se producen en China. Por lo tanto, el desenganche en el medio plazo es muy complicado.

En Europa no hemos regionalizado inversiones ni intercambios comerciales. Quizá hubiera sido una oportunidad

Y mientras, ¿qué hacemos en Europa? Pues, una vez más, nos hemos quedado en un limbo. La Unión Europea tenía muchas restricciones respecto a las ayudas de estado que se han levantado parcialmente. La teoría defendía que la competencia justa mejoraba la competitividad de las economías. Ejemplos como los Fondos Next Generation o la posibilidad de intervenir para rescatar empresas estratégicas hubieran sido impensables hace una década. Y parte de la motivación es el contexto internacional de ayudas estatales. Además, no hemos regionalizado inversiones ni intercambios comerciales. Quizá hubiera sido una oportunidad. Pero, de nuevo, reducir la dependencia de China en algunos sectores es imposible en el corto plazo. La pregunta aquí es si estamos preparados para competir en un escenario en el que la pugna no es igualitaria e, incluso en los sectores más innovadores, hay muchos factores externos que distorsionan el éxito en el mercado.

De las cifras de comercio internacional se desprende que el nearshoring, por ahora, parece una moda que no se ha hecho realidad. Cierto es que las inversiones requieren de un plazo largo para materializarse, ya que suponen el desembolso de grandes  cantidades. Veremos si esto es un hype más o se plasma en un nuevo panorama comercial mundial. Solo el tiempo lo dirá.