De los enfoques mágicos a los enfoques matemáticos

- Pau Vila
- Barcelona. Miércoles, 23 de julio de 2025. 05:30
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La semana pasada, las declaraciones de François Bayrou, primer ministro francés, causaron un gran revuelo en los territorios vecinos. No parece que nadie tuviera conciencia de que la situación de las finanzas públicas de Francia fuera tan grave como para utilizar las palabras “evitar la quiebra” en una rueda de prensa oficial. El choque, en realidad, es tener que hacer frente a la idea de que un país de la Unión Europea puede entrar en quiebra en 2025; que puede ser necesario eliminar una serie de privilegios y comodidades de los que disfrutamos con el fin de no caer por el abismo económico. Es comprensible que este marco mental cause una gran sorpresa en el conjunto de la sociedad: hace muchos años; de hecho, décadas, que se proyectan desde las instituciones ideas que dan a entender que el grifo de las finanzas públicas tiene un caudal ilimitado. Me refiero a cuestiones como la rueda de prensa de la vicepresidenta del gobierno español, Yolanda Díaz, donde se eligió una puesta en escena consistente en una gigantesca lona con el eslogan “Trabajar menos, vivir mejor”, ante la cual la ministra explicaba, con una gran sonrisa, cómo ya era hora de dejar de esforzarse tantas horas al día. De eso hace pocos meses: no sorprende, pues, que el concepto de El Elíseo entrando en quiebra y atribuyéndolo a una productividad colectiva insuficiente cause una disonancia difícil de gestionar para todos nosotros.
En realidad, lo que ha ocurrido en Francia es que se han alcanzado los límites de los enfoques mágicos en materia de finanzas públicas, después de muchos años apostando tercamente por unas proyecciones económicas y equilibrios presupuestarios etéreos, abstractos. Se han encontrado las costuras de lo que puede aguantar un PowerPoint: una vez resulta imposible idear ninguna proyección donde encajen las piezas, ningún juego de manos contable para poder despistar a los ciudadanos y justificar que los gastos y los ingresos acabarán alineándose, cae todo el decorado: no solo hay que hacer frente a la incapacidad de pagar el monstruoso Estado, sino que inevitablemente se destapa que los escenarios de años atrás eran una fantasía, en la medida en que evidentemente la quiebra no aparece de un año para otro como si fuera una seta. Cuando la homeopatía económica da paso a las matemáticas, a restar los gastos y sumar los ingresos con cierto rigor, aflora una situación crítica y enormemente preocupante.
Francia no tiene un problema particular, específico, del que España o cualquier otro vecino europeo pueda considerarse inmune. Sencillamente, el primer ministro Bayrou ha sido quien ha tenido la valentía política de ser el primero en dar el paso adelante, pero ese diagnóstico habrá que hacerlo también en casa, y no puede tardar mucho. De hecho, en España ya estamos en fase de apartar de en medio a todos aquellos que puedan ser sospechosos de tener suficiente rigor como para denunciar ciertas evidencias: de otro modo no se explica cómo el exministro Escrivá puede acabar designado como gobernador del Banco de España, y acto seguido perder a su director de estudios, un perfil técnico de prestigio.
Francia no tiene un problema particular, específico, del que España o cualquier otro vecino europeo pueda considerarse inmune
El crecimiento exponencial de la deuda pública, a menudo derivado de un gasto en pensiones también exponencial y totalmente desligado de la realidad que nos impone la pirámide poblacional, no es el único ámbito donde predomina un enfoque etéreo en lugar de numérico. La semana pasada inauguramos el parque fotovoltaico de Beuda para autoconsumo de la empresa LC Paper, el expediente 0000001 de la Ponencia de Renovables de Catalunya, en el que he estado involucrado personalmente. Hace unas semanas compartí en esta misma columna el periplo de su tramitación.
La evidencia numérica es demoledora: desde hace décadas, en la demarcación de Girona estamos estancados con un 98% de energía importada de regiones vecinas, y un 2% de generación propia. Seguimos con cero molinos eólicos instalados, a pesar de que el Empordà es una de las zonas más ventosas del país. Un parque fotovoltaico como el de Beuda, que apenas puede suministrar poco más del 15% de la demanda eléctrica de una sola planta industrial, ostenta el triste récord de ser el más grande de la provincia. Estos datos, tan duros de digerir, empiezan a generar grietas en el relato dominante en casa nuestra, lleno de juegos de manos, por el cual los tejados son suficientes para generar toda la electricidad en régimen de autoconsumo (¿cómo hacemos para unir los tejados de unas 84 naves, disgregadas en un radio de 15 km, necesarias para alcanzar la superficie que necesita nuestra actividad industrial?). O que todo se trata de decrecer, de consumir menos (en este caso, fabricando papel higiénico, ¿por dónde viene el decrecimiento? ¿Se usarán dos hojas en lugar de tres?). Y, finalmente, la siempre presente acusación de querer especular, enriquecerse personalmente (¿con qué venta de electricidad, si los proyectos de autoconsumo sin excedentes no están conectados a la red eléctrica general sino solo al centro productivo que abastecen?).
Soy optimista: los planteamientos mágicos siempre son finitos. No hay ninguna situación en la que se pueda alargar para siempre una versión etérea de la realidad, que no encaja con lo que es medible, observable, calculable. Situaciones como las descritas –las energías renovables, el déficit público– muestran signos de agotamiento de sus respectivas explicaciones teológicas. El problema es que, a menudo, llegamos ahí con demasiada rotura acumulada, demasiado sufrimiento, demasiado desgaste innecesario.