Hoy ya está todo comprado y a punto de consumir. En la mesa incluso estarán los comentarios remotamente comparativos de precios de los mismos productos a punto de tapizar, en comparación con el año pasado. Con datos oficiales, la inflación de ahora hace un año, medida solo con el índice del precios al consumo (IPC) fue del 6,5%. Y la cifra que nos dirán próximamente y correspondiendo al final del 2022 será, sin ser expertos en augurios, muy y muy similar (6,8% en noviembre). Si se así, ¿cómo es posible que llevemos un año entero hablando y discutiendo de la insoportable subida de precios en España?

Políticos oportunistas aparte, de aquellos que el gran caricaturista político Forges retrataba como dos parlanchines de butaca de orejas ("¿Si laso estadísticas no mienten...? decía uno; y la otra enfurecido replicaba, "¡mienten"!, y el primero se resignaba: "pues entonces, nada"), los datos sobre la evolución de los precios que pagan las familias españolas por corderos y servicios nos dicen que seguimos a niveles de hace un año, a pesar de las escaladas hace medio año.

Nos lo tenemos que creer, sí, pero si no fuera porque que la composición porcentual de esta cifra sí que ha variado y de qué manera. Los que tienen ingresos modestos lo han notado mucho más que los que viven holgadamente. ¿Dónde éstá la clave? En la distribución de los gastos básicos de las familias, que se conocen a través de una gran encuesta del INE español (sueño muy buenos en el trabajo de hace décadas, como los del Idescat, aparte de quien gobierne) sobre los gastos mensuales de las familias. Recogen millones de datos y se concretan después en los epígrafes del IPC.

Pero ahora, en un supuesto año normal en cuanto a inflación (es la misma que la del 2021,en grandes números, no en los picos de máximos) somos delante también de un gran cambio en los precios de gasto diario familiar. Técnicamente, no es lo mismo la inflación estructural que la coyuntural. Para entenderlo, vamos a cómo hacer esta distinción.

Hay dos tipos de precios, los que a menudo suben y bajan, cono los de los alimentos frescos y, desde no hace tantos años, los recibos de servicios energéticos básicos (electricidad, gas, etc.); y después todos los otros que entran en el gasto mensual de los ciudadanos: desde el cortado en el bar que solo sube de vez en cuando, hasta el recibo de la revisión anual del ascensor o las matrículas escolares. Todo depende de si hay competencia o no, por una parte, o de si todo un sector de provisión de energía, por ejemplo, es esclavo de quien le proporciona la materia prima, sea gas, carbón, fuel, etcétera. I España, se claro, es totalmente dependiendo.

¿Se puede forzar que el IPC se modere? Sí. ¿Cómo? Interviniendo en los precios que controla el estado (desde tarifas hasta impuestos) o en los del mercado. ¿Cómo lo ha hecho el Gobierno? En teoría, actuante sobre el denominado IPC coyuntural más que sobre el IPC estructural. La distinción viene de si se tienen en cuenta o no los precios de corderos y servicios que tienen alta capacidad de variar durante el año: los alimentos frescos y la energía forman parte de los precios coyunturales. Los estructurales varían mucho más lentamente: difícilmente bajará el precio del aparcamiento de alquiler, a no ser que abran otro cerca.

Hasta ahora el Gobierno ha hecho bajar precios con los instrumentos que tiene al alcance de modificar, los mencionados impuestos y tarifas. Ha forzado la bajada de las tarifas energéticas poniendo límites a los precios del gas, de la luz y también de los transportes público de ferrocarril. Además, ha variado los impuestos de estos servicios básicos. Eso tiene un efecto no deseado, porque es regresivo: beneficia a todos por igual con independencia de sus ingresos.

Ahora ya se prevé dejar de presionar sobre precios de carburantes (los 20 céntimos de retorno a las gasolineras ya no serán universales, a concretar el próximo día 29) y atacar el de los alimentos, todavía más encarecidos a lo largo del año. Pero no será tan fácil. El mercado de los carburantes es de hecho un oligopolio de pocas compañías e intervenido por la vía de los impuestos especiales. Pero el precio de los alimentos es un monopsoni (del griego: mono, único; psonios, compra), se a decir, mandan las grandes distribuidoras a la hora de fijar precios a los proveedores. La fórmula para intervenir puede ser otra vez rebajando impuestos, pero ya hay mucho IVA reducido. O bien con subvenciones directas discriminatorias, ayudando solo a familias pobres, que ahora se las llama vulnerables.

Hasta aquí, el Estado empuja a bajar la inflación con los precios que controla. ¿Y cuándo empezará a estirar? Lo supimos pronto.

Previsión: el próximo IPC verá también un cierre del año inédito: la inflación subyacente (la variable) puede superar la general (el establo). Razones: la intervención del precios energéticos y la consolidación de los aumentos de precios de los otros sectores, que no acostumbran a bajar.

Devolver la mirada al sector primario

Fue durante la pandemia que nos dimos cuenta de la importancia del sector primario de nuestra economía. Nunca faltaron productos frescos y elaborados básicos a las repisas de tiendas y supermercados. Recordamos, entonces, que muchos venían de cerca, a diferencia del colapso que sufrió la industria y sus componentes que venían de Asia, unos circuitos de suministro que todavía están en duda de garantía.

Si se quiere profundizar en la importancia que el sector primario todavía tiene en Catalunya, está bastante de leer y releer los textos del economista y experto en temas agrarios Francesc Reguant. Hace unos días nos obsequió con un buen pescozón de datos para sonrojarse a los urbanitas.

Tópico primero: en Catalunya la agricultura está en retroceso, la media de edad de los campesinos se acerca a los 80 años. Respuesta del sabio Reguant: mirad bien los datos sobre la gente ocupada al sector agrario.

Se hace o bien a partir de la encuesta de población activa (EPA) por sectores, sin embargo ¡atención! también a los datos de la Seguridad Social y sus tres regímenes de cotización del mundo agrario. La conclusión es estratosférica: la edad media de los que trabajan la tierra, dicho en sentido genérico, es de 42 años (hombres, 45 años; mujeres, 38 años; o sea también aquí tenemos más trabajos pagados en negro para mujeres).

¿Cómo es posible una diferencia estadística de 35 años? Bien sencillo: como que todos el cálculos se hacen a partir de quien cobra la PAC (subvención europea), se olvida el dato elemental que quien cobra es el propietario, quien a menudo no deja de sérlo hasta morir.

Tópico segundo: se aumenta el abandono de los terrenos de cultivo (se añade el tópico primero del envejecimiento anterior), para decir que el primario es un sector en retroceso a Catalunya. Solo en parte y cifras globales: los terrenos de secano han disminuido un 16% los últimos años, pero los de regadío, mucho más productivos, han aumentado un 6%. Baja la superficie cultivada, sí, pero aumenta la producción.

No hay que perder de vista el sector que nos alimenta, nos jugaremos mucho los próximos años. Uno otro dato inesperado del 2022.