Cuando un personaje como Bill Gates se pone a hacer predicciones, aunque sea con un potencial especulativo muy alto, conviene prestar atención. No hay que olvidar que ya en 1999 en su famoso libro Business at the speed of thought (Negocios a la velocidad del pensamiento) predijo la aparición de servicios y aplicaciones que hoy son de uso habitual, como las fintech, los asistentes virtuales tipo Alexa o Siri, la publicidad individualizada o los mismísimos e imprescindibles teléfonos inteligentes. El señor Gates casi nunca habla en vano. Y por eso hay que tomar con la debida consideración sus apreciaciones. En los últimos tiempos el objetivo de las mismas ha sido todo lo referente a la Inteligencia artificial, asunto por el que muestra las mismas dosis de entusiasmo por sus aplicaciones como de preocupación por la forma en que las mismas se usen. Gates está convencido de que el impacto de la IA en nuestras vidas va a ser brutal y relativamente rápido. Señala un plazo de diez años para que ese impacto se haga plenamente visible, pero muestra abiertamente su temor de que la IA escape al control humano, con las consecuencias nefastas que eso conllevaría. Más allá de cuestiones un poco anecdóticas, como qué profesiones desaparecerán o si el cibercrimen prosperará con la IA, hace unas semanas el señor Gates hizo unas predicciones sobre un asunto de mucho mayor calado al asegurar en un programa de la televisión norteamericana, The tonight show, que en el plazo de diez años el concepto actual del trabajo va a cambiar radicalmente por la intervención de plataformas de inteligencia artificial que desarrollarán buena parte del trabajo que hoy hace cualquier persona. Tanto es así, según Gates, que en un buen número de ocupaciones solo será necesario acudir al puesto de trabajo entre dos y tres días a la semana, pues esas plataformas inteligentes harán el resto.

Esto son palabras mayores. La fuerza de trabajo, la capacidad laboral o el capital humano, como queramos llamarlo, que cada persona tiene y que actualmente es uno de los de los pilares esenciales del sistema productivo va a sufrir una transformación de tal calibre y en un plazo de tiempo tan corto que dudo que seamos actualmente capaces de captar en toda su amplitud. Según la visión de Gates que, insisto, no es ningún friki, el impacto de la IA en la actividad laboral no se va a centrar sólo en qué profesiones o actividades van a desaparecer, cuáles van a cambiar radicalmente y cuáles nuevas van a florecer, que lo hará, sino que la idea misma de trabajo que hoy tenemos va a ser totalmente redefinida. Personalmente, me temo que esa redefinición va a ser a peor y se dirige a una banalización de magnitud impredecible. El trabajo, la profesión, a qué nos dedicamos, las habilidades y capacidades, el conocimiento, la experiencia y hasta la sabiduría que acumulamos van a dejar de ser eje esencial de nuestras vidas; van a dejar de ser una de las categorías que hasta ahora nos definen como personas. El cambio que está generando la IA es brutal, avanza a una velocidad disparatada y, estimo, está enfocado esencialmente a suplir las habilidades humanas por otras digitalizadas que son capaces de manejar una ingente cantidad de datos y generar una inteligencia precisa y concreta para solucionar cada necesidad sin recurrir a cerebro humano que aplique la inteligencia generada. En definitiva, la IA está enfocada a hacer buena parte de las tareas humanas; a trabajar por nosotros.

No tenemos ni idea de cómo manejar esto y, mucho menos, en ese plazo mínimo de diez años que vaticina Gates. No somos capaces, yo por lo menos, de evaluar en su totalidad este fenómeno de banalización del trabajo; de emplearnos dos o tres días a la semana y de convivir con unas plataformas inteligentes que toman todas las decisiones. Parece ciencia ficción, pero no deberíamos cometer el error de considerarlo así. El término brutal es el más utilizado por los especialistas para visualizar la capacidad de cambio que tiene la IA en nuestras vidas. Bill Gates emplea los términos de profundo y aterrador para definir lo que nos espera. Y es una buena la que nos espera cuando la IA empiece a generar todo su potencial transformador. No sé cómo en ese futuro próximo va a encajar la fuerza de trabajo en la vida de las corporaciones, cuando las plataformas de IA lo pueden hacer casi todo. ¿Qué valor tiene la fuerza de trabajo? ¿Qué precio se puede pagar por ella? En ese escenario de banalización absoluta, de sólo utilizarla unos días a la semana. ¿Cómo va a afectar esto a todo el funcionamiento de nuestro sistema económico, social y político? ¿Qué nos espera desde el lado más humano de la cuestión? ¿Sólo un tercio de nuestra capacidad será necesaria? O más bien ¿sólo un tercio de nosotros ejercerá sus capacidades al ciento por ciento y el resto serán desechables?  La IA va a generar un montón de cosas buenas y va a facilitar procesos hasta ahora penosos y va a producir un modelo de conocimiento hasta ahora impensable, entre otras cosas, porque lo hará en segundos. Pero, me parece que cada vez está más claro que va a afectar de una forma que no somos ni capaces de imaginar a nuestro actual modelo de trabajo. Se lo va a cargar por completo, me temo, por decirlo de forma clara. Y no nos estamos preparando para ese cataclismo. No sé si los diez años que vaticina Gates para que todo esto empiece a explotar son realistas o no; pero si algo caracteriza a la IA es su potencial acelerador; se retroalimenta y avanza cada vez más deprisa. No queda mucho tiempo, me temo, para la explosión. En el manejo de la IA, opino, estamos aún en la fase de niños con juguete nuevo; encantados con todo lo que hace y con mínima precaución al tocar los mandos. Los que se muestran preocupados o cautos se centran en las cuestiones morales o éticas que plantea el nuevo juguete; pero echo de menos un debate sobre los efectos brutales que su desarrollo va a tener en cuestiones esenciales y prácticas de nuestras vidas, como es todo lo referente al trabajo, a nuestra actividad laboral y profesional que hasta ahora ha sido el eje buena parte de nuestras vidas como personas.  

En este contexto, pienso que no quisiera estar en el pellejo de cualquiera de los miles de jóvenes que acaban de superar la PAU y preparan su futuro profesional y formativo. Pueden ser los primeros que se enfrenten de verdad a los efectos del cataclismo que se avecina en el mundo del trabajo por el impacto de la IA. Lo que ahora empiecen a estudiar estoy seguro de que no servirá de casi nada, por obsoleto, cuando se incorporen al mundo laboral. Un mundo laborar que ni por asomo va a ser parecido al que tenemos. Van a necesitar muy altas capacidades para desaprender y volver a aprender de nuevo para sobrevivir. Muchos no tendrán más remedio que aprender a cómo utilizar todo ese tiempo en el que sus capacidades profesionales no van a ser necesarias porque la plataforma de IA en la que están inmersos hace buena parte de su trabajo. Aprender a no trabajar va a ser un reto.