¿Dónde están los empresarios? Puede parecer una pregunta poco oportuna o algo chocante pocos días después de que el Govern de la Generalitat haya decretado la situación de emergencia por sequía en el sistema Ter-Llobregat poniendo de manifiesto la inacción de la clase política durante la última década. La interpelación viene al hilo de las últimas informaciones sobre el hundimiento de la productividad y de los motivos que hay detrás. 

Que el rendimiento de la economía española está por debajo de los países de nuestro entorno (los más avanzados de la UE y de la OCDE) no es noticia, llevamos años así. Sí lo es conocer los detalles. Un reciente estudio de la Fundación BBVA y el Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas (Ivie) calcula que el retroceso de la productividad en lo que llevamos de siglo es del 7,3%, mientras que en Alemania ha crecido un 11,8% y en Estados Unidos un 15,5%. 

La productividad es importantísima para la prosperidad y el bienestar de una sociedad, en términos de renta. De forma sencilla se podría decir que es la cantidad de productos (output) que es capaz de generar una economía con unos recursos determinados (inputs): si con los mismos recursos se genera más producción, la productividad crece, esa economía es más eficiente. También lo es si esa economía dota de más recursos a su sistema de producción y la cantidad de productos crece más que proporcionalmente. ¿Cómo se hace eso? Con más inversión y/o con más conocimiento. 

Efectivamente, una de las claves de la productividad radica en la calidad del capital humano (formación, educación, capacitación). Los trabajadores con un nivel educativo más alto y técnicamente más cualificados suelen ser más productivos. Según un estudio del Banco de España recogido en un artículo de CaixaBank Research, existe un déficit significativo en el nivel de formación y de los empresarios españoles en relación con la eurozona.

El tamaño empresarial es otro de los factores que se apunta como determinante para la brecha de productividad. Las grandes empresas tienen mayor capacidad y mayor propensión a invertir en mejoras productivas y en activos intangibles, como modelos de gestión, software, diseño, investigación y desarrollo… Y en España vamos justos, avanzamos en la convergencia con Europa, pero seguimos estando por debajo: el gasto en I+D en 2022 fue de un 1,44% del PIB, muy alejado del gasto medio de la UE, que fue del 2,23%. La posición de España no se corresponde con su potencial económico, advierte el European Innovation Scoreboard 2023, el informe de referencia, que resume Cotec. De hecho, hay tres países con menor renta per cápita (Estonia, Eslovenia y República Checa) que obtienen una mayor puntuación en el ranking por su esfuerzo en innovación. Los tres indicadores (hay 32) en los que España recibe peor puntuación son empleo en empresas innovadoras (60% por debajo de la media), innovaciones en proceso en pymes (58%) y gasto en I+D en el sector empresarial (48%).

En los datos de contabilidad nacional del INE se puede observar como desde 1995 el excedente bruto de explotación (beneficios) se ha ido canalizando hacia actividades financieras e inmobiliarias

El último informe de coyuntura de la Cambra de Barcelona —la segunda gran novedad—, presentado el mismo día que se decretaba la emergencia por sequía, escarba un poco más y apunta a un culpable: la inversión. En varios frentes: primero, la inversión total en porcentaje de PIB tanto en Catalunya como en el conjunto de España se sitúa por debajo de la UE-5 (Alemania, Francia, Italia y Bélgica) desde 2010. Segundo, la inversión productiva (en maquinaria y bienes de equipo y en propiedad intelectual) por ocupado es claramente inferior a la de los países de referencia, lo que dificulta el avance de la productividad, según el gabinete de estudios de la Cambra. Tercero, la escasa inversión en bienes de equipo no es consecuencia de la Gran Recesión de 2008, sino que se percibe desde 2005. Y cuarto, en lo que llevamos de siglo, el gap entre España y la UE-5 en inversión en bienes de equipo ha aumentado. 

Los beneficios de las empresas se han recuperado desde la pandemia, pero la inversión está tardando en despegar, aunque según en qué sectores. Como desliza el informe de la Cambra, el patrón de crecimiento de la economía española refleja una excesiva acumulación de activos inmobiliarios durante el boom por parte de las empresas. Si echamos un vistazo a los datos de contabilidad nacional del INE, se observa como desde 1995 el excedente bruto de explotación (beneficios) se ha ido canalizando hacia actividades financieras e inmobiliarias en busca probablemente de una fuente de beneficios rápidos a la que destinar las plusvalías obtenidas tras vender fábricas y negocios, como se lamentaba hace algún tiempo Quim González Muntadas, colaborador de ON ECONOMIA. La Fundación BBVA y el Ivie tampoco tienen duda alguna: “especialmente en la etapa que transcurre entre 1995 y 2007, la inversión residencial y en otras construcciones se guio más por las ganancias de capital esperadas a corto plazo, impulsadas por las alzas de precios de los inmuebles durante el ciclo expansivo, que por la productividad que podrían ofrecer a medio plazo dichos capitales si fueran plenamente utilizados”.

Se entiende mejor ahora el motivo de la pregunta inicial ¿verdad?