Uno de los debates actuales más relevantes de nuestra economía es, sin duda, el de la productividad. Una cuestión en sí misma que confluye con otras. Por ejemplo, con la cuestión demográfica, de la inmigración, que unos la ven como una posible causa y otros como el efecto de la baja productividad observada; o la inmigración perpetúa un modelo de baja productividad, o la vigencia del modelo necesita aquella inmigración para salvar las cuentas de la economía. Mientras unos reclaman nueva población inmigrada, otros querrían así parar máquinas y transitar hacia otros modelos.

En el debate incide el tema macro (hacer crecer el PIB agregado) y el micro (qué pasa con la renta per cápita real de las familias), el de la política económica (seguir creciendo para poder redistribuir) y el de la política social (la convivencia ciudadana tensionada). Interaccionan aquí argumentos de flujo (cuenta de resultados de final de año) y de stock (patrimonio y balance social), de temporada y de inventario, y entre el corto y el largo plazo.

En cualquier caso, el encefalograma plano que exhibe la productividad en nuestro país tampoco tiene un diagnóstico claro, a la vista de cómo esta se mide. Recordemos que a menudo se hace sobre indicadores de valor añadido bruto –y ya veremos qué denominador consideraremos. No hace falta insistir aquí en que el VAB no lo es todo para una economía. En todo caso, referir el VAB por trabajador (sin controlar por la evolución del excedente empresarial) es una imputación incorrecta. Trabajo, capital y tecnología son claves. Hacerlo sobre la población ocupada genera interpretaciones ambiguas: crear ocupación es bueno por muchas otras razones, pero más ocupación puede dar como resultado la disminución de la productividad, en la medida en que esta ocupación afecta a actividades que, a pesar de ser positivas para el país, no generan tanto VAB como las anteriores.

Es discutible si en el denominador se debería contemplar la población trabajadora (¡sin el factor capital!), o el número de horas trabajadas. En actividades que son hoy estacionales, alargar las temporadas, cosa que socialmente es buena, de nuevo reduciría la productividad. Extender así la jornada laboral fuera de temporada seguro que añade menos al numerador (creación de actividad, por eso se llama temporada baja), que en el denominador (más horas, aunque posiblemente con menos estrés laboral). Noten además que esta estacionalidad es promovida por nuestro sistema de subsidiación del paro. Cerrar temporada, con las horas efectivas trabajadas a cero, es mejor para la empresa, que perdería excedente si tuviera que mantener la actividad, con cargo al contribuyente (coste del paro). No se ingresa nada por impuestos por aquella actividad, poca o mucha, y aumenta el gasto social. Y son actividades sesgadas, a menudo con poco capital invertido, traspasable fácilmente y, a menudo, con poco fondo de comercio. ¡Cuántas actividades industriales no se hubieran mantenido bajo este esquema públicamente subsidiado si les hubiera sido posible acogerse! El sector agrícola es también estacional; o el calzado, por ejemplo, que tiene dos temporadas, de verano e invierno, y aquel ajuste no se lo puede permitir.

Lo que es bueno para una sociedad de trabajo con continuidad, amortizando la inversión del empresario en capital humano y con la lealtad del trabajador a la empresa, desaparece bajo esos parámetros. ¡Y lo cierto es que, de hecho, lo estamos subvencionando públicamente! De manera similar, el mecanismo se ve favorecido por esta idea de agotar el beneficio de los meses de paro, a falta de una acumulación de derechos que el trabajador pueda preservar. Quizás, en este sentido, la productividad, en términos de población activa, sería un reflejo de objetivos de crecimiento económico más coherente.

Que el nuevo empleo sea más productivo que el anterior es clave. Es un tema de modelo productivo, de formación profesional, de capital privado e incorporación de nuevas tecnologías

Podríamos aducir que el indicador de productividad factorial total ya incluye el excedente/aportación del capital, pero la comparación en niveles por sectores son difíciles de interpretar. Para aumentar el VAB por trabajador (y, por lo tanto, el PIB per cápita) se puede aumentar la dotación de capital por trabajador, suponiendo un grado de eficiencia constante del capital invertido, o mejorar la eficiencia del capital, suponiendo una misma dotación, o las dos cosas. La black box radica en cómo aumentar la eficiencia de la inversión. Aquí entra de todo: tecnología, instituciones, capital humano, estructura sectorial.

Sobrevuela en todo caso respecto de la efectividad del output para la población ocupada la cuestión del absentismo. Unas tasas que superan a menudo ampliamente el 10% y que bajan con las crisis (el miedo al despido), que varían según la manga ancha con la que el sistema de salud da bajas (patologías de depresión incipiente, menos objetivables), de acuerdo con políticas sociales más o menos generosas (ahora con la muerte de algún familiar, o llevado al absurdo, de algunos animales de compañía), los famosos moscosos, por asuntos propios. Un absentismo que varía según grupos de edad (los jóvenes que entran en el mercado, peor pagados, ajustan de esta manera la retribución por la hora efectivamente trabajada, de acuerdo con la escasa lealtad con la empresa por sus contratos temporales) y de la decisión de permitir o no un teletrabajo más o menos controlado.

¿Y qué podemos decir de la productividad de los servicios públicos, denunciados en tantas quejas empresariales como causantes de contaminar el conjunto de la actividad económica? Este sigue estimando el VAB de estos servicios según el coste de la provisión; es decir, a igual número de horas trabajadas, si mayores son los salarios pagados, más productividad recoge la Contabilidad Nacional; o a iguales salarios, reducir las horas trabajadas, como muchos sindicatos pretenden, ¡más productividad!

Volvamos al hilo del que hablábamos: que el nuevo empleo sea más productivo que el anterior es clave. Esto es un tema hoy de modelo productivo, de formación profesional, de capital privado e incorporación de nuevas tecnologías. Hacer más haciéndolo mejor es la prognosis convencional para el crecimiento. Sustituir ocupación de menor capacitación por una de mayor, también, sin necesidad de crecer. En este segundo caso, incluso la población ocupada podría bajar haciendo "igual, con menos". La variable demográfica perdería así protagonismo y no tensionaríamos más la situación social a través de la supuesta necesidad de más inmigración, y sacaría del debate la más hipócrita de las políticas solidarias, la que selecciona la inmigración a conveniencia del receptor, expoliando lo mejor del capital humano ya formado de las zonas emisoras, hundiéndolas en el subdesarrollo a perpetuidad.