¿Hasta qué punto podemos afirmar que Catalunya se ha desindustrializado en lo que llevamos de siglo? A primera vista, los datos estadísticos parecerían indicar que en un grado muy elevado: entre los años 2000 y 2024, el peso de las manufacturas en el PIB catalán ha disminuido en más de ocho puntos porcentuales (del 22,8% al 14,7%) y casi 13 puntos en términos de ocupación hasta 2022 (del 25,6% al 12,8%). El descenso en términos de peso en el PIB se concentra durante la primera década y se estabiliza prácticamente en los niveles actuales durante la segunda. Mientras que en términos de ocupación, la pérdida de peso es constante a lo largo de todo el período, muy intensa en la primera década y más moderada en la segunda. Las 777.000 personas ocupadas en la industria manufacturera en el año 2000 habían pasado a ser 451.000 veintidós años más tarde.

Ahora bien, el hecho de que el peso de las manufacturas en la ocupación en el año 2000 superase el peso en el PIB, mientras que en 2022 se observa el fenómeno contrario, nos indica que la industria manufacturera era menos productiva que la media de la economía a principios de siglo, mientras que actualmente la supera con creces. Por lo tanto, ha habido una importante transformación, que ha afectado simultáneamente los niveles de ocupación y de productividad, de manera que las casi medio millón de personas ocupadas actualmente en el sector generan un valor total calculado a precios constantes superior al que generaban los tres cuartos de millón de ocupados a principios de siglo. Este dato es importante: la industria manufacturera catalana produce actualmente más de lo que producía hace dos décadas, pero para hacerlo necesita muchas menos personas.

Un primer elemento de transformación ha sido la externalización de determinadas funciones que hace dos décadas se realizaban dentro del perímetro de las empresas industriales, y que ahora se subcontratan a otras empresas especializadas, principalmente del sector servicios. Muchas tareas de menor valor añadido (mantenimiento de instalaciones, tareas logísticas, de seguridad o limpieza) han sido externalizadas, elevando por esta vía la productividad estadística del sector industrial al mismo tiempo que aumentaba la ocupación en actividades estadísticamente menos productivas en los servicios. Por otro lado, la industria manufacturera también ha externalizado funciones altamente productivas como el diseño, los servicios informáticos y de gestión, las actividades de ingeniería o una parte de la investigación. Por lo tanto, el perímetro real de las actividades directamente vinculadas con la industria es más importante de lo que se desprende de las clasificaciones estadísticas convencionales.

La industria manufacturera catalana produce actualmente más de lo que producía hace dos décadas, pero para hacerlo necesita muchas menos personas

Otro eje de transformación ha sido la internacionalización, con efectos contrapuestos. Por un lado, han desaparecido muchas empresas que no podían competir en costes y precios con las nuevas economías emergentes de Asia y el este de Europa, afectando muy intensamente a determinados territorios del país. Por otro lado, las empresas más competitivas se han internacionalizado, se han integrado en cadenas de valor globales, han ganado dimensión y se han especializado en actividades más intensivas en conocimiento y tecnología que en el pasado. Las fábricas de hoy ocupan cada vez más ingenieros y técnicos cualificados, y ya no son la fuente abundante de ocupación para la mano de obra menos cualificada que tradicionalmente habían sido. Las empresas catalanas más internacionalizadas que operan en sectores más tradicionales, como la confección, tienden a generar más ocupación en los segmentos de mayor valor añadido de la cadena de valor ­–del diseño a la comercialización pasando por la logística–, desplazando la demanda de trabajo menos cualificado a otros países. Si sumáramos el valor total que estas empresas generan dentro y fuera del país el peso de la industria aumentaría significativamente.

En realidad, la industria manufacturera no es un único sector homogéneo, sino un conjunto de actividades muy diversas, con niveles de productividad y salariales también muy diferentes. Las actividades más productivas y mejor remuneradas, como la química o la farmacia, han tendido a mantener un peso en el PIB relativamente estable, mientras que otras, menos productivas, lo perdían. No obstante, el factor más importante que explica el cambio en los pesos relativos es la expansión de los servicios. El hecho de que la pérdida de peso relativo de los bienes manufacturados en beneficio de los servicios sea una característica común a un número muy elevado de economías desarrolladas, refleja la menor elasticidad-renta de estos bienes en comparación con muchos servicios. Es decir, a medida que aumenta la renta per cápita, los hogares tienden a gastar una fracción menor de su presupuesto en bienes materiales (alimentos, ropa, vehículos) en favor de determinados servicios inmateriales (salud, viajes, ocio y cultura). No obstante, la gran mayoría de estos servicios dependen en mayor o menor medida de bienes manufacturados y de la tecnología que estos incorporan. Desde esta perspectiva, y en la medida en que los bienes industriales representan una parte aún fundamental de los bienes comercializables al exterior que produce un país, hay que considerarlos como factor estratégico en la determinación de la productividad agregada del conjunto de la economía –y, como consecuencia, del nivel de bienestar sostenible del conjunto de la sociedad. Catalunya no ha dejado de ser nunca una economía de base industrial y “reindustrializar” el país no puede significar otra cosa que continuar con este proceso de transformación.