El domingo por la mañana me despierto con muchas ganas de acabar el artículo que tenemos a medias, así lo podremos enviar para publicar. Pero enseguida me doy cuenta de que me faltan datos para hacer una figura, le tendría que pedir a una de mis doctorandas, pero es el domingo, y sin ningún tipo de duda, decido que esperará a mañana. No hay nada que espere más que el trabajo, se me llamaría mi madre. Y es que, aunque para mí la investigación es mi pasión y vocación, no deja de ser trabajo.

Me quedo reflexionando en el mundo científico y en como de presionados estamos para publicar nuestra investigación, además de las mil y una otras asignaciones que tenemos que hacer a nuestro día a día.

Y a menudo, esta presión para conseguir siempre más se manifiesta en una competición, tanto con otros grupos de investigación como incluso entre los miembros de un mismo grupo. Y eso hace que, demasiado frecuentemente, los jefes de grupo perdemos la perspectiva de la realidad y nos vemos abocados a seguir esta tendencia que, personalmente, creo que no aporta nada a la sociedad.

No hay que haber sido demasiado alerta de los medios para conocer los últimos casos relacionados con abusos de poder, tiranía y situaciones de exigencia extrema por parte de los jefes de investigación de las principales universidades catalanas. De hecho, estos casos solo son la punta del iceberg, menos de un 10% de los casos que se estima que podrían existir y que no se harán nunca públicos por miedo de posibles represalias.

Presionados para publicar, para poder demostrar su superioridad, algunos investigadores e investigadoras solo piensan en sus grupos como herramientas para llegar a su objetivo. Porque los científicos y científicas, en el fondo, somos todos un poco ambiciosos y competitivos: ¿quién de nosotros no ha anhelado publicar un Nature? ¡Yo misma! ¡Y muchas veces! Pero entonces, mi reflexión sigue: ¿qué precio tenemos que pagar para poder publicar un Nature? ¿Realmente vale la pena? ¡Para mí, la investigación es mi pasión, y en una mañana del domingo como hoy, me despierto con ganas de poder dedicar un rato de mi tiempo libre a avanzar esta publicación que tenemos a medias y que me parece tan interesante! Pero a la vez tengo muchas otras aficiones. ¡Hoy hace un sol espléndido y en un ratito bajaré a la playa a disfrutarlo, no me lo puedo perder!

Y eso me hace pensar en mis doctorandos. Todos ellos me demuestran día a día su capacidad de trabajar y ayudarme en todo el que pueden, su motivación por el trabajo bien hecho y para llegar a los objetivos más difíciles; ¡pero a la vez, también tienen otras aficiones, como yo! Y es que a veces nos parece que las nuevas generaciones son menos trabajadoras y menos dedicadas a la investigación, e incluso más blandas que nosotros. No esconderé que es una conversación recurrente con mis compañeros y compañeras. ¿Nos planteamos que cuando nosotros éramos estudiantes de doctorado, dedicábamos muchas más horas en el trabajo, y soportábamos situaciones, presiones e incluso humillaciones por parte de nuestras jefes que ahora considero que no se tendrían que dar en un laboratorio de investigación, con personal altamente cualificado, pero con suficiente inteligencia emocional?

Y es que, como les digo yo a todas las personas que empiezan con nosotros, lo que quiero para mi grupo es buena gente y no gente muy buena científicamente. Por supuesto que necesitamos perfiles buenos científicamente y todos los deseamos, pero, por encima de todo, hace falta que seamos buenas personas. Personas que, en el desarrollo de su actividad profesional, pongan toda la pasión necesaria, pero a la vez contribuyendo al bienestar personal y haciendo que, como diría nuestro jefe, nuestro laboratorio sea lo más parecido a Disneylandia que hay como entorno laboral. Personas que, basándose en la propia experiencia como estudiantes de doctorado, el día de mañana puedan convertirse en jefes de grupo que no generen situaciones de abuso de poder ni contribuyan a los cada vez en más frecuentes problemas de salud mental que nos encontramos entre los jóvenes.

Y en este punto vuelvo a mi reflexión inicial: ¿vale la pena aguantar ciertas presiones, abusos de autoridad y dejar de lado otras aficiones para poder conseguir publicar en la mejor revista científica? ¿Vale la pena perder la dignidad personal para poder satisfacer las ambiciones de uno o una jefa nada empático que solo se mueve por el propio interés de demostrar que es el o la mejor continuamente? Yo tengo clara la respuesta: ¡NO!