En los últimos meses hemos asistido a un goteo constante de decisiones empresariales un tanto llamativas, pues rompían con lo que era habitual en su operativa pero que, contempladas con una mínima perspectiva, muestran la consolidación de una nueva visión que estas empresas están adoptando en su forma de hace negocios en un ámbito cada vez más definitorio como es el de la sostenibilidad. Ese llamativo goteo se ha concentrado en el mundo de la segunda mano que, de repente, ha dejado de ser un escenario de negocio de oportunidad, exclusivo de compañías muy especializadas, para convertirse en pieza clave de la estrategia básica de esas corporaciones. Como se sabe, empresas como Inditex, H&M, Zalando o Ikea han creado nuevas estructuras para comercializar de segunda mano sus diferentes marcas; Mango se ha asociado con una plataforma de venta online de ropa usada; MediaMarkt ha establecido acuerdos de venta de productos usados con una red especializada y hasta Renault ha inaugurado en Sevilla su Re-Factory para dar una nueva vida a vehículos usados desde una perspectiva industrial.

Parece claro que estas iniciativas no son una mera ampliación de sus negocios habituales o que se trata de un aprovechamiento de nichos desatendidos. Creo que estamos asistiendo a la consolidación del concepto de que tu producto es tuyo siempre que seas responsable de todo su ciclo de vida hasta lo sensatamente asumible. Estas empresas y otras similares están abordando la idea de circularidad desde el interior de sus propios modelos de negocio, al que incorporan este concepto como uno más, tan relevante como la tecnología o la financiación. Ya no se trata de iniciar el círculo de producir y vender y propiciar de la mejor manera posible que otro lo pueda cerrar al revender o reutilizar lo que fabrico, sino que el compromiso con las segundas y terceras vidas del producto forma parte de tu ADN empresarial y no del de otro.

Cuando se agotan esas segundas y terceras vidas de los productos está la vida residual de los mismos, que sigue teniendo su apreciable valor económico. La Ley 7/22 de 8 de abril de 2022 de residuos y suelos contaminados para una economía circular, fija ese compromiso de las empresas con la vida residual de los productos. Algunas de esas empresas que han asumido el control de las diferentes vidas de su producto se han lanzado ya de lleno a asegurarse el control de la fase residual. Hace poco, empresas como Inditex, Kiabi, Tendam, Mango, H&M o Decathlon crearon su propia plataforma para gestionar sus residuos, que en el ramo textil son descomunales, con una media de once kilos de ropa tirada al año a la basura por cada europeo. Un problema del que de desentendían hasta ahora y que, empujadas por esa nueva normativa, han asumido como parte de su negocio global. Y todo ello está generando nuevos escenarios de negocio que se incluyen en el propio modelo corporativo. La basura forma parte del negocio y no es una maldición sino una oportunidad.

Sobre estos esquemas, la idea de circularidad se va abriendo paso de forma segura en el mundo de los negocios. Los hay que lo tienen más fácil y para otros va a ser un problema, pero de la circularidad ya nadie va a escapar. Por eso creo que hay que elevar el concepto al rango que merece, que no es otro que el liderar todo el pensamiento medioambiental en el que se mueven los negocios y destronar, de una vez por todas, a ese otro concepto conocido como sostenibilidad y que cada vez tiene menos sentido real. Hace dos años Laurence Fink, CEO de BlackRock, la mayor gestora de fondos de inversión del mundo, en su habitual carta a los presidentes de las mayores compañías del mundo, dijo aquello de que la inversión será sostenible o no será y desencadenó una alocada carrera que ha provocado que el mercado esté inundados de supuestos fondos de inversión sostenibles administrados por gestoras impulsadas por criterios supuestamente sostenibles que no han hecho el más mínimo ejercicio de buscar y separar para ofrecer a sus clientes un puñado de empresas con ratios medibles de eficiencia ambiental, social y de gobierno corporativo. El greenwashing, fraude verde o ecoblanqueo es la tónica general del sector de la llamada inversión sostenible. Las carteras de fondos de inversión llamada sostenible están cargadas de empresas que no tienen ni idea de cuál es su impacto ambiental real. Nada ha cambiado, pero de un plumazo y a la carrera todos somos sostenibles.

La UE intentó poner un poco de orden en esta cuestión con el Reglamento de divulgación o SFDR, del Parlamento Europeo y el Consejo de la Unión Europea sobre la divulgación de información relativa a la sostenibilidad en el sector de los servicios financieros. Establecía unos criterios de selección de la sostenibilidad realmente laxos. Unos era los criterios que podíamos llamar light green, recogidos en el artículo 8 del Reglamento que hablan esencialmente de promover actuaciones medioambientales; los otros criterios, que serían dark green, recogidos en el artículo 9, se refieren a perseguir objetivos sostenibles por parte de las empresas objeto de la atención de los fondos de inversión. Una diferencia extremadamente sutil que el mercado se encargó de desbaratar de inmediato haciendo crecer como la espuma los fondos sostenibles del artículo 9, los pata negra de la inversión sostenible. Sólo la inminente reforma de estos criterios ha provocado en las últimas semanas un acelerado y voluntario trasvase de fondos del piso 9 al piso 8, no sea que salgan sus nombres en el rellano inadecuado y se aireen sus vergüenzas.

Los criterios ESG (Environmental, Social, Governance) para una inversión respetuosa con el medio han quedado obsoletos, al menos en el esencial, el que empieza por E. Creo que el criterio de Circularity puede tomar perfectamente el relevo. La circularidad es un criterio ambiental de primer orden, es medible por métodos rigurosos y visualiza de verdad los compromisos con el cuidado ambiental. Permite diferenciar a los que están comprometidos con la vida de sus productos en todo tiempo y circunstancias, incluidos sus residuos, que serían los merecedores de la atención de los inversores comprometidos. Como dije al principio, hay ya un buen número de empresas en las que ha calado la idea de circularidad en la gestión del negocio y que merecen el impulso de los inversores. La circularidad, como idea, es mucho mas tangible que la sostenibilidad, y puede ser el factor diferenciador para conseguir un sistema de inversión respetuosos con el medio ambiente en todos los sentidos. Los criterios ESG deberían, en mi opinión, cambiarse por los CSG. Propongo a Laurence Fink que en su próxima carta a los CEO del mundo diga algo parecido a que la inversión o será circular o no será.