Seguramente no haya otro concepto que atraiga un apoyo tan unánime y concite un consenso tan universal como el de la economía circular. No hace falta explayarse demasiado para convencer de que el uso lineal de los productos, que se inicia en su fabricación y termina con su desecho, carece de toda lógica sostenible y que lo adecuado es el uso circular, que se cierra con la reutilización de ese producto o de sus materiales al final de su vida natural.

Pocos conceptos tienen un apoyo institucional tan intenso como este de la economía circular. Sólo a nivel nacional tenemos una Estrategia Española de Economía Circular; el plan España Circular 2030; un Plan de Acción de Economía Circular; un Consejo de Economía Circular; un Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia (PRTR) que incluye un Perte (Proyectos Estratégicos para la Recuperación y Transformación Económica) en Economía Circular. Tenemos una Fundación de la Economía Circular y grupos de presión como Economía Circular en Acción, que engloba a empresas e instituciones comprometidas con este objetivo, y tenemos también una Subdirección general de Economía Circular dentro del MITECO, con su correspondiente Consejo Asesor de Economía Circular. No hay gran corporación (Santander, Repsol, Energy, Iberdrola...) que no incluya entre sus objetivos estratégicos el impulso de la economía circular y lo difunda adecuadamente a través de sus herramientas de comunicación pública. También tenemos a un entusiasta grupo de incondicionales que celebra todos los años el Circular Monday. A nivel europeo ya ni cuento las instituciones y programas que hay en torno a la circularidad.

Un apoyo tan incondicional y entusiasta debería generar unos resultados más que óptimos, pero resulta que no es así y que la economía circular va bastante peor de lo que se debería esperar

Un apoyo tan incondicional y entusiasta debería generar unos resultados más que óptimos, pero resulta que no es así y que, incluso, las cosas en esto de la economía circular van bastante peor de lo que se debería esperar. Lo acaba de poner en evidencia el reciente estudio realizado por la Fundación BBVA y el Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas (Ivie) sobre la evolución de la economía circular en el siglo XXI. En resumen, dice que en los tres ejes esenciales de la economía circular, reducir, reciclar y reutilizar, España va bastante bien en el primero, pues se han conseguido reducciones importantes en la generación de residuos hasta el punto de que España ha pasado de generar una mayor cantidad de residuos urbanos per cápita que la media europea (653 kg por habitante) en el año 2000 a reducir esta cifra en un 32,5% y situarse  en 472 kg por habitante, más de un 10% por debajo de la media europea, según las últimas evaluaciones.

Respecto al reciclaje, las tasas españolas son todavía muy reducidas, ya que solo se recupera el 48% del total de residuos, frente a la media de la UE-27 que alcanza el 58%. Esto da como resultado una tasa de uso circular de materiales, de reutilización, muy modesta, del 7,1% frente al 11,5% de la media de los 27 de la UE. Y lo que es más preocupante, esa tasa de uso circular de los materiales, que mide la relación entre el uso circular de materiales y el uso general de materiales, no ha hecho más que empeorar con el paso del tiempo, al reducirse 3,3 puntos porcentuales desde el 10,4% de 2010 hasta el 7,1% actual. Estos datos coinciden básicamente con los recogidos por la Fundación Cotec en su IV Informe sobre Economía Circular en España publicado a finales del año pasado en el que se señalaba que el 8,9% de las necesidades totales de material en España fueron cubiertas por material recuperado, una tasa inferior al anterior registro, que era del 10%.

Ecoembes publica una tasa de reciclaje del 84,4% que es refutada contundentemente por Greenpeace, que la sitúa en el 37,3%

Y en este tema de la recuperación de materiales no hay que dejar de lado la intensa polémica existente sobre la recuperación de los envases domésticos, plástico, metal, cartón y madera, donde la entidad encargada de su gestión, Ecoembes, publica una tasa de reciclaje del 84,4% que es refutada contundentemente por Greenpeace, que la sitúa en el 37,3%, al insistir en que la recogida selectiva de envases es muy deficiente y todavía hay una ingente cantidad de residuos domésticos que son depositados en contenedores que van directos al vertedero y que nadie controla. Y tampoco se puede dejar de lado la eterna cuestión de cuál es el grado real de reciclaje de los envases brik, ese endiablado conglomerado de cartón, plástico y aluminio, que todos sabemos que debe depositarse en el cubo amarillo, pero que en un altísimo porcentaje de casos acaba igualmente en el vertedero.

Con todos estos datos en la mano y a pesar de la notable concienciación ciudadana sobre separación de residuos; del impulso destacado que vive en los últimos años toda la industria de la recuperación y reciclaje, con más de 500 complejos, que factura más de 10.000 millones de euros al año; a pesar del éxito concreto en el reciclado de sectores como el vidrio (70%), metales férricos (90%), neumáticos (60%), de aparatos eléctricos y electrónicos (85%), hay que decir bien claro que todo el tinglado de la economía circular en España está estancado. La línea que nace en la fábrica sigue de forma tozuda una marcha rectilínea que la lleva ineludiblemente al vertedero y le cuesta mucho remontar y entrar en la reutilización y llegar a la circularidad. Tanto entusiasmo, tanta concienciación, tanto interés y apenas avanzamos hacia ese ideal de sostenibilidad circular.

Hay cuestiones que exigen un poco más de esfuerzo colectivo para alcanzar ese ideal de circularidad, como el ecodiseño y la innovación para sacar de la basura la riqueza que de verdad contiene

¿Dónde está el problema, el cuello de botella que genera este estancamiento? La cuestión, como es lógico, tiene un millón de aristas y el objetivo de la circularidad plena, como es igualmente lógico, es imposible. Además de la optimización de los sistemas de separación y reciclado de los residuos, hay cuestiones que exigen un poco más de esfuerzo colectivo para alcanzar ese ideal de circularidad. Por un lado, está la cuestión del ecodiseño, aún en mantillas en nuestro país, donde se fabrica sin tener en cuenta el uso final de los materiales y que debe convertirse en un elemento definitorio en cualquier proceso industrial. Por otro lado, está la cuestión de la innovación. En esto del reciclaje y recuperación de materiales la verdad es que en la mayoría de los casos estamos ante procesos muy rudimentarios, de mera separación de elementos para su reutilización con empleo de tecnología básica y sin ningún aporte innovador. Aquí es donde creo que puede inyectarse un impulso eficiente para que el modelo de economía circular deje el estancamiento y avance un poco.

Necesitamos innovación, inventiva, modelos y procesos para sacar de la basura la riqueza que de verdad contiene. En Europa vamos con retraso en esta cuestión, con menos de una patente por cada mil habitantes; pero en España es peor todavía, con menos de 0,4 patentes por cada mil habitantes. Los últimos datos señalan que España se sitúa un 4% por debajo de la media europea en el índice de ecoinnovación (índice sintético que mide la situación de los países europeos según diferentes dimensiones relacionadas con la ecoinnovación) y esa diferencia es aún mayor respecto a países como Alemania (22%) o Francia (13%). Hay datos fehacientes que señalan que en cada millón de teléfonos móviles desechados hay 24 kilos de oro, 350 kilos de plata y 14 de paladio. La basura, dotada de fuerte innovación, es fuente casi inagotable de riqueza.