Un grupo de investigadores del MIT, entre otras, analizó qué pasa en el cerebro de una persona cuando escribe un ensayo usando una herramienta como ChatGPT. Para entenderlo, armaron un experimento simple, pero con un diseño claro. Dividieron a los participantes en tres grupos. El primer grupo tenía que escribir ensayos con la ayuda exclusiva de ChatGPT. El segundo grupo podía usar internet, pero no la inteligencia artificial (IA): buscando artículos en Google, por ejemplo. El tercer grupo no podía usar ninguna ayuda externa: ni buscadores, ni IA. Solo su cerebro. A cada participante le daban un tema tipo examen escolar, como “¿el arte puede cambiar la vida?”, y les daban 20 minutos para escribir.

Mientras escribían, los investigadores medían su actividad cerebral con un casco especial que registra señales eléctricas del cerebro. También les hacían entrevistas después de escribir: si recordaban lo que habían puesto, si sentían que el texto era suyo, si estaban satisfechos. Además, tanto humanos como una IA aparte evaluaban la calidad de los textos.

Descubrieron algo que en realidad es esperable. Las personas que escribieron sin ninguna ayuda (grupo “solo cerebro”) mostraron la mayor actividad cerebral: su cabeza se “encendía” en muchas zonas al mismo tiempo, como una ciudad de noche. Eran las que más esfuerzo mental hacían. También eran las que más recordaban lo que habían escrito, y las que más sentían que el texto era propio. El grupo que usó buscadores mostró un esfuerzo intermedio: buscaban, leían, copiaban y reformulaban. Y el grupo que usó ChatGPT fue el que menos esfuerzo hizo. Escribían más rápido, usaban frases que el modelo les sugería, y muchas veces ni recordaban lo que habían puesto. Algunos apenas editaron lo que ChatGPT les dio. Su cerebro estaba más tranquilo, más apagado.

Usar el mínimo de energía posible no es una falla. Es un signo de inteligencia. Pensar que es un problema es no entender cómo funciona la vida misma

Con estos resultados, los investigadores dicen que usar ChatGPT puede producir una especie de “deuda cognitiva”: como usamos menos el cerebro, lo entrenamos menos. Pero, ¿es esto realmente preocupante? La respuesta es no. Es lo que ocurre cada vez que una tecnología resuelve algo por nosotros. Si uno mira a una persona que camina todo el día en las montañas de Etiopía y la compara con alguien que coge el metro en Buenos Aires o Barcelona, va a ver que el primero tiene un cuerpo más entrenado. ¿Significa eso que el segundo está en decadencia? No, solo vive en una ciudad donde no necesita ese esfuerzo físico. Lo mismo pasa con la memoria: antes uno memorizaba números de teléfono. Hoy los guarda en el celular. Eso no quiere decir que pensemos peor. Significa que ya no gastamos energía en eso, porque no hace falta.

El cerebro, como todo en la biología, sigue una regla fundamental: ahorrar energía. Y si algo nos permite resolver una tarea con menos esfuerzo, lo usamos. No es un error, es eficiencia. La historia está llena de habilidades que dejamos de usar: ya nadie afila una pluma con cuchillo para escribir. Nadie navega usando las estrellas. Y, sin embargo, vivimos mejor. El hecho de que una IA permita que nuestro cerebro trabaje menos al escribir no es una señal de alarma. Es una muestra más de que cuando hay una herramienta confiable, el cuerpo y la mente se adaptan. Usar el mínimo de energía posible no es una falla. Es un signo de inteligencia. Pensar que esto es un problema es no entender cómo funciona la vida misma.

Las cosas como son