La economía de los Países Bajos ofrece un ejemplo perfecto de algo que ocurre en silencio en todo el mundo. Los informes oficiales muestran que las empresas grandes avanzan cada vez más rápido y que las pequeñas quedan atrás, y que cada año nacen menos empresas nuevas, que la movilidad laboral baja y que la innovación se concentra en pocos jugadores. Todo eso aparece presentado como un “comportamiento normal” de la economía moderna.

Sin embargo, cuando uno mira los datos con un poco de atención, el patrón es demasiado marcado, acelerado y reciente como para explicarlo con causas tradicionales. Lo que falta en esos informes es la variable que verdaderamente altera todo: la adopción de inteligencia artificial (IA) a gran escala.

En Países Bajos, como en otros países, la innovación se mide mediante un sistema fiscal llamado WBSO. Las empresas que dedican horas de su personal a actividades de investigación y desarrollo obtienen un beneficio tributario. El problema es que ese indicador fue creado para medir innovación humana y no innovación basada en IA. Cuando una empresa usa modelos avanzados, automatiza procesos o despliega sistemas que reemplazan trabajo humano, no necesita declarar muchas horas al WBSO. Por eso, en las estadísticas aparece que la innovación “se concentra” en firmas grandes que todavía cargan muchas horas al sistema, mientras las pequeñas parecen no innovar. La realidad es que el indicador no capta la nueva forma de innovar y genera una visión distorsionada del proceso.

Los informes oficiales también describen que la productividad se abre entre dos grupos: las empresas que crecen rápido y las que quedan estancadas. A un lector neófito esto puede sonar abstracto, así que vale explicarlo de manera simple. Imaginemos dos empresas del mismo sector. Una tiene acceso a infraestructura de cómputo, modelos propios y equipos técnicos capaces de usar IA de forma intensiva. La otra funciona con herramientas tradicionales. La primera puede automatizar tareas, producir más con menos costo y mejorar sus procesos en cuestión de semanas. La segunda no puede seguir ese ritmo y con el tiempo, sus diferencias no crecen de manera gradual sino exponencial. Eso es exactamente lo que muestran los datos neerlandeses, aunque los informes lo atribuyen a factores genéricos como “digitalización” o “capital intangible”.

La resistencia a mencionar explícitamente la IA crea una narrativa tranquila. Se habla de tendencias de largo plazo y se evita reconocer que ya existe un punto de quiebre tecnológico que altera cómo se produce e innova, y cómo se distribuye el crecimiento entre empresas. Si los informes reconocieran abiertamente que la diferencia entre líderes y rezagados proviene del uso avanzado de IA, la discusión pública tendría que girar hacia la urgencia: nuevas habilidades, nuevos modelos de empresa, nuevas políticas industriales y nuevas reglas de competencia. El caso holandés demuestra que la transformación ya ocurre. Lo que no sucede es la voluntad de decirlo explícitamente.

Las cosas como son.