Cuando en julio se selló el acuerdo entre Estados Unidos y la Unión Europea para evitar una escalada arancelaria, recordé la célebre expresión económica que me enseñó el gran economista Francesc Xavier Mena en primero de carrera de economía: cañones o mantequilla. Un trade-off básico que representa la elección entre invertir en defensa o en bienes de consumo. En otras palabras, entre seguridad y bienestar.

El pacto del pasado mes de julio entre la Unión Europea y Estados Unidos consistía en lo siguiente: Europa se comprometía a aumentar su inversión en defensa, especialmente en armamento comprado a Estados Unidos, y a cambio Washington relajaba sus amenazas arancelarias. Se frenaron subidas que iban a afectar a productos clave como medicamentos, materiales industriales, vidrio, cerveza o vehículos eléctricos. La presión sobre el aluminio y otros metales estratégicos se suavizó. Trump se salía con la suya, en parte, y Europa ganaba tiempo y estabilidad.

Trump utilizó la amenaza arancelaria como una herramienta de reposicionamiento geopolítico. No buscaba tanto proteger su industria como reequilibrar el liderazgo de Estados Unidos en el tablero internacional. Y la respuesta europea, lejos de ser estrictamente comercial, fue geopolítica: mayor inversión en defensa, más alineamiento con la OTAN, más dependencia de la industria militar norteamericana.

Quisimos dejar claro que Estados Unidos sigue siendo el aliado que necesitamos y quedó también patente que, sin los americanos, Europa todavía no está lista para competir en el escenario global sola. La energía, la maldita energía… Parece que, desde el final de la Segunda Guerra Mundial, no hayamos avanzado en autonomía geopolítica.

Ya no hablamos solo de tratados de libre comercio o de equilibrios fiscales. Hablamos de política exterior, defensa, tecnología, influencia

Este acuerdo, más allá de su contenido, representó a la perfección el tipo de relaciones económicas que se están redefiniendo en este nuevo orden. Ya no hablamos solo de tratados de libre comercio o de equilibrios fiscales. Hablamos de política exterior, defensa, tecnología, influencia. En este caso, hemos comprado cañones para poder seguir vendiendo y garantizarnos seguir consumiendo mantequilla. Es decir, hemos comprado seguridad (estadounidense) para mantener un mínimo de prosperidad (europea).

Esta misma semana, unos meses después de todo aquello, el BCE nos dice que la inflación está contenida. Que los tipos de interés se quedan en el 2%. Que el crecimiento es modesto, pero que no hay alarma. Que todo va bien. “Europa va bien”, parafraseando a Aznar en los años dorados españoles.

Entonces, ¿en qué quedamos? ¿Dónde están las consecuencias de aquel tsunami proteccionista que nos anunciaban? ¿Dónde está la recesión y caída del PIB derivada de los nuevos aranceles a los productos europeos?

De momento, mucho ruido y pocas nueces. Es cierto que los aranceles han afectado a las exportaciones europeas en sectores puntuales. Pero no han contaminado, como se temía, los precios domésticos ni han generado inflación de segundo orden. Más aún: en términos macroeconómicos, Europa sigue estable. Estancada, sí. Pero estabilizada como el avión que ha dejado atrás las turbulencias y los pasajeros vuelven a respirar tranquilos.

El dilema de cañones o mantequilla ya no se vive solo en los presupuestos nacionales. Ahora es una dinámica negociadora entre potencias

¿Habremos pagado demasiado cara la mantequilla?

El dilema de cañones o mantequilla ya no se vive solo en los presupuestos nacionales. Ahora es una dinámica negociadora entre potencias. Cambiamos compras por treguas. Cambiamos gasto en bienestar por gasto en seguridad. Y aceptamos la lógica de que para seguir creciendo hay que adaptarse a las reglas de quien todavía impone el ritmo.

Pero cuidado: si caemos en la trampa de los cañones, si convertimos la defensa en el nuevo motor de la cooperación internacional, lo que ganamos en tranquilidad momentánea, podemos perderlo en paz futura. Y eso sí que sería un coste que no compensa.

En este mismo diario, ya advertí semanas atrás de este posible desenlace. En artículos anteriores, expliqué que en un mundo global hay demasiados vericuetos, protagonistas y opciones para que cualquier amenaza unilateral pueda ser reconducida con una combinación de bilateralismo y acuerdos multilaterales con otros players. Y parece ser que, al menos esta vez, acerté en la previsión.