Desde que me dedico a este oficio del periodismo económico, hace casi veinte años, oigo llamamientos a una auténtica unión bancaria europea. Es de esas cosas que me hacen sentir que vivo en el día de la marmota, que se repiten, pero no avanzamos lo suficiente, algo que también me ocurre, por ejemplo, con el corredor mediterráneo.

Suele señalarse la unión bancaria como una de las grandes asignaturas pendientes de la Unión Europea, que es monetaria –con el euro–, económica, normativa, pero no del todo bancaria, pese a la existencia de un regulador, el Banco Central Europeo (BCE), porque los mercados siguen siendo nacionales. Era uno de los puntos del Informe Draghi. Cada país tiene sus propios bancos, y aunque hay algunos que están en varios países, operan de forma independiente y a menudo con marcas distintas, como CaixaBank en Portugal (BPI) y el Sabadell en el Reino Unido con TSB, que está a punto de vender. En ambos casos, son entidades que compraron en su día para diversificar geográficamente su negocio, pero no con la voluntad de ser un banco europeo, algo que no ha hecho nadie. No hay bancos que, como si fueran una empresa de retail, hayan decidido abrir oficinas en otros países fuera del suyo de origen. Todos son fuertes en casa y, cuando salen, lo hacen comprando bancos en países concretos para tener alguna pata fuera, pero no son entidades de ámbito europeo.

Mientras Europa tiene muchos bancos pequeños, los países tienen cada vez menos oferta. Y no hay entidades de alcance continental

El BCE y la Comisión Europea han alertado reiteradamente de esta carencia y en los últimos años, tras la consolidación del sector en la década posterior a la crisis financiera e inmobiliaria de 2008, siempre que han podido, han pronunciado el concepto “fusiones transfronterizas” para reclamar ya no que un banco de un país compre uno pequeño en otro –como hicieron CaixaBank y el Sabadell, por ejemplo–, sino que bancos potentes de diferentes países se unan y creen gigantes europeos que puedan ir teniendo un alcance continental y competir, a escala internacional, con los gigantes de Estados Unidos.

Pero eso no ocurre. El sector dice una cosa, pero hace otra. Las complejidades de trabajar en varios países con distintas regulaciones provoca que las entidades prioricen la suma en el ámbito regional, como estamos viendo desde hace más de un año con la opa del BBVA sobre el Sabadell en España o la de UniCredit sobre BPM en Italia. El resultado es que mientras Europa tiene muchos bancos pequeños, de alcance nacional o incluso local, muchos países tienen ya pocos bancos, como es el caso de España, donde se empieza a alertar de que la competencia no es lo suficientemente potente.

El regulador de la competencia, la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia (CNMC), lo justifica por el auge de los neobancos. Estos sí que tienen una mirada internacional y están entrando en todos los mercados que pueden. Sus estructuras ligeras se lo ponen más fácil y se dirigen a un público, mayoritariamente joven, que no está vinculado a una marca y que quiere un banco con el que operar fácilmente con el móvil y que le ofrezca el máximo, algo que pueden hacer por su estructura de costes baja. No tienen ni oficinas. Lo que dice la CNMC es que es cierto que hay pocos bancos tradicionales, pero están subiendo los nuevos, lo cual salvaguardará la competencia.

El gobierno portugués metió baza en la venta de Novo Banco y se opuso a que lo comprara CaixaBank, pero nadie dijo ni mu

Esta realidad choca con el último gesto de la Comisión Europea, de abrir un procedimiento a España por las condiciones impuestas a la opa del BBVA al Sabadell, de prohibir la fusión durante los tres primeros años, que podrían ser cinco. Bruselas estudia si el gobierno español se ha extralimitado con la interpretación del interés general al imponer la restricción. No es nada personal contra el gobierno de Pedro Sánchez, que se ha acostumbrado a intervenir en empresas y operaciones. La Comisión también cuestiona las condiciones del gobierno italiano en la compra de BPM por parte de UniCredit, más duras que las de España al BBVA.

¿Por qué si apuesta, al menos en el discurso, por las fusiones transfronterizas, protege luego las nacionales? La banca es un sector estratégico y los gobiernos tienen cosas que decir. Está claro que es una operación privada, pero eso no significa que se pueda hacer lo que se quiera. También dicen que estas intromisiones de gobiernos como el de Sánchez van contra la seguridad jurídica y son terribles para la imagen de España ante los inversores. Pero estos, de momento, no se han marchado. Al contrario. El Sabadell y el BBVA no paran de subir en la bolsa española, que está en máximos de 17 años y se prevé que pueda marcar el máximo histórico este año. Compañías y fondos internacionales no paran de mirar empresas españolas y, en el sector inmobiliario, el problema es el exceso de interés de inversores, porque ha tensionado los precios –junto con otros factores, como la falta de oferta.

No tenemos un problema de falta de seguridad jurídica, al menos, no lo perciben los inversores internacionales. No estamos echando el dinero, lo seguimos atrayendo. España no tiene la imagen de una república bananera en el ámbito económico. Hace más daño tener a un presidente del gobierno acorralado por casos de corrupción política que por intervenir en grandes operaciones corporativas, algo que han hecho todos los gobiernos europeos. Recientemente, el portugués metió baza en la venta de Novo Banco para mostrar su oposición a que lo comprara CaixaBank, porque incrementaba demasiado –a su parecer– el peso de la banca española en Portugal. Y nadie dijo ni mu. En cambio, Bruselas cuestiona que gobiernos como el español y el italiano pongan condiciones a la unión del segundo y cuarto banco del país y del primero y el tercero, respectivamente. Y el Informe Draghi, que alerta de muchas otras asignaturas pendientes, pero también de la unión bancaria, en un cajón.