Hace tan solo unos días pasó de puntillas el titular de la dimisión de Ángel Gavilán, el director de Economía del Banco de España (BdE). Digo “de puntillas” porque considero que esta cuestión esconde una gran relevancia: seguramente cualquiera que haya podido escuchar una conferencia de Gavilán, coincidirá conmigo en calificarlo como un economista muy competente. Yo mismo tuve el gusto de asistir a unas reflexiones suyas en el marco del encuentro sectorial de fabricantes de pasta, papel y cartón, hace un par de meses. Justo acababan de anunciarse los aranceles de Trump, y ante el inevitable desconcierto y nerviosismo, sus hipótesis y lecturas del momento fueron agradecidas porque se basaban en datos bien escogidos, observados con cuidado, sin caer en trampas de falsas correlaciones o conclusiones propagandísticas. Y es precisamente por ese rigor, o incluso podríamos hablar de prestigio, que resulta sorprendente su desvinculación abrupta a raíz de las inusuales omisiones que se han detectado en el informe de evaluación anual del BdE que él mismo dirige.

¿Qué le ha pasado al preciso criterio del Sr. Gavilán? Las pocas respuestas posibles son muy preocupantes y certifican la politización de determinados instrumentos que hasta ahora aún estaban fuera del perímetro del control del relato mediático de la Moncloa. La sospecha evidente pasa por pensar que se trata de un caso de injerencias políticas: los informes anuales del BdE, que desde hace varios años coordina el propio Gavilán, nunca habían tenido ningún incidente hasta que aparece en la ecuación el ministro José Luis Escrivá como flamante gobernador del BdE. Escrivá fue el ministro que implementó las polémicas fórmulas que están derivando en sistemáticas grandes revalorizaciones anuales de las pensiones públicas, una intervención que tiene consecuencias evidentes sobre las proyecciones de gasto público a medio y largo plazo y la capacidad de las arcas españolas de hacerle frente.

Politizar la gobernanza del Banco de España implica bajar un peldaño más en el camino de la degradación institucional. Es el desmontaje de lo que los anglosajones llaman 'checks and balances'

Parece más que plausible que Escrivá, fruto de su evidente misión de alinear la visión del BdE con la que conviene al Gobierno, hiciera presión interna a los economistas sénior del organismo para omitir las tradicionales referencias a la salud de las pensiones públicas. Gavilán, sujeto a las decisiones del gobernador, habría limado la estructura del informe para eliminar algunas calificaciones que podían ser duras contra los planteamientos del Gobierno. Y seguidamente, por integridad intelectual, anunciaba su renuncia al cargo. Podría parecer una fricción entre dos personas que tienen puntos de vista diferentes, sin más relevancia. Pero lamentablemente se llega tras dejar un auténtico rastro de conquistas políticas de organismos que deberían ser independientes: desde RTVE, a través de la colocación de consejeros afines mientras en València se hacía el recuento de víctimas de la Dana, hasta el cambio de CEO de Telefónica un sábado por la noche.

Pero politizar la gobernanza del Banco de España implica bajar un peldaño más en el camino de la degradación institucional. Es un auténtico desmontaje de lo que los anglosajones llaman checks and balances, es decir, las herramientas de las que nos hemos dotado como sociedad para equilibrar posibles desajustes y abusos de poder, y que están siendo ahora rápidamente conquistadas y ocupadas por peones al servicio del relato político. Un Estado donde no se dispone de instituciones independientes que puedan corregir, criticar o contrastar las afirmaciones del gobierno es un Estado con un grave problema de salud institucional – un diagnóstico que hace tiempo que se atribuye a España, pero que aún puede escalar a niveles mucho más preocupantes si todo ello deriva en el colapso del actual modelo de pensiones, objetivamente insostenible ante las proyecciones de pirámide poblacional que el país tiene sobre la mesa.

La bola de nieve del sistema de pensiones va demasiado rápido, encaminada al abismo. Cuando se juega demasiado cerca del abismo, las situaciones se pueden descontrolar en un abrir y cerrar de ojos. El desafortunado apagón eléctrico del pasado 28 de abril, ahora calificado por parte del diario inglés The Telegraph como “un experimento para buscar los límites de gobernanza de una red con un gran peso de generación renovable”, ha vuelto a poner de moda la catástrofe nuclear de Chernóbil mientras esta se encontraba en plena prueba de estrés. Los ingenieros estaban en contra del planteamiento de la prueba, pero obedecían órdenes políticas. Es un ejemplo preciso de esto mismo: jugar demasiado cerca del abismo, sumar ingredientes políticos, y acabar perdiendo el control de la situación.