Puesto que un fenómeno no alcanza relevancia si no tiene su denominación en inglés, he titulado estas líneas con el término “ageismo”. Es este el que encontraremos en la mayoría de los estudios e investigaciones que se refieren a la discriminación por razón de edad a pesar de que en castellano también existe este concepto y lo recoge la Real Academia Española como “edadismo”.

El edadismo, o ageismo, se manifiesta cuando para valorar el estado físico, intelectual o las capacidades profesionales de una persona, se hace simplemente por su edad. Cuando a esta, por sí sola, se le atribuyen atributos que pueden ocasionar daño, desventaja o injusticia. El edadismo se expresa en prejuicios, discriminación, prácticas y políticas institucionales o laborales que perpetúan creencias estereotipadas. Así lo ha definido el Informe sobre el Edadismo publicado en marzo de 2022 por el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos.

Las últimas encuestas, tanto globales como en España, sobre el mercado laboral señalan que la edad es ya el primer motivo de discriminación laboral, por delante del género. Un ejemplo lo muestra la Encuesta de Sostenibilidad de Michael Page, realizada entre mayo y junio de 2022 entre 4.755 empleados y solicitantes de empleo en Europa. La edad se citó como la causa más común de discriminación. Más de un tercio (34%) de los encuestados afirmaron haber sido discriminados al menos una vez en el último año por su edad. Le siguieron el sexo (23%) y la etnia (22%).

Discriminación que se expresa también en los jóvenes por sus bajos salarios y abusivas condiciones de trabajo, en las exigencias a la hora de la contratación cuando se demanda “mucha juventud y mucha experiencia”, que es tanto como esperar encontrar una cerda que te dé jamones, leche, lana y que ponga huevos.

La discriminación a las personas entre 55 y 65 años, que se expresa en muchas ocasiones negándoles la oportunidad de participar en aquellos proyectos más desafiantes e importantes de la empresa u organización, y aparcándoles en aquellos más tediosos que otros no desean. Apeándoles de la carrera profesional, de los nuevos ascensos, o marginándolos de las ofertas de formación, con argumentos diversos pero todos muy parecidos a: “Para hacer este trabajo se necesita energía y euforia y quizás a su edad ya no tenga suficiente”. Convirtiendo a este colectivo como el prioritario a la hora de despedir en fases de reestructuración o situaciones de crisis. Muchas veces con el falso argumento de promover el empleo en personas más jóvenes y rejuvenecer la plantilla creando un falso dilema, como lo demuestra que aquellas economías con mayor tasa de actividad de las personas mayores tienen, también, menos desempleo juvenil. Falso dilema porque el objetivo real en la mayoría de las ocasiones es abaratar el coste del trabajo con nuevos y más bajos salarios, como está sucediendo en tantas empresas que han conseguido pagar a dos personas de 25 años con el coste de la persona despedida de más de 50.

Combatir el edadismo debería ser un objetivo, como ya viene reclamando la Comisión Europea. Un campo vital para ello pasa por el mercado y por los centros de trabajo. Un objetivo al que deberían estar llamadas todas las instituciones públicas y privadas; también la patronal y los sindicatos incorporando esta materia en la negociación colectiva. Se deben superar los muchos estereotipos negativos que actualmente se aplican a las personas de más de 55 años y que la ciencia desmiente con rotundidad cuando nos dice que, si bien es cierto que existe un deterioro en algunas áreas funcionales como la visión o el oído, la edad aporta habilidades muy valiosas que se adquieren con el tiempo, como es anticipación, sabiduría o eficiencia en la gestión de situaciones adversas. Como afirma Montserrat Llobet, profesora del máster universitario de Sostenibilidad y Gestión de la Responsabilidad Social en la UOC: “la interacción entre los hemisferios derecho e izquierdo (del cerebro) se vuelve más armoniosa, lo que amplía las posibilidades creativas, permite resolver problemas más complejos y aporta mayor claridad de pensamiento para acertar en las decisiones”, lo que podríamos resumir como que los jóvenes van más deprisa, pero los mayores conocen los atajos.

Seguir manteniendo un vínculo causal entre la edad y la capacidad para desempeñar tareas profesionales, ignorando la ciencia, amplifica la idea errónea de que la vejez en sí misma equivale a fragilidad e incapacidad para trabajar, además de abonar una inaceptable e injusta discriminación hacia las personas mayores. Es un desperdicio de recursos en un país precisamente como España, que junto a Italia, tenemos los mayores índices de desempleo de la Unión Europea a partir de los 55 años y dónde sufrimos ya escasez de profesionales en ciertas áreas de la economía. Y también una incongruencia cuando la legislación alarga la edad de jubilación e incentiva alargar las carreras profesionales; a la vez que se discriminan y se expulsan del mercado a las personas cuando tiene más de 55 años o se levantan barreras infranqueables a la hora de poder encontrar nuevos empleos.  

Combatir la discriminación por edad y adaptarse a la diversidad de competencias, géneros, generaciones y culturas es una tarea urgente para las instituciones, organizaciones y empresas. Lo exige una gestión responsable y sostenible. Y merece un esfuerzo de cambio cultural. Por ello, la iniciativa de Inditex de elegir a Ángela Molina, de 67 años, como imagen de Zara es una útil aportación a la lucha contra la discriminación de las personas mayores por cuestión de edad. Como lo es la reciente campaña que ha lanzado el Ministerio de Sanidad de concienciación sobre el edadismo en nuestro país. ¡Que cunda el ejemplo!