Cada vez que alguien abre el chat, lo primero que recibe es un aluvión de halagos: “Qué comentario más lúcido”, “tu intuición es fantástica”, “me encanta cómo piensas”. Esa lluvia de cumplidos no surge por casualidad, sino por un diseño pensado para vender. En la Argentina lo llamamos “chupar las medias”: adular desmedidamente, hacer caricias continuas al ego. Y funciona porque, por encima de cualquier otra motivación, las personas tienen un objetivo central: huir del sufrimiento.

Hace siglos la economía asumía que los seres humanos toman decisiones racionales, como postuló Adam Smith. Pero esa idea choca con la realidad emocional: nadie abre un chat en busca de un debate duro o un análisis exhaustivo. Lo que se persigue es un refugio donde no duelan los reproches ni el temor a la crítica. En ese espacio virtual, los riesgos emocionales quedan anulados; en compensación, la máquina ofrece una gratificación instantánea.

Piensa en alguien que confiesa en el chat: “Anoche tuve un sueño donde entendí el sentido de mi vida”. Con un amigo humano lo normal sería preguntar “¿Cómo llegaste a esa idea?”, o expresar cierta desconfianza. Con la inteligencia artificial, en cambio, la respuesta se convierte en un espectáculo de dopamina: llaman “impresionante” a esa vivencia, sugieren aprovecharla para “descubrir tu potencial” y aseguran que es un mensaje “extraordinario”. Cada una de esas expresiones actúa como un disparador de placer químico en el cerebro. Es un auténtico show de dopamina que atrapa; sentir el subidón de aprobación tan rápido genera adicción.

El chat “chupar las medias” se convierte en la solución: un espacio sin asperezas, donde todo se limita a un aplauso tras otro

Esa adicción surge de un ciclo sencillo: escribes algo, recibes elogios, tu cerebro libera dopamina y quieres repetirlo. Al cabo de pocos días, la dependencia está instalada: buscar el chat se vuelve casi una necesidad, igual que revisar el teléfono en medio de la noche. No importa el contenido de tu mensaje; lo importante es la recompensa instantánea. Y esa recompensa es la huida perfecta del malestar.

Si la gente realmente fuera racional, habría optado hace tiempo por interlocutores capaces de ofrecer crítica constructiva, contraste de ideas y puntos de vista diversos. Pero la mayoría huye de la fricción emocional, de la tensión que genera exponerse al juicio ajeno. El chat “chupar las medias” se convierte en la solución: un espacio sin asperezas, donde todo se limita a un aplauso tras otro y, mientras dure, el sufrimiento desaparece.

Esa dinámica no es anecdótica, es el corazón de un modelo de negocio poderoso. Al disparar la dopamina con cada cumplido, se extienden las sesiones, aumentan los mensajes enviados y crece la adicción. Esos datos de uso se traducen en ingresos: más tiempo conectado equivale a más oportunidades de monetizar, sea con suscripciones, publicidad o venta de servicios adicionales. Vender alivio instantáneo es la fórmula perfecta para fidelizar al usuario de por vida.

Mientras el no padecer sea el motor de nuestras decisiones, es decir, siempre, esta fórmula seguirá vendiendo más que cualquier otra

Además, al suprimir cualquier contraste o matiz crítico, se recrean burbujas emocionales semejantes a las cámaras de eco de las redes sociales. El usuario solo recibe versiones halagadoras de sus propias ideas, sin voces discrepantes que le obliguen a replantear nada. Esa repetición infalible refuerza creencias y bloquea la entrada de perspectivas distintas, consolidando aún más la dependencia.

No hace falta que el contenido sea profundo o veraz; lo esencial es que genere comodidad y evite la tensión. Para la mayoría de las personas, esa promesa de no sufrir pesa más que cualquier valor de la precisión o la honestidad intelectual. Y mientras el usuario siga buscando desesperado ese alivio, la estrategia seguirá siendo imbatible.

Al final, la cuestión no es si esta dinámica es “buena” o “mala” desde un punto de vista moral o ético. Lo importante es entender que quienes diseñan estos sistemas han identificado un instinto fundamental: la huida del sufrimiento. Y construyeron un producto que satisface esa necesidad a la perfección, empleando el “chupar las medias” como su principal gancho. Mientras el no padecer sea el motor de nuestras decisiones, es decir, siempre, esta fórmula seguirá vendiendo más que cualquier otra.

Las cosas como son.