La inteligencia artificial ya no es una promesa lejana ni un experimento en laboratorios. Entra en el corazón mismo del Estado más poderoso del mundo, y lo hace para quedarse. En Estados Unidos, la administración Trump puso en marcha un plan que no busca simplemente incorporar la IA como apoyo, sino convertirla en uno de los motores principales de la administración pública. La idea es simple y contundente: hacer que el Estado funcione más rápido, con menos personas, menos costos y con resultados más precisos.
El número clave es este: el gobierno federal proyecta una reducción de entre un 18% y un 26% de su fuerza laboral en las agencias más automatizadas, empezando por aquellas con tareas repetitivas y procesamientos masivos de datos, como el Servicio de Impuestos Internos, la Administración de Seguridad en el Transporte, la Administración Federal de Aviación y la Oficina de Patentes y Marcas.
No se trata solo de sueldos: se eliminan oficinas, recursos físicos, supervisión intermedia y burocracia secundaria. Se estima que este recorte —junto con los ahorros en tiempo de procesamiento y mantenimiento de sistemas obsoletos— puede representar una reducción de entre 160.000 y 220.000 millones de dólares en el gasto público acumulado durante los primeros cinco años de implementación.
Y lo que gana el ciudadano no es menor. La velocidad cambia todo. Un trámite impositivo que antes llevaba entre 4 y 7 semanas, con múltiples revisiones manuales, puede resolverse en 48 a 72 horas con IA. Eso es una mejora del 85 al 95% en tiempos de respuesta. En patentes, las resoluciones iniciales que demoraban hasta 18 meses ahora pueden emitirse en 4 meses o menos.
En los aeropuertos, el paso por seguridad se reduce de 15 minutos a menos de 2, lo que equivale a una aceleración del 87%. En el sistema de salud para veteranos, las alertas sobre riesgo de suicidio, que podían llegar cuando ya era tarde, ahora se generan en tiempo real, apenas se cargan nuevos datos en la historia clínica.
La IA ya dirige operaciones militares. El Pentágono utiliza un sistema llamado NGA Maven, que procesa imágenes satelitales y de drones para detectar objetivos, combinando luego esa información con audio, texto y datos en tiempo real. Imaginemos un mapa vivo que se actualiza solo, capaz de distinguir enemigos de aliados en segundos.
Un comandante puede tomar mil decisiones en una hora, guiado por una herramienta que analiza todo el terreno en simultáneo. Y esto no es una película: ya hay más de 25.000 militares usándolo. Palantir, una de las compañías detrás de este software, también proporciona sistemas que planifican la logística de tropas en movimiento, como si fueran piezas de ajedrez sobre un tablero donde cada casilla cambia todo el tiempo. Así se gana velocidad, precisión y ventaja.
Pero no se trata solo de la guerra. La revolución también aterriza, literalmente, en los aeropuertos. La Administración Federal de Aviación está probando software de IA para asistir a los controladores aéreos. No los reemplaza, pero sí se encarga de tareas repetitivas, liberando a los humanos para concentrarse en lo esencial.
Como si un copiloto silencioso analizara todos los vuelos en el cielo y dijera en voz baja: “ese avión va a necesitar mantenimiento pronto”, o “allí puede haber una posible congestión”. En un entorno con menos personal y más tráfico aéreo, tener esta inteligencia extra puede ser la diferencia entre un vuelo retrasado y uno que aterriza a tiempo. Es como pasar de tener una brújula a tener un GPS con predicción de tráfico en tiempo real.
En las oficinas de patentes, otro cambio silencioso, pero monumental ya está en marcha. Antes, un examinador humano pasaba horas buscando si una idea era realmente nueva. Ahora, quien presenta una patente recibe directamente una lista con los diez inventos más parecidos, seleccionados por una IA que recorrió miles de registros en segundos.
Así, la persona puede ajustar su solicitud antes de que sea rechazada. Desde julio, será obligatorio que todos los examinadores usen esta herramienta, y se están sumando nuevas funciones que incluso redactan borradores de informes legales. Es como pasar de una bicicleta a una moto en un mundo donde cada día importa.
En los aeropuertos, la IA ya reconoce rostros mejor que los humanos. Más de 200 terminales en Estados Unidos están usando cámaras inteligentes para verificar identidades en menos de un segundo. Y para quienes están preaprobados, se están desarrollando kioscos automáticos donde ni siquiera hace falta que alguien te mire: cruzás, te reconoce y seguís. Lo que antes era una fila de veinte minutos se transforma en un paso fluido. Menos manos, menos demoras, más eficiencia.
La transformación también llega a los impuestos. El Servicio de Impuestos Internos, la agencia tributaria, empezó usando IA como una ayuda para sus empleados, pero ahora se prepara para algo mucho más ambicioso: auditorías inteligentes. En el futuro cercano, el sistema detectará patrones de evasión fiscal antes de que ocurra. Como si fuera un ajedrecista que ya sabe cuál será la jugada siguiente y ajusta el tablero antes del próximo turno. La elusión impositiva, esa frontera gris entre lo legal y la evasión, estará bajo la lupa de una máquina que no se distrae, no se cansa y no olvida.
En el sistema de salud para veteranos, la IA ya se usa para identificar a quienes están en mayor riesgo de suicidio. Con algoritmos que cruzan historias clínicas, traumas, factores personales y hasta condiciones médicas como infertilidad o quistes ováricos, se detectan silenciosamente casos que antes pasaban desapercibidos. Se anticipa el sufrimiento antes de que se exprese.
Todo esto apenas empieza. Lo que viene es aún más profundo. El Estado se vuelve una plataforma inteligente, donde cada decisión puede optimizarse, cada proceso puede acelerarse y cada función puede rediseñarse. Las fronteras entre áreas se disuelven: recursos humanos, sistemas, auditorías, logística; todo converge en centros de decisión alimentados por datos. Como una orquesta en la que cada instrumento toca justo a tiempo, porque hay una partitura invisible que se adapta en tiempo real.
En ese futuro cercano, los impuestos se revisarán automáticamente, y el sistema sabrá anticipar maniobras, detectar inconsistencias antes de que ocurran y prevenir pérdidas. En el ámbito militar, las decisiones serán cada vez más rápidas y coordinadas, con menos margen de error humano. Y en los servicios públicos, desde trámites hasta seguridad, el ciudadano verá lo que más valora: que las cosas funcionen. Sin vueltas. Sin filas. Sin esperas.
Las cosas como son