El paisaje turístico de Catalunya ha dado muestras de una vitalidad excepcional, tejiendo una narrativa de crecimiento que traspasa las meras cifras para inscribirse en el ámbito de las tendencias estructurales. El pasado mes de octubre no fue simplemente un mes bueno; fue un punto de inflexión que ha redefinido las expectativas para las temporadas consideradas tradicionalmente de media.
La cifra, inédita en los datos provisionales de la Coyuntura Turística Hotelera del Instituto Nacional de Estadística, que se remonta a 1999, de 2.094.477 viajeros alojados, simboliza este cambio de paradigma. Superar la frontera psicológica de los dos millones de usuarios en un mes como octubre, alejado de los picos veraniegos, revela una transformación profunda en los hábitos de viaje y en el atractivo del territorio a lo largo de todo el año.
Este logro, un incremento del 8,18% respecto a octubre del año anterior, se sustenta en dos pilares básicos que actúan en perfecta simbiosis. Por un lado, se constata un relanzamiento muy vigoroso del turismo doméstico. Los viajeros procedentes de España, con un crecimiento interanual del 10,87% que los lleva a 674.991 personas, manifiestan una confianza renovada y una predisposición a descubrir o redescubrir los atractivos catalanes.
Por otro lado, la columna vertebral del volumen global, el turista internacional, no solo no flaquea, sino que se consolida con un sólido 6,94% de crecimiento, llegando a 1.419.486 usuarios y representando prácticamente siete de cada diez huéspedes. Esta combinación entre la fortaleza interna y el atractivo exterior constituye el mix perfecto para una situación de bonanza sostenible.
Tan reveladora como la cifra de viajeros es la de las pernoctaciones, que alcanzó las 5.417.015 noches, un 3,74% más, marcando también un récord para este mes. Este indicador, a menudo más significativo que el de meras llegadas, sugiere que no solo llegan más visitantes, sino que estos dedican más tiempo a su estancia. Una estancia más larga se traduce directamente en un mayor impacto económico, que se dispersa de manera más beneficiosa por el territorio, alimentando no solo el sector del alojamiento, sino también el del comercio, la restauración, la cultura y las actividades complementarias, favoreciendo una riqueza más distribuida.
La verdadera magnitud de este éxito se comprende cuando se observa en perspectiva. Que este sea el tercer mes de 2025, después de enero y abril, en que tanto las llegadas como las pernoctaciones batan su récord mensual de forma simultánea, indica que no se trata de sucesos aislados, sino de los síntomas de un ciclo expansivo robusto. Esta secuencia de récords consecutivos dibuja el esbozo de un año absolutamente excepcional y señala una tendencia hacia el alargamiento de la estación alta, hasta el punto de que la misma noción de temporada baja se encuentra en revisión.
Este panorama excepcional, sin embargo, no está exento de retos. Un crecimiento de esta magnitud obliga a una reflexión seria sobre la capacidad de carga de ciertos destinos, la necesidad de gestionar los flujos de visitantes de manera inteligente para evitar fenómenos de sobreturismo y la importancia de incentivar un turismo de calidad, respetuoso con el medio ambiente y el territorio, que favorezca la desestacionalización sin comprometer los recursos naturales y el bienestar de las comunidades de acogida. El reto ya no es solo atraer más viajeros, sino gestionar con inteligencia y visión de futuro el éxito que ya se ha conseguido, asegurando que el motor turístico se mantenga potente y sostenible para las generaciones futuras.
