Los datos publicados este martes por la Oficina Europea de Estadística (Eurostat) trazan un balance de dos décadas desolador: entre los años 2004 y 2024, España ha sido el país miembro de la Unión Europea donde menos ha crecido la renta disponible per cápita de sus familias, con un incremento ínfimo de solo un 11%. Esta cifra, que se convierte en un síntoma de una enfermedad estructural más profunda, sitúa la economía española en una posición de vulnerabilidad crónica, superando por muy poco a Grecia e Italia, dos economías que, de hecho, vieron cómo su poder adquisitivo se contraía en un 5% y un 4%, respectivamente. El contraste con el resto del continente no podría ser más elocuente.
Mientras las economías del este de Europa han experimentado una auténtica transformación, España parece haber quedado encallada en un modelo de bajo crecimiento y escasa capacidad para generar riqueza para los ciudadanos. La lista de los países más dinámicos está encabezada por Rumanía, que ha alcanzado una cifra próxima al milagro con un incremento del 134% de su renta per cápita, seguida de Lituania (95%) y Polonia (91%). Estos datos no solo reflejan un proceso de convergencia con Europa, sino que ponen de manifiesto la existencia de dos velocidades muy diferenciadas dentro del proyecto comunitario.
Los datos de Eurostat permiten contextualizar la precariedad española dentro de un eje mediterráneo debilitado. Los otros estados miembros que han registrado los peores resultados en la evolución de sus ingresos durante este largo período de 20 años son Austria (con un crecimiento del 14%), Bélgica (15%) y Luxemburgo (17%). Aunque estos países presentan cifras mejores que las españolas, su avance también se considera moderado e insuficiente si se compara con la media comunitaria, evidenciando que las economías más consolidadas de Europa Occidental también han sufrido las secuelas de las sucesivas crisis.
Una trayectoria marcada por las crisis y la recuperación débil
El informe de la agencia estadística comunitaria no se limita a una fotografía estática, sino que ofrece una radiografía dinámica de la evolución del poder adquisitivo europeo a lo largo de estos años. La renta per cápita creció de manera sostenida y robusta durante el primer tramo analizado, entre 2004 y 2008, aprovechando la bonanza del ciclo económico anterior a la Gran Recesión. Sin embargo, esta tendencia se truncó súbitamente entre 2008 y 2011, con un estancamiento repentino debido al terremoto financiero global.
Los años 2012 y 2013 supusieron el peor momento, con una disminución efectiva de los ingresos a causa de la resaca económica y las políticas de austeridad. A partir de aquel punto, y tras un profundo batacazo, los ingresos comenzaron a avanzar de nuevo de manera constante hasta la llegada de la próxima catástrofe global: la pandemia, que en 2020 provocó un nuevo retroceso. El año 2021 estuvo marcado por un repunte esperanzador, pero efímero. Tanto en 2022 como en 2023, las rentas de los ciudadanos europeos, y especialmente las de los españoles, continuaron elevándose con una lentitud exasperante, lastradas por la crisis energética, la inflación galopante y la incertidumbre geopolítica.
En este contexto, los primeros datos avanzados para 2024 parecen insinuar, finalmente, una luz al final del túnel, apuntando a una aceleración tan esperada en el ritmo de crecimiento. La gran incógnita es si esta mejor percepción se traducirá, de una vez por todas, en una mejora tangible y sostenida de la renta disponible de las familias españolas, o si, por el contrario, será solo un espasmo más en una trayectoria de estancamiento secular.