El Banco Central Europeo ha convertido la paciencia en su principal arma de política monetaria. En su encuentro mensual de este jueves, el organismo presidido por Christine Lagarde ha decidido mantener los tipos de interés sin cambios por tercer mes consecutivo, una pausa que empieza a alargarse más de lo previsto y que refleja las profundas divisiones e incertidumbres que atraviesan la economía europea.

La decisión, completamente asumida por los mercados financieros, deja la tasa de depósito en el 2%, la tasa de referencia para las operaciones principales de refinanciación en el 2,15% y la tasa de la facilidad marginal de préstamo en el 2,47%. Estas cifras, que podrían parecer técnicas y alejadas de la realidad ciudadana, configuran en realidad el eje central alrededor del cual gira el acceso al crédito, el ahorro y la capacidad de consumo de millones de ciudadanos y empresas de la zona euro.

Christine Lagarde, en su conferencia de prensa posterior a la decisión, ha mostrado un equilibrio. "Hemos progresado significativamente en nuestro camino para retornar la inflación a nuestro objetivo del dos por ciento", ha reconocido la presidenta, "pero el camino por delante todavía está lleno de incertidumbres". Este mensaje, aparentemente contradictorio, resume a la perfección el dilema actual del BCE: cómo celebrar los avances sin bajar la guardia en la lucha contra la inflación. Los términos utilizados por Lagarde delatan una institución que sabe que un movimiento prematuro podría deshacer todas las ganancias conseguidas con tantos esfuerzos. El fantasma de un repunte inflacionario persigue las deliberaciones del Consejo de Gobierno, especialmente después de que los últimos datos hayan mostrado una cierta resistencia a la bajada.

Las cifras de septiembre pintan un cuadro preocupante. La inflación general de la zona euro subió al 2,2 por ciento, pero bajo esta cifra se esconde una realidad mucho más compleja. El verdadero campo de batalla se encuentra en lo que los economistas llaman "inflación subyacente", que excluye los componentes más volátiles como la energía y los alimentos no procesados.

Esta inflación básica, considerada un mejor indicador de la tendencia de fondo, subió una décima hasta el 2,4%. El mensaje es claro: aunque el precio del petróleo y el gas se hayan estabilizado, las presiones inflacionarias siguen activas en el núcleo duro de la economía. Los servicios, especialmente los relacionados con el ocio, el turismo y la restauración, siguen mostrando una inflación persistente que preocupa profundamente a los tecnócratas de Frankfurt.

La inflación no afecta por igual a todos los países de la zona euro, y esta divergencia complica enormemente la tarea del BCE. Mientras economías como la de Chipre disfrutan de una inflación nula, y Francia se mantiene en el 1,1%, otras como Rumanía con un 8,6% o Estonia con un 5,3% siguen luchando contra el descontrol en los precios. España ocupa una posición intermedia preocupante. La inflación española se ha acelerado tres décimas hasta el tres por ciento, superando por primera vez en meses la media de la zona euro. Este repunte, unido a la pérdida de poder adquisitivo que arrastra el país desde hace años, pone de relieve las diferentes velocidades económicas dentro de la Unión Monetaria y cuestiona la validez de una política monetaria única para realidades tan diversas.

Fuentes cercanas al Consejo de Gobierno revelan que el debate interno es intenso y cada vez más polarizado. Por un lado, las "palomas" argumentan que la economía europea claramente se está enfriando y que mantener los tipos de interés demasiado tiempo en niveles restrictivos podría provocar una recesión evitable. Por otro lado, los "halcones" insisten en que la inflación sigue por encima del objetivo y que cualquier relajación prematura sería un error histórico comparable a los cometidos durante la década de los setenta. Esta división se refleja en las actas de las reuniones anteriores, donde se aprecia un consejo dividido entre los que presionan para un inicio rápido de las bajadas y los que abogan por mantener la posición actual hasta bien entrado 2024.

Mientras el debate teórico continúa, la economía europea ya nota el efecto de los tipos de interés elevados. El crédito a las familias y empresas se ha encarecido notablemente, las hipotecas han experimentado subidas importantes y los proyectos de inversión empiezan a mostrar signos de desaceleración. El sector inmobiliario, especialmente sensible a los tipos de interés, ya registra una caída en las transacciones y un cierto alivio de los precios en algunos mercados. Las previsiones de crecimiento para la eurozona han sido revisadas a la baja por varias instituciones internacionales, y la sombra del estancamiento económico empieza a proyectarse sobre países como Alemania, el tradicional motor europeo que actualmente lucha por evitar la recesión técnica.