Mario Conde nació en 1948 en una familia de clase media de Tui, un pueblecito gallego fronterizo con Portugal que resistió más de lo previsto a Franco y sufrió una represión feroz. De pequeño estudió en los Maristas de Alacant, otra población traumatizada por la dictadura donde fue destinado el padre, que era inspector de Aduanas. No sabemos qué ideología tenía el progenitor pero cuando Conde hizo los 13 años le regaló un libro de Nietzsche y le dijo: “Hijo mío, un libro es un arma, aprende a utilizarla.” 

Hasta los veinte pasados, Conde fue un chico obediente y un poco encantado. Un día iba por la calle y tropezó con tan mala suerte que una bicicleta le pasó por encima de la garganta y casi lo mata. Estudió derecho en la Universidad de Deusto porque su padre así lo decidió. Hizo oposiciones a abogado del Estado también por voluntad del padre, que quería que fuera diplomático, pero después cambió de opinión. En la escuela era un estudiante del montón. Sus notas no se disparan hasta el segundo curso de Derecho, cuando conoce a su primera mujer.

Después de licenciarse en Deusto en el primer puesto de su promoción y de pasar las oposiciones de abogado del Estado con la calificación más alta de la historia del cuerpo, Conde se casa y empieza a contradecir a su padre. Con sólo tres años de carrera funcionarial, abandona el derecho público y pasa al sector privado. A los 28 años ficha por una empresa farmacéutica y a los 35 es tan rico que ya tiene la vida resuelta. En 1987 cierra la operación económica más importante realizada en España hasta entonces junto con Juan Abelló –el hombre que lo había contratado diez años atrás. 

Con el dinero y el euforia de las comisiones, Conde y Abelló compran acciones de Banesto y son nombrados vicepresidentes de la entidad. Banesto se enfrenta entonces a una OPA hostil del Banco de Bilbao. Para defender la inversión y sin saber mucho dónde se metía, Conde consigue que lo hagan presidente contra la voluntad del Banco Central y de las grandes familias del negocio. Con 39 años, salva el banco de la OPA y se convierte en uno de los hombres clave del sistema financiero. Está a punto de descubrir cómo funciona el poder y hasta qué punto los bancos son un instrumento político del Estado español. 

Envanecido por los éxitos que había encadenado y por las relaciones que iba haciendo, la ambición de Conde se desborda. A la vez que hace amistad con Felipe González, Juan de Borbón, y el mismo rey Juan Carlos, empieza a dar lecciones a políticos, jueces, empresarios, banqueros, periodistas, a todo el mundo que tiene poder en España. Conde quiere ser el mejor banquero, el mejor político, el mejor empresario y, si es necesario, el mejor bailarín de flamenco. Quiere ser el mejor en todo y se indigna cuando descubre maneras de hacer poco legales o éticas que cualquier hijo de una familia con pedigrí daría por descontadas. 

No entiende porque las entidades regalan dinero a fondo perdido a los partidos, con facturas falsas. O porque las esferas de poder están llenas de inútiles nombrados a dedo. Acostumbrado durante años a triunfar con solo el concurso de la inteligencia y el esfuerzo, no entiende que pueda haber personas menos brillantes que él con más poder, o que a medida que sube en el escalafón social no encuentre a personas mejor preparadas o con un espíritu más audaz y vertebrado. 

Con el cambio de mentalidad que introduce la caída del Muro de Berlín y la crisis que sufre España a primeros de los años noventa, Conde acaricia la idea de convertirse en el líder de un partido que regenere el país. Fraga declara, mientras Aznar lucha por afianzar su poder, que no le importaría que el banquero liderara la nueva derecha española. En 1993 el presidente de Banesto es nombrado doctor honoris causa por la Universidad Complutense de Madrid. La ceremonia, presidida por el rey Juan Carlos, reúne a la flor y nata de la capital y parece que tiene que consolidar una ascensión que lo ha convertido en la encarnación del sueño americano a la española. 

A partir de ahí, Conde entra en una espiral de conspiraciones y luchas por el poder que acabarán llevándolo a la prisión. Algunas fuentes dicen que Narcís Serra convenció a Felipe González de que se pusiera de acuerdo con Aznar para acabar con él. Años después, en la presentación del libro Memorias de un preso, Luis Maria Anson explicó que en un primer momento González ofreció a Conde comprarle las acciones de Banesto a cambio de que se marchara unos cuantos años de España. Un poco como si fuera Oscar Wilde, según esta versión -confirmada por otras fuentes- el banquero habría decidido que prefería ir a la guerra y habría tenido su particular De Profundis. 

Convertido en el cabeza de turco de la cultura del pelotazo, la Nochebuena de 1994 Conde ingresaba en prisión por primera vez, acusado de apropiación indebida, delito que él sigue negando y que en un país donde los partidos se financian con facturas falsas debía percibir como algo arbitrario. El mismo año Conde publica su primer libro: El sistema. Mí experiencia del poder. En 1998 vuelve a ingresar en prisión y, recién salido, se presenta sin éxito a las elecciones generales del 2000 al frente de un CDS en ruinas. En 2001 la Audiencia Nacional lo condena a 14 años y cuando Conde recurre al Supremo, la justicia le aumenta la pena hasta 20, desoyendo una sentencia de la ONU que pedía repetir el juicio. 

Cada vez más sólo, Conde se va convirtiendo una figura quijotesca, que tanto puede evocar Ruíz Mateos como Joahn August Suter, Sebastian Casteillo o otras sombras de la historia. La gente lo mira con una mezcla de pena y de curiosidad por el tesón que pone en proclamar su inocencia y cargar contra jueces y políticos. Durante 12 años, el sistema que él denuncia lo mantendrá ocupado viviendo pendiente de los tribunales. En total, Conde cumplirá unos seis años de condena repartidos durante 12 años. En prisión, se levanta más temprano que el resto de reclusos. Salta a la cuerda durante una hora y realiza varios ejercicios para no acabar loco ni desmoralizarse. De vez en cuando mantiene correspondencia con algunos fans, como un vástago de la estirpe de los Valls y Taberner, del Banco Popular.

En 2007, cuando empieza a remontar, su primera mujer -que siempre lo apoyó- muere de una enfermedad que él atribuirá al impacto emocional de su desventura. A partir de ahí, el exbanquero trata de reinventarse con un discurso de cariz místico basado en la experiencia de la prisión y las lecturas que hizo para sobrevivir a la caída. Cita a Buda, cita a Jesucristo, habla de los cátaros que lanzaban cantando a la hoguera de Montsegur. Asegura que se ha desenganchado de las vanidades terrenales y que la prisión le ha ayudado a conocerse mejor. Pronuncia el discurso del hombre desengañado que se resiste a dejarse llevar por el rencor.  

En 2009 publica La palabra y el Tao, Memorias de un preso y Cosas del camino. En 2010 saca la autobiografía Días de gloria, que vende más de 100.000 ejemplares la primera semana y que dará pie a una miniserie. El mismo año publica Economía y espíritu, un dietario que explica como la crisis empieza con los ejecutivos que hablan inglés y se piensan que si sabes qué es el cash flow estás eximido de tener una mínima formación humanística y espiritual. En la portada del libro, Conde aparece con aires de gurú, vestido con camisa blanca abierta al estilo de los anuncios de colonia. 

En 2011 el financiero publica De aquí se sale, también sobre la crisis, y registra el partido Sociedad Civil y Democracia. En 2012 se presenta a las elecciones del Parlamento gallego, sin éxito, con un discurso parecido al de Ciudadanos, de regeneración y unidad nacional, pero revestido de misticismo y de capitalismo de corazón grande. En 2013 dimite de la presidencia del partido, pero no se desanima: Publica La hora de la Sociedad civil, otro libro de la misma temática que los anteriores y también, si se quiere, del discurso que había pronunciado en la cerimonia del honoris causa, veinte años atrás, en el cual ya habló de corregir los excesos del mercado y profundizar en los mecanismos democráticos.

Fugazmente casado por segunda vez el 2010 con una profesora de Derecho Constitucional, en los últimos años Conde se ha paseado por tertulias y programas de televisión como El gato al agua, 12 mujeres sin piedad o Las noches blancas de Sánchez Dragó. Alguien más prudente se habría ido al extranjero a disfrutar de la fortuna que le quedaba. Conde tenía que demostrar que no estaba derrotado, mientras esperaba la ocasión de asaltar al poder político otra vez, ahora que las instituciones se tambalean y que Podemos ha popularizado su discurso sobre la casta y las perversiones de la democracia española.  

La semana pasada, cuando todo el mundo hablaba de los papeles de Panamá, la policía lo volvió a detener. Un financiero me decía que probablemente el dinero que traía del extranjero es suyo “de toda la vida”, no de Banesto. Después de lo que hemos visto en los últimos años con los bancos, el caso de Conde dice más de lo que pasa cuando desafias solo el poder que de la corrupción de un hombre que llegó a la vida pública más rico que un jeque árabe. Otra cosa es que los articulistas engordados de Madrid vendan la película de la avaricia, que contribuye más a la estabilidad social –como la castidad de las mujeres en otras épocas.

A Conde lo ha matado la vanidad de querer ganar, la necesidad tener razón en un mundo sin mucho sentido y un país bastante absurdo, picaresco y obscurantista. A los triunfadores que vienen de la nada, que en España son muchos, a menudo les cuesta entender que el progreso necesita tiempo i sedimentación. El caso de Conde debería de servir para que muchos políticos aprendieran que la indignación siempre es contra uno mismo. Tu te empiezas indignando, le coges gusto y como le pasó al financiero acabas tus días yendo a las tertulias fachas y saliendo con jovencitas que beben pepsi cuando las llevas a cenar al restaurante.