No es extraño que Alfonso Guerra haya vuelto a sacar la cabeza estos días para pedir la aplicación del artículo 155, como si estuviéramos todavía en la época de la Trinca. Pocas figuras de la política española explican tan bien la inconsistencia de los materiales humanos que sirvieron para alzar la España de la Transición.

Nacido en 1940, en una familia sevillana humilde y muy numerosa, Guerra es la máxima expresión del ande yo caliente, ríase la gente que ha forjado la unidad de España desde los tiempos del Lazarillo de Tormes. Atrevido, astuto y ambicioso, pero a la vez sumiso y complaciente, todo lo que ha acabado haciendo en la vida lo debe a la apuesta que la CIA y los alemanes hicieron por el PSOE, al final de la dictadura.

En los años setenta, los socialistas españoles eran cuatro gatos. Los líderes del partido vivían en el exilio y se habían ido haciendo viejos. Los catalanes iban por su cuenta, igual que siempre. Guerra se había licenciado en Filosofía y Letras con una beca del Estado y regentaba una librería en Sevilla que se llamaba Antonio Machado. Desde allí lideraba el minúsculo PSOE andaluz y dirigía revistas contraculturales.

Alfonso Guerra - ACN

Con la ayuda de la socialdemocracia y de los americanos, Felipe González fue nombrado secretario general del PSOE en el congreso de Suresnes de 1974. Guerra fue escogido secretario de información y prensa y se convirtió en su mano derecha. Eran amigos de la universidad y formaron un tándem ganador, en aquella España inculta y asustada.

González, que es un hombre que vive solo en un castillo de hielo, hacía el papel de andaluz cálido y amable. Guerra, que es un hombre empático, que tiene un lado tierno y amoroso en el trato con la familia y los amigos, le hacía el trabajo sucio, desplegando una agresividad despiadada contra los adversarios de dentro y fuera del partido.

En una época en la cual todo el mundo iba con pies de plomo, Guerra destacó por una oratoria virulenta, que excitaba los bajos instintos de los votantes y ponía sal en las heridas de la historia. Con la seguridad que le daba formar parte de la solución escogida para estabilizar España, utilizó el anticatalanismo, el resentimiento de clase y el subdesarrollo de Andalucía sin ningún escrúpulo.

Hombre de palabra fácil, la habilidad comunicativa lo fue empujando a tomar actitudes cada vez más impulsivas, demagógicas y maquiavélicas. El PSOE había traicionado su pasado republicano, y el estilo descamisado y populachero de Guerra iba bien para untar la vanidad de los perdedores de la historia. Capacitado para mentir sin vacilar, Guerra encontró en la política una forma de canalizar su vocación de seductor donjuanesco, frustrada por un físico esmirriado que no lo acompañaba.

Durante más de una década, manejó a toque de pito a los militantes de su partido, aprovechando importancia que el PSOE había cogido como legitimador de la monarquía y de la nueva democracia. Sectario y controlador, dentro de la familia socialista se le llamaba el relojero, por el conocimiento que tenía de los mecanismos internos del PSOE. Sus frases lapidarias se hicieron legendarias, y se le empezaron a atribuir muchas más de las que decía.

Alfonso Guerra - Efe

En 1988 Guerra utilizó un avión de las fuerzas aéreas del ejército para evitar un atasco de tráfico cuando volvía de vacaciones con la familia. El mismo sentimiento de impunidad, mezclado con su sentido de la fidelidad tercermundista, le obligaría a dimitir del Gobierno en 1991, cuando estalló un caso de corrupción protagonizado por uno de sus trece hermanos.

Vicepresidente del gobierno entre 1982 y 1991, Guerra ayudó a toda su familia a colocarse y enriquecerse. Su hermano Juan, que era vendedor de enciclopedias y venía de cobrar un subsidio de 30.000 pesetas, fue contratado como asesor de vicepresidencia con un sueldo de 130.000. Cuando se descubrió que no solamente no hacía de asesor sino que aprovechaba el despacho oficial para hacer negocios ilícitos, la carrera de Guerra quedó tocada.

Refugiado en el partido, fue perdiendo peso, si bien todavía pudo humillar a Raimon Obiols y otros dirigentes del PSC. En 1997 dejó la vicepresidencia del partido, siguiendo a González que había perdido las elecciones ante Aznar. Desde entonces, se ha limitado a presidir la fundación Pablo Iglesias y a hacer alguna declaración más o menos pintoresca.

En el 2014, en pleno revuelo del 9-N, dejó el escaño del Congreso, que ocupaba desde 1977. Fidel a su estilo populista, de Lerroux, que insultaba los burgeses y comía en sus restaurantes, todavía presumió de los años que llevaba cotizando en la Seguridad Social. 

Entonces no estaba tan claro como ahora que el PSOE había destruído su capital político gracias a figuras com la suya, que han preferido envolverse con la bandera y mantener a los españoles en la ignorancia, que aprovechar la democracia para enfrentarse en serio a los traumas y los vicios del pasado. Cuando Franco murió en la cama, dificílmente la capa que gobernaba se podía imaginar que encontraría en la izquierda a bufones tan dóciles y fieles.