El fotógrafo Jordi Borràs nació en 1981 pero ha mamado franquismo desde bien pequeño. En 1979, el alcalde de su pueblo, Gandesa, decidió que la calle Miravet se tenía que llamar calle de Ramón Serrano Súñer. Cinco años más tarde el mismo alcalde, ahora ya de CiU, declaró Serrano Súñer hijo predilecto de la población y le encargó leer el pregón de la fiesta mayor.

Para situarnos, este hombre fue el principal responsable del envío de catalanes y españoles a los campos de concentración nazis. Impulsó la creación de la División Azul y preparó el encuentro entre Hitler i Franco en Hendaya, junto con Heinrich Himmler, el arquitecto de las SS y jefe de la policía nazi. Con Himmler pactó la colaboración de España con la Gestapo que permitió fusilar al president Companys y a Joan Peiró.

El hijo del editor más importante de la época franquista, Josep Vergés, asegura en un libro que, hablando de Hendaya, su padre siempre le decía que, escuchara lo que escuchara, tuviera claro que si Franco no había entrado en la segunda guerra mundial no era por otro motivo que la negativa de los alemanes de encargarse del problema catalán. Incluso suponiendo que fuera una fantasía del editor de Josep Pla, queda claro en qué clima de terror gobernó este curioso hijo predilecto de Gandesa

Serrano Súñer fue cesado como ministro de Exteriores cuando los alemanes empezaron a perder la guerra y la Falange se convirtió en un problema para pactar con los americanos. Dicen que con los años se volvió liberal, pero quizás sólo era un barniz producido por la influencia que los americanos cogieron en el mundo y en España. El hecho es que el cuñadísimo fue procurador de las cortes franquistas hasta 1957 y que, en sus memorias, se lava las manos de las atrocidades ocurridas bajo su mandato. 

Serrano Súñer se marchó de este mundo en 2003, con 102 años, pocos días después de que un grupo de exdeportados presentara una querella criminal en un juzgado de París por delitos de Genocidio. A pesar de morir tan viejo, no tuvo tiempo de ver cómo Gandesa se llenaba de esteladas. A duras penas vio cómo el independentismo conseguía retirarle el título de hijo predilecto de la ciudad con el voto en contra del PP.

Mientras el cuñado de Franco vivió, la idea de colgar una bandera independentista en el balcón, como hacía la familia de Jordi Borràs, estaba muy mal vista, en Gandesa. “Durante los años 80 y 90 –me explica- nosotros éramos los únicos o casi los únicos que colgábamos la estelada. De hecho, hasta los años 90 en la festa major de Gandesa se colgaban banderas españolas”. 

- ¿Y se hablaba mucho el castellano? –le pregunto por preguntar, recordando que cuando murió mi abuelo en 1976 adornar un ataúd con una señera de estas que ahora reivindica el unionismo era un escándalo, y que en el año 2000 mi abuela todavía murió pasando por una loca radical.

- Que va, en Gandesa sólo hablaban castellano la guardia civil y Serrano Súñer. Pero había mucho miedo. El poso de 40 años de dictadura y de hegemonía de unas élites que no han ajustado nunca las cuentas con el pasado, de hecho todavía está vivo. Hace un año, cuando saqué mi libro de fotografías sobre la ultraderecha, mi abuela me miró a los ojos y me dijo resignada y asustada: “Te matarán”. 

Borràs y su familia tienen muy viva la memoria de la guerra civil. Gandesa fue una plaza importante en la batalla del Ebro y es habitual entrar en una casa y ver una vaina de obús haciendo la función de paragüero o de jarrón para las flores. También me dice que es fácil encontrar huesos humanos en los márgenes de los campos y que la Serra de Pàndols i de Cavalls está sembrada de cadáveres. Además, Borràs ha crecido en plena democracia viendo cómo una de las figuras más odiosas de la dictadura se paseaba por el vecindario con todos los honores, mientras en las porterías los viejos susurraban que las cosas que los franquistas habían recogido cuando entraron en Gandesa estaban en su casa. 

Si se piensa bien, lo que sería extraño es que no hubiera desarrollado una cierta sensibilidad contra la hipocresía que gastan algunos políticos y activistas aficionados a relacionar a los partidarios de la independencia con el nazismo. Teniendo en cuenta las cosas que ha vivido tanto en Gandesa, como haciendo de fotógrafo, es normal que se haga preguntas y que mire de responderlas en libros y artículos. Lo que resulta extraño es que TV3 pase por hacer propaganda a favor del independentismo y luego sea incapaz de profundizar en el significado de algunas imágenes chocantes que se ven en las manifestaciones unionistas.  

“En la manifestación constitucionalista de 2012 celebrada en Plaça Catalunya –me explica Borràs- me llamó la atención ver una pareja que llevaba un brazalete con la estrella de David y a su lado unos chicos con la bandera del águila franquista y la cruz celta. Un año más tarde, también haciendo fotografías para un medio, me di cuenta de que el cordón de seguridad que protegía a Sánchez Camacho, Albert Rivera y otros dirigentes políticos en la cabecera de una manifestación constitucionalista estaba formado por miembros de Falange que había visto en Montjuïc unos meses atrás”.

El hecho de seguir la información a pie de calle, y no cómodamente acomodado en una silla de oficina, ha dado a Borràs una visión muy cruda y directa del conflicto político en Catalunya. Borràs empezó a interesarse por el españolismo a través de imágenes pintorescas como las descritas. En el acto de fundación de Sociedad Civil Catalana, para poner otro ejemplo, un alocado aplaudió un discurso contra el independentismo gritando: “Nazis!”. De repente, Borràs recordó que le sonaba el tipo que había visto en la entrada charlando con uno de los dirigentes de la nueva organización: Lo recordaba de una concentración de ultras.

Quizás porque somos de la misma generación educada en democracia, si hacemos memoria Borràs y yo tenemos recuerdos parecidos en este ámbito. Ahora parecerá imposible, pero en 1989 un grupo de adolescentes adoctrinados en las escuelas pujolistas todavía me amenazó con lanzarme al agua del puerto del Masnou, si no les hablaba en castellano. Borràs también ha sufrido alguna escena desagradable en el barrio de Gràcia, donde ha vivido, a causa de la lengua. "Y qué catalanohablante un poco militante no lo ha vivido"?, me pregunta resignado. Por más que algunos diarios intenten hacer un drama de las reivindicaciones lingüísticas de los académicos, o de los referéndums de autodeterminación, los hechos son muy tozudos.

En el primer 12 de octubre que se celebró en Plaça Catalunya –me cuenta Borràs- un chico subió al escenario con una estelada con la intención de quemarla y antes de que tuviera tiempo de sacar el mechero ya le habían metido un saco de hostias. En esta última edición -añade-, un chico que pasaba por Plaça Catalunya con una camiseta estampada de motivos indepes tuvo que refugiarse en un hotel que acabó con los cristales rotos. "¿Tú has visto que lo explicaran en alguna televisión o en algún diario?", me pregunta conteniendo la indignación.

“El españolismo -afirma abalanzándose en la mesa del bar, como si me quisiera coger por las solapas y decirme: “haz algo tío”- es muy hábil. Ha sabido apropiarse del discurso victimista y girar el pasado negro de Europa y de España contra el independentismo”. Eso le molesta mucho y los últimos años se ha dedicado a investigar y a denunciar la porosidad que hay entre las organizaciones unionistas y la extrema derecha. “Yo no he visto nunca un símbolo fascista en una Via Catalana, en cambio me he hartado de verlos en concentraciones constitucionalistas y del 12 de octubre. Me parece que esta diferencia se debería de estudiar y documentar”.

La tarea de documentación le ha costado amenazas de muerte, tanto verbales como escritas. También le ha costado empujones y momentos de tensión. El otro día en un desfile de los legionarios en l'Hospitalet, un grupo de mujeres retuvo a un fotógrafo de un diario español pensándose que era él. El pobre chico no quedó libre hasta que la redacción del diario confirmó que Jordi Borràs no era el hombre que las señoras retenían. Hace unos meses Pedro Chaparro, uno de los detenidos por el ataque a Blanquerna de Madrid, invitó a sus camaradas a propinarle una paliza, si tenían la ocasión. Naturalmente, el fotógrafo ha dejado de cubrir manifestaciones ultras y unionistas. 

Aun así, una parte del trabajo ya está hecho. Después de publicar Warcelona, una historia de violencia (2013), y Plvs Vltra. Una crònica gràfica de l'espanyolisme a Catalunya (2015), Borràs ha sacado Desmuntant Sociedad Civil Catalana. El libro trata de explicar quién financia y quién mueve los hilos de esta organización que nació para contrarrestar el éxito de l'ANC. Como era de esperar los chicos de SCC se han enfadado mucho. Uno de sus dirigentes, que es compañero mío de tertulia en Catalunya Ràdio, abroncó al prologuista del libro en directo sin que viniera para nada a cuento. Según él, el libro es una sarta de difamaciones y de mentiras podridas. 

A mí, justamente me parece que el problema que tiene el libro es que intenta ser tan cuidadoso a la hora de presentar pruebas que acaba siendo un laberinto de nombres y de relaciones familiares y políticas. Borràs no ha podido contar con la colaboración de la organización para hacer el reportaje. Algunos de los documentos que publica le fueron filtrados por un anónimo que se comunicaba con código cifrado y que le dejó un archivo en una carpeta de un Mac de una tienda de Apple. Para poder escribir el libro, Borràs ha aceptado hacer entrevistas estrafalarias, ha rastreado cuentas de Twitter, ha exprimido su archivo fotográfico, y ha tenido que vigilar que no le endosaran pruebas falsas. Además, por motivos de seguridad, desde hace un tiempo mantiene su localidad de residencia en secreto.

Borràs trata de hacer emerger una intrahistoria tan complicada de explicar como la que llevó al alcalde convergente de Gandesa Joaquim Jardí a ponerle una calle a Serrano Súñer –una calle que en principio tenía que ser toda una plaza. Una explicación que se me ha dado es que Serrano Súñer favorecía los negocios inmobiliarios de Jardí y que Pujol dejó pasar esta amistad por miedo que algunos de sus alcaldes se apuntaran a la UCD. En el caso del libro que nos ocupa, Borràs no hace especulaciones y se limita a hacer preguntas y a exponer hechos contrastados. 

Por ejemplo, se pregunta porqué la documentación interna de la asociación contemplaba la expansión al conjunto de los países catalanes, si sus miembros niegan la validez política de este término. También demuestra que sólo un 2.9 por ciento del millón de euros de presupuesto que la organización tuvo en 2014, salió de las aportaciones de los socios y de los chiringuitos en la calle. Borràs no necesita, ni siquiera, hacer explícito como resulta extraño que el 97 por ciento de los ingresos de una organización que pretende representar a la sociedad civil catalana salgan de aportaciones anónimas imposibles de rastrear.  

Otra cosa que explica es que Jorge Moragas, la mano derecha de Rajoy, el hombre que utilizó a Victoria Álvarez para hacer saltar el caso Pujol, es cuñado de Míriam Tey, fundadora destacada de SCC e impulsora del Centro Libre de Cultura y Arte, una de sus organizaciones satélite. Teniendo en cuenta el currículum que Moragas tiene en la defensa de la unidad de España se puede dar por hecho que SCC tiene vía directa con la Moncloa. De lo que no habla Borràs es de los rumores que sitúan el nacimiento de SCC en los servicios de inteligencia que controla Soraya Sáenz de Santamaría. “Lo he oído, pero no lo puedo demostrar y, por lo tanto, no toco el tema”.

En definitiva, el libro refuerza la tesis de Borràs de que el españolismo catalán está constituido por un entramado de gente y de organizaciones que mezcla partidos representados en el Parlament con grupúsculos y figuras procedentes del falangismo y del integrismo católico. "¿Para hacer el libro pudiste hablar con Joaquim Coll?", le pregunto. “Me sacó de encima de mala manera. En cambio, Josep Ramón Bosch me atendió muy bien”, me dice. Eso, claro, fue antes de que Borràs forzara su dimisión como presidente de SCC, haciendo pública la doble vida que llevaba como activista de extrema derecha en las redes sociales. 

En Austria, le explico a Borràs, los historiadores y los políticos pronunciaron el discurso victimista hasta bien entrados los años 80. Hay casos de nazis destacados que murieron entrado el siglo XXI, después de una carrera dedicada a gestionar los servicios de atención psicológica a los ciudadanos traumatizados por los campos de concentración. Si hacemos las cuentas, no vamos tan mal, es lógico que los fantasmas del franquismo salgan ahora, y que los hijos y los nietos de la dictadura nos quieran dar lecciones de democracia. Si Austria tiene alguna cosa en común con España es que los americanos la salvaron de las vergüenzas de la historia para luchar contra el comunismo.

- Estoy de acuerdo con lo que dices. Pero me sabe mal que el independentismo no aproveche mejor las debilidades discursivas del unionismo. Ellos no nos perdonan ni una, mientras que nosotros parecemos bobos.

- Quizás nuestros políticos ya están cómodos con el empate infinito.

- Pues yo no estoy nada cómodo. A me saldría mucho más a cuenta vivir de la fotografía de moda. Las horas dedicadas a averiguar cosas de Sociedad Civil Catalana o a documentar las manifestaciones unionistas no me las pagará nadie. Si me dedico a eso, no es sólo porque me gusta meterme en problemas, sino porque quiero que algunas cosas cambien un poco. Yo no entiendo mi militancia como una forma de fanatismo, sino como un servicio a la verdad.