Este lunes, Liah Greenfeld pronunció una conferencia en el CCCB a propósito de la traducción de su libro Pensar con libertad. El ensayo recoge una serie de textos sobre el nacionalismo que se cargan las teorías grises y deshumanizadas de Ernest Gellner y otras vacas sagradas del mundo académico castradas por los traumas del siglo XX.

Como pasa con algunos judíos desplazados por las locuras europeas, Greenfeld tiene una visión de la historia excéntrica, pero sugerente. Su tesis, desarrollada en varios libros, es que el nacionalismo ha tenido un papel tan central en la construcción de la idea moderna de libertad que actualmente es el motor más potente de la globalización.

"Oponer el nacionalismo a la democracia es un error grave –me dice. El nacionalismo es un elemento esencial de la vida social y política. Es la construcción cultural a través de la cual la democracia aparece y se desarrolla en el mundo moderno."

Según Greenfeld, la mala prensa que tiene el nacionalismo "nubla" el entendimiento de los políticos y los intelectuales occidentales y les impide resolver los conflictos nuevos con eficacia. "Buena parte de los diarios y de los políticos -me suelta- piensan que el mundo tiene que ser homogéneo, pero la única homogeneidad que hay en el mundo de hoy, precisamente, es la emergencia de la conciencia nacional en todas partes."

Nacida en la Unión Soviética y formada en Israel y en los Estados Unidos, donde llegó de la mano de un académico judío que perdió a la familia en Auswitch, Greenfeld lamenta que se utilice Hitler para estigmatizar el nacionalismo. Considera que esta estigmatización se ha convertido en un medio para frenar cambios sociales que no interesan a determinadas clases dirigentes.

El islamismo mismo, me dice, disfraza conflictos de fondo que tradicionalmente habían sido canalizados de forma positiva por el nacionalismo. En Catalunya -me recuerda-, "el nacionalismo ha tenido mucha importancia en la lucha por la dignidad individual y colectiva". A veces Greenfeld pide a sus alumnos que dibujen el nacionalismo en un papel y se encuentra con que le pintan banderas y fusiles.

- Las banderas y los fusiles no expresan el significado esencial del nacionalismo" –me dice.

- Y pues, ¿qué deberían dibujar? -pregunto.

- En el libro explico que, después de debatir, algunos estudiantes me dibujan una bola del mundo con mucha gente que trata de expresarse. Cuando alguien habla de liberar su país o de hacerlo grande, todo el mundo se pone a la defensiva sin tener en cuenta que, tradicionalmente, el nacionalismo ha servido para empoderar a los débiles y los desposeídos."

Cuándo le pregunto porque el nacionalismo está tan estigmatizado en España, resopla, y dice que hay una serie de razones históricas y políticas que hay que superar "con urgencia". La autora considera que el nacionalismo entró en España a través de Catalunya y que buena parte de los choques que hay entre Madrid y Barcelona vienen del hecho de que mientras que los catalanes tienen una conciencia nacional fuerte, los españoles prácticamente no la tienen desarrollada.

- En España, el antiguo Régimen puso tantas resistencias que Franco fue el primero que intentó modernizar el Estado a través de un proyecto nacionalista. El problema es que lo hizo intentando unificar por la fuerza lo que no se podía unificar y por eso su proyecto nacionalista no sólo quedó abortado, sino que ha dejado un mal recuerdo.

Según Greenfeld, el nacionalismo nace en Inglaterra en el siglo XVI, después de la llamada guerra de las dos rosas. "Hasta aquel momento la identidad del individuo se articulaba a través de la sociedad feudal y era cerrada y poco flexible. La imagen que el hombre tenía de él mismo estaba muy determinada por la religión y por el estamento al que pertenecía."

La guerra de las dos rosas extinguió la casa de los Plantegenet y dejó a la nobleza inglesa debilitada. La dinastía emergente, los Tudor, "creó una nueva aristocracia abriéndose a gente del pueblo" y eso tuvo un efecto inesperado. La idea de nación, que entonces sólo representaba una élite, se fue mezclando con la idea de "gente" o de "pueblo", que hasta entonces se asociaba a la rebeldía, la suciedad y la incultura.

El primer pueblo que desarrolló una conciencia nacional moderna –me asegura a Greenfeld-, fueron los ingleses. El nacionalismo inglés surgiría de la necesidad de justificar el nuevo orden creado por los Tudor. "Aquellas personas de sangre roja que se encontraron ocupando el lugar que había ocupado la casta de sangre azul, tuvieron que darse una explicación a ellos mismos y a los otros, y de aquí salió un nuevo sistema cultural que revolucionó el mundo."

El cambio de mentalidad que el nacionalismo produjo en Inglaterra se extendió de maneras diferentes en América y en el Continente. En Europa, los primeros en importar el nacionalismo fueron los franceses. Los aristócratas de la corte de Luis XIV, y los ilustrados después, quedaron tan deslumbrados por la vitalidad de la sociedad inglesa que abrieron las puertas al nacionalismo sin entender qué significaba. Eso hizo que en vez de dar pie a una democracia liberal, el nacionalismo acabara provocando la Revolución Francesa.

En Francia, el nacionalismo no se interpretó sobre la base del individualismo, sino sobre la base de la unidad. Si el nacionalismo inglés y americano ve la nación como una agregación de individuos libres con intereses diferentes, en Francia se define a través de una idea singular mitificada: la patrie. A diferencia del we the people, la patrie no invoca la pluralildad. En Francia, la nación es independiente de la voluntad de la mayoría y tiene tendencias autoritarias porque necesita a un líder cualificado que la interprete.

Según Greenfeld, todavía hay un tercer tipo de nacionalismo que es el ruso. El nacionalismo ruso es fruto del siglo XVIII. Está marcado por la victoria del absolutismo francés en la guerra de sucesión y por la influencia que eso tuvo en el desarrollo de la cultura nacionalista europea. El nacionalismo ruso es más autoritario que el francés. Pedro el Grande no sólo construyó de cero una capital Versallesca (San Petersburgo), sino que también creó una lengua y un espacio nacional prácticamente de la nada.

Viendo que Rusia era despreciada porque no tenía una cultura y una historia propia, Pedro el Grande y la zarina Caterina mitificaron la tierra y la sangre, en un mundo que ya avanzaba a toda máquina a través de los valores nacionalistas. "Por eso el nacionalismo ruso es étnico y excluyente" –concluye Greenfeld, que se marchó de la Unión Soviética después de que su familia constatara con la muerte de algunos parientes que no había sitio para ellos.

En el libro escribe: "Yo nací en una familia de intelectuales ateos de varias generaciones, pero el antisemitismo ruso me liberó de la ilusión que la falta total de familiaridad con el judaísmo me podría liberar de ser judía. El hecho de no poder escoger fue bueno".

- ¿Y el nacionalismo alemán? –le pregunto. Alemania ha pagado los platos rotos del siglo XX.

- Alemania llega tarde, y más bien desarrolla un "pseudonacionalismo", que crece por oposición a la ilustración francesa, a través de la exaltación del instinto y la autenticidad de la lengua.

El concepto pseudonacionalismo me hace pensar en Berlín, que es un pastiche grotesco, una ciudad que ya se ve que es fruto de una empanada mental como una casa. Mientras tanto, Greenfeld me cuenta que los alemanes estaban muy orgullosos de su lengua porque la consideraban más natural y más antigua que la francesa, la italiana, la rusa o la inglesa.

Cuando Greenfeld dice que los ingleses son los padres del nacionalismo no puedo evitar pensar en la mezcla curiosa que hacen Shakespeare y los hooligans. En los tiempos de los Tudor, los catalanes también buscaron maneras de salvar la distancia entre el cielo y la tierra a través de la cultura. El primer manual de cocina escrito en lengua vulgar se publicó en Nápoles en catalán. Historiadores americanos han escrito sobre el alto nivel de gentrificación y de alfabetización de la nobleza catalana en el siglo XVI.

A diferencia de Francia o España, el territorio catalán estaba altamente urbanizado. Los viajeros han documentado que uno de los mottos de los barceloneses del siglo XVI era que Barcelona era "una ciudad para todo el mundo". Vicens Vives explica que los cimientos del Estado Nación moderno se pusieron en las orillas del Mediterráneo durante la guerra contra el Turco.

Los catalanes de 1500 también debieron tener conciencia nacional, sino Carlos V no habría elogiado su lengua ni Barcelona habría soñado con convertirse en el ombligo de la civilización. El dietario del zurrador Miquel Parets es una excepción entre los dietarios del siglo XVII porque este género no solía cultivarlo gente de tan baja condición.

Pero cuando Greenfeld habla de nacionalismo, me parece que se refiere al sistema cultural que permitió al pueblo inglés empoderarse y reivindicar su sitio en el mundo. Teniendo en cuenta la marginación que la lengua inglesa sufrió en la corte de Londres hasta entrado el siglo XV, diría que su teoría describe sobre todo el sistema de símbolos y valores por los cuales las antiguas tribus germánicas accedieron al poder y dominaron el mundo a medida que el imperio hispánico se iba a hacer puñetas.

Greendfeld insiste en que el objeto de estudio de las ciencias sociales tendría que ser la cultura, más que no la sociedad y sus estructuras. La cultura, no las estructuras o los comportamientos sociales, es lo que distingue a los hombres de los animales y lo que hace que la historia sea imprevisible. Al final nada como la cultura expresa tan bien la libertad de la inteligencia humana, y su capacidad para transformar la realidad a favor de unos intereses individuales o colectivos, previamente imaginados.

Ahora que vivimos una época de transición, que son las más incómodas, volvemos a estar en manos de la cultura. Quizás la sensación de putrefacción que sufrimos tiene alguna cosa que ver con la vehemente crítica del nacionalismo que hacen algunos núcleos de poder, sólo para disimular que en el pasado lo explotaron de forma exagerada.