Alícia Sánchez-Camacho es una combinación de Duran i Lleida y de Jorge Fernández Díaz en versión femenina. Si con Duran i Lleida comparte una carrera política dedicada a pasárselo bien y a subir en la escala social, con Fernández Díaz comparte el patriotismo español y el sentido de la disciplina de los cuerpos de seguridad del régimen franquista.

Nacida en Blanes en 1967, la presidenta del PP catalán es hija de un Guardia Civil de Ciudad Real que trabajó de campesino hasta los 21 años. Sus padres se conocieron en el protectorado de Marruecos antes de emigrar a Blanes, donde las primeras oleadas de la inmigración debieron producir un caldo de cultivo tanto o más sensible que el que intentaba manipular García Albiol en Badalona.

Educada en una casa cuartel hasta los 18 años, Sánchez-Camacho da la impresión de haberse pasado la vida persiguiendo el mundo de ensueño de la Nancy patinadora o de la Barbie princesa que sus padres no le acababan de comprar. Coqueta y extrovertida, la prensa ha dicho que a los catorce años ya se había leído la Constitución española y que cuando se empezaba a abrir camino en el PP de Girona, Jordi Pujol la miraba con muy buenos ojos.

La líder popular es lista y tiene memoria de caballo, pero su carrera no se explica sin aquel adagio que dice que es más importante caer en gracia que ser gracioso. Dotada de una ingenuidad capaz de confundir el amor romántico con el afán de poder, y la generosidad con sus intereses más concretos, su trayectoria política va ligada a una alegría de vivir enternecedora, un poco alocada y compulsiva.

Sánchez-Camacho entró de diputada en el Parlament en 1999 y se dio a conocer en las tertulias con un estilo que ha hecho fortuna entre las filas unionistas, basado en hablar deprisa para evitar las interrupciones y una discusión ordenada. Su imagen de femme fatale, pintoresca e impostada, también la ayudó en un país de reprimidos como Catalunya y un partido de carcas como el PP.

Sánchez-Camacho fue una de las primeras figuras que explotó la feminidad con objetivos políticos. A su lado se veía hasta qué punto Carme Chacón era quica y el catalanet corriente uno caliente mental. Para un señor de Pontevedra como Rajoy, acostumbrado a Rita Barberá y a Esperanza Aguirre, aquella necesidad adolescente que Sánchez-Camacho tenía de hacerse mirar por los hombres le debió parecer un elemento ideal para contrarrestar el ascetismo oscuro de la herencia aznarista.

Después de una trayectoria irregular, complicada por alguna imprudencia, su carrera dio un salto en el 2008, con el vacío que dejó Josep Piqué y el breve mandato de Daniel Sirera. Con el apoyo de Rajoy, Sánchez-Camacho ganó la presidencia del PP en un congreso muy dividido en el que Montserrat Nebrera consiguió casi la mitad de los votos.

Aunque se presentó como una candidata de consenso, en la práctica, Sánchez-Camacho devolvió el control del partido a los hermanos Fernández Díaz, con los cuales comparte un españolismo poco elaborado y muy obediente con Madrid. Si con Vidal Quadras y Piqué el PP tuvo unos años en los cuales quiso construir una alternativa a CiU, con Sánchez-Camacho el partido retornó al viejo sistema de equilibrios de los primeros años del pujolismo.

El PP volvía a dejar el espacio del centroderecha civilizado a CiU, a cambio de mantener el país en orden. Si Nebrera era catedrática y demasiado teórica, y Vidal-Quadras catedrático y demasiado individualista, Sánchez-Camacho era perfecta para alimentar el complejo de superioridad del electorado convergente al mismo tiempo que disputaba el espacio metropolitano a un PSC que ya empezaba a ir de baja.

El momento más dulce de la pepevergència fue en el 2010. Sánchez-Camacho aprobó los presupuestos de CiU a cambio de colocar gente suya en cargos importantes y era tratada en la prensa como una princesa. Entonces el independentismo ya empezaba a vibrar y, mientras los bajos fondos soberanistas alimentaban a Ciudadanos para mantener centrado el pujolismo, Sánchez-Camacho iba recogiendo información.

La dirigente popular trabajaba para importar el modelo valenciano a Catalunya y tuvo más de un choque con Duran y Lleida reivindicando el papel de interlocutora con Madrid. Curiosamente el último acuerdo que Mas intentó con Rajoy fue un pacto fiscal que, en parte, Sánchez-Camacho ya había explorado entre burlas de sus compañeros de partido. Cuando Mas adelantó elecciones diciendo que había llegado la hora de ejercer la Autodeterminación, la relación con el PP se colapsó y la lucha por el poder emergió con toda la crudeza.

Atrapada entre el desbordamiento del independentismo y las órdenes de Madrid, que no tenían en cuenta su posición personal, Sánchez-Camacho empezó a hacer salir del submundo político aquello que el Estado habría podido sacar de figuras como Rodrigo Rato, si hubiera querido. La presidenta del PP catalán continuó el trabajo que ya había empezado el PSC de Montilla con la ayuda del Rasputin del Reino, Jorge Moragas. Después, el Estado se sumó a la caza de los viejos convergentes con todos sus recursos.

Haciendo el trabajo sucio de Madrid para dar valor a su desgaste, la relación con CiU llegó a unos niveles de salvajina que no se veían desde los tiempos de Narcís Serra. Escuchar a Sánchez-Camacho hablando de "corrupción institucionalizada" había de producir un cierto estupor en los círculos convergentes. Por el lado del PP, Mas no dejaba de ser un criado insolente que ya no era de fiar, mientras que Pujol era la pieza que había que abatir para demostrar quién mandaba en Catalunya.

En la comparecencia de Jordi Pujol en el Parlamento, en septiembre del 2014, da la sensación que el expresidente habla con el Estado, más que con los diputados. Cuando dice aquello de abran una causa general o si empezamos a sacudir las ramas caerán todos los nidos, Pujol está avisando que piensa presentar batalla. El desprecio que Pujol destilaba ese día hacia Sánchez-Camacho sólo era comparable al que Mas ya había recibido entonces de los españoles.

Desde que CiU se vio arrastrada por el independentismo, la dirigente popular ha puesto el alma al servicio el Estado y ha intentado ser útil a su partido para garantizar su supervivencia económica y honrar una idea de España autoritaria pero genuina. Tener un Estado es como tener una familia estructurada, da resistencia a las bofetadas y ofrece una salida de emergencia a todo tipo de problemas.

Con las encuestas del PP catalán por los suelos, Sánchez-Camacho se vio obligada a ceder su sitio a Xavier García Albiol en las últimas elecciones del 27-S. Mientras hacía una guerra sin cuartel a CiU, la presidenta del PP catalán consiguió colocar personas de confianza en Madrid para defenderse de las pequeñas conspiraciones que iban surgiendo para desbancarla en su mismo entorno.

Como premio a los servicios prestados, Sánchez-Camacho consiguió un sitio en la mesa del Congreso que es ideal para mantener su estilo de vida y las opciones a renovar la presidencia del PP catalán. Las últimas informaciones de Público aseguran que utilizó a Victoria Álvarez sin ningún escrúpulo para sacarle información sobre el primogénito de Pujol. Se dice que las filtraciones vienen del expresidente y que su aparición sigue y seguirá la agenda judicial emprendida contra el processisme.

Dicen, dicen, dicen, que Sánchez Camacho es hija del Cuerpo y que si hay que volver a pactar una tregua, siempre resultará más de fiar que García Albiol, más inflexible y difícil de humillar públicamente por los dos bandos en guerra. Como ya he dicho, la dirigente popular es una versión combinada de Duran y Lleida y de los hermanos Fernández Díaz. Además del todo por la patria también sabe entonar perfectamente el que me quitan lo bailao.