Joan Ignasi Elena (Barcelona, 1968) es hijo de todos los espejismos y todas las ilusiones frustradas de la Transición. Su padre era un libertario de la FAI que votaba a los socialistas y vivía con la obsesión de que sus hijos tuvieran la educación universitaria que él no había podido recibir a causa de la dictadura.

Pequeño de cuatro hermanos, se afilió al PSC con 14 años, y militó hasta que el partido intentó obligarlo a votar contra el derecho a la autodeterminación. Si España hubiera cumplido mínimamente las expectativas creadas por la democracia, Elena habría sido un actor secundario del partido toda la vida, cada vez más arrinconado por la pasividad sumisa del sector obiolista.

Elena es amante de la India, civilización de una resiliencia heroica, que se liberó del Imperio británico con la estrategia de ofrecer siempre la otra mejilla. Sus tres hijas nacieron ahí. Él ha viajado al país hindú una docena de veces y conoce su literatura y su cocina.

La India parece haber dado a Elena el apoyo místico que, quizás por prejuicios ideológicos, no acababa de encontrar en el catolicismo. Cuando dejó el PSC, después de más de 30 años de militancia, una de las primeras cosas que hizo fue apuntarse a la Facultad de Filosofía y Teología de la Universitat Ramon Llull.

Joan Ignasi Elena Iglesias Domenech - Efe

Elena es un producto de esta Catalunya de izquierdas, noble pero un poco cagada, que no se empezó a jugar el tipo hasta que no hubo agotado todas las excusas y sublimaciones. Hombre casero, hermético y sensible, parece haber sido educado en la obsesión de preservar los bienes materiales y provocar siempre el menor daño posible, mentalidad extendida en Catalunya, después de tantas guerras.

El gran momento de su carrera llegó en enero del 2014 cuando rompió la disciplina de voto del PSC para pedir al Congreso de Diputados la potestad de hacer una consulta sobre la independencia. Junto con Marina Geli y Núria Ventura, Elena acabó de amputar el brazo catalanista de un partido que ya había decidido ponerse del lado de los intereses coloniales y madrileños, como lo prueba la deriva que ha seguido después.

A diferencia de Geli y Ventura, y también de Àngel Ros, que se escondió como un gusano y que ahora gobierna en Lleida con Ciudadanos, Elena dejó el partido y se reenganchó al trabajo de abogado. Alcalde de Vilanova i la Geltrú entre 2005 y 2011, Elena ha sido siempre un segundo con ganas de ser un primero que ha visto como los momentos de éxito se le evaporaban de las manos por la determinación implacable de sus adversarios.

Como catalanista, dentro del PSC fue perdiendo una sábana en cada colada y uno llega a pensar que habría aceptado la extinción de su país si los españoles lo hubieran pedido con suficiente educación y delicadeza. Entre 1991 y 1993 fue secretario general de las Juventudes Socialistas, antes de perder la silla por su condición de obiolista. Entre 1995 y 2005 trabajó de abogado en el despacho de Socias Humbert, que fue último alcalde franquista de Barcelona y figura del PSC durante mucho años.

En 2011, aprovechando la fuerza que le había dado el municipalismo, plantó cara a la candidatura de Pere Navarro sin éxito. Mientras el entorno de Navarro calculaba que el independentismo pasaría y el partido volvería a emerger, Elena advertía que no solamente el independentismo no bajaría, sino que el PSC sería cada vez más identificado como un partido vendido al poder, sin flexibilidad ni margen de maniobra.

Perspicaz y bien conectado, al salir del PSC creó Avancem, una plataforma que orbita en torno al movimiento autodeterminista. En diciembre del año pasado recibió el encargo de coordinar el pacto nacional por el referéndum, un organismo que es una reminiscencia del espíritu del 9-N que tiene la misión masoquista de propugnar el diálogo entre Catalunya y España para pactar la celebración de un referéndum.

La semana pasada, Elena fue a Madrid y Podemos fue el único partido español que aceptó tener con él una reunión formal.