Están ahí desde hace años y han cambiado la manera de comunicarnos poniéndonos a disposición algo increíblemente poderoso: la interacción por voz asincrónica. Son las notas de voz y, aunque muchos mayores de 45 las consideran intromisión inadmisible en determinadas ocasiones, son la herramienta preferida de los más jóvenes a la hora de comunicarse. Durante la pandemia, con los contactos interpersonales limitados al mínimo, se pusieron de moda y, ahora, ahí siguen. ¿Son útiles? ¿Es de buen tono emplearlas? ¿Deberíamos prescindir de ellas? Son preguntas complicadas, porque, para tales cuestiones, no hay respuestas 100% correctas.
Proximidad fingida que es sometimiento
Frente a otras herramientas de comunicación, las notas de voz tienen una característica que las hace imbatibles: ofrecen una sensación de proximidad que los mensajes de texto no otorgan pero, en realidad, imponen incluso más distancia que estos. Lo hacen porque, a diferencia del mensaje de texto –que puede formar también parte de una interacción sincrónica- articulan siempre intercambios asíncronos e invasivos; ya que, para escuchar una nota, debes dejar de hacer lo que sea que estés haciendo y, además, se establece un delay que los mensajes de texto pueden no imponer si así se quiere. A un mensaje de texto puedes responder de inmediato o leerlo mientras haces cualquier otra cosa. El audio, por el contrario, es mucho más exigente para el receptor y otorga libertad plena al emisor: al grabarlo, nadie le interrumpe y sabe que, siempre, su mensaje llegará de manera literal –y con las variaciones tonales e inflexiones que él considere- al receptor. Los audios parecen igualar y aproximar pero, en realidad, sólo someten al receptor.
Miedo y despotismo
Hay cientos de estudios que lo indican: conforme más joven es un individuo, menos gusto por las llamadas de voz en directo tiene En determinadas franjas de edad, hasta el 80% de las personas tiene una relación problemática con las llamadas telefónicas, que garantizan una conversación en directo y de calidad. Sucede porque, casi en su totalidad, las personas nacidas después de 2005 se han socializado en entornos comunicativos en los que las redes (asíncronas) han sido la herramienta de comunicación preferida y más habitual para las interacciones.
Quien te manda un audio, no lo dudes ni por un momento, sólo espera que escuches –no que oigas- lo que considera que tiene que decirte. Cómo te siente, qué opines sobre ello o cómo puedas mejorar lo que allí se dice es para él, normalmente, irrelevante. Por eso, los audios son, entre otras, una de las herramientas preferidas de los micromanagers: todo déspota, siempre, articula sistemas de comunicación verticales y unidireccionales. ¿Qué hay detrás de todo ello? Sin duda, el cambio de paradigma que han supuesto las redes sociales, una herramienta que genera sensaciones de pertenencia, cercanía y conexión pero que, más que crear grupos con lazos sólidos, conectan mediante vínculos poco firmes y nada exigentes a individuos que viven en realidades paralelas. La próxima vez que envíes un audio, pregúntate si no puedes decir lo mismo mediante una llamada –y otorgar, por ejemplo a tu interlocutor la posibilidad de decirte que ahora no puede atenderte- o con un mensaje, que sí que os sitúa a la misma altura.