La Barcelona que deslumbraba antes del Covid-19 ya no es la misma. Cosmopolita, vibrante y favorita de los expats, la capital catalana ha perdido brillo. Hoy ya no ocupa las primeras posiciones en España como destino para trabajadores internacionales. A nivel mundial, ha caído hasta el puesto 13. No es un desplome menor, es un cambio de ciclo.
La culpa no es de la falta de encanto. Lo que pesa es la vivienda. Lo señalan así en redes sociales como Reddit o TikTok. Un piso que hace diez años costaba 600 euros hoy se anuncia por 1.800 o más. Y aunque los sueldos de algunos nómadas digitales lo permiten, para miles de extranjeros la ecuación ya no sale. La ciudad que parecía abierta al mundo se ha vuelto prohibitiva.

Los de fuera sacan a los de casa
El caso de Marie, francesa de 42 años, lo refleja. Tras quince años en el Eixample, ha decidido vender su piso y mudarse a Extremadura. “Estoy harta. No reconozco la ciudad. El turismo lo invade todo y los precios no paran de subir”, explica. Su decisión no es aislada: cada vez más extranjeros buscan refugio en el interior de la península, donde la vida sigue siendo asequible.
La presión turística es constante. Calles llenas incluso en temporada baja. Pisos convertidos en apartamentos vacacionales. Comercios tradicionales reemplazados por franquicias. Para los vecinos, la rutina diaria se complica. El turismo trae ingresos, sí, pero también ruido, masificación y una sensación de desarraigo que expulsa tanto a locales como a residentes extranjeros.
Mientras tanto, otras ciudades toman el relevo. Málaga, Valencia o Madrid aparecen en los rankings como destinos preferidos para profesionales internacionales. Más baratas, más tranquilas y con un dinamismo cultural creciente. Allí encuentran lo que Barcelona parece haber perdido: equilibrio entre calidad de vida y coste.

Barcelona es cada vez una ciudad más impersonal
La paradoja es evidente. Barcelona atrae por su oferta cultural, su clima y su estilo de vida. Pero ese mismo éxito es el que está provocando su deterioro social. Quienes vinieron buscando un lugar donde echar raíces descubren que, a largo plazo, la ciudad no es sostenible. El fenómeno de los nómadas digitales y la llegada de profesionales con salarios internacionales han tensionado un mercado ya limitado.
Ahora muchos se preguntan: ¿puede Barcelona seguir siendo un destino global sin expulsar a quienes la hacen habitable? La historia de Marie, rumbo a Extremadura, muestra la respuesta más dura. Porque la ciudad no solo pierde residentes. Pierde talento, diversidad y la confianza de quienes un día la eligieron como hogar. El resultado: una ciudad cada vez menos acogedora y más impersonal.