Serhii y Tiana tenían pronósticos contrapuestos sobre la invasión de Rusia a Ucrania. Mientras que él se esperaba que ocurriera, ella se mantenía firme que nunca se llegaría a producir la guerra. "Yo creo en el amor, no en las armas", explica, con un inglés roto que su pareja aclara. Tiana es artista, y a través de sus pinturas intenta retransmitir su visión positiva del mundo. Su piso, ubicado en el Born de Barcelona, es un verdadero estudio, con decenas de cuadros y retratos de cuerpos femeninos. Pero incluso su arte se ha visto engullido por los efectos infernales de la guerra: algunas colecciones muestran a las protagonistas del conflicto, vestidas con uniforme militar. Una lleva un emblema con un mensaje escalofriante, dirigido al enemigo. 'Queríais nuestra tierra, ahora os tendréis que mezclar con ella'.

Ahora que se cumplen dos años desde la invasión, Serhii y Tiana recuerdan dónde estaban y qué hacían aquel 24 de febrero de 2022 cuando se enteraron de la desgracia. Como cada año, pasaban dos meses de invierno en Tailandia, ella presentando una nueva exposición a Bangkok y trabajando a distancia. La noche del 23 se habían discutido precisamente por las visiones contrastadas de los dos sobre la posibilidad de la guerra, y no se estaban hablando. Al día siguiente se confirmó el peor de los presagios. Él se informó por la prensa; ella, por teléfono, porque unos amigos que vivían en Járkov —cerca de la frontera con Rusia— le pidieron si podían refugiarse en su casa a Cherkasy, en el centro de Ucrania. Cuando quisieron desplazarse, sin embargo, ya fue demasiado tarde porque el ejército ruso había rodeado la ciudad. Viendo que no podrían volver a su país, decidieron alargar la estancia en el sureste asiático. Finalmente, optaron por desplazarse hasta Barcelona en el mes de mayo.

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Tiana muestra una colección de pinturas de mujeres militares / Foto: Adrian Quiroga

Cuando Serhii, Tiana y su hijo hicieron el desplazamiento a Catalunya, aquí ya habían llegado miles de ucranianos más, desplazados desde el inicio del conflicto. Si hasta entonces las altas de padrón de gente proveniente de este país en el este de Europa rondaban el centenar mensual, solo entre marzo y abril del 2022 se registraron 10.000 recién llegados, según el Idescat. Actualmente, ya se ha doblado esta cifra, si bien los últimos datos muestran una tendencia hacia la normalidad, con cerca de 300 llegadas mensuales hoy en día. Los ucranianos siguen viniendo, pero ahora ya son muchos menos.

Cambio de prioridades de las ONG

Así lo demuestra la actividad de las organizaciones que, en un primer momento, se volcaron con la población refugiada. Elisabet es una profesora de la Universidad de Barcelona que se vinculó con la fundación Ucracat, la cual nació en 2022 con el fin de ayudar en la recepción de ucranianos en Catalunya. A través de esta plataforma, empezó a ofrecer cursos gratuitos de catalán a los recién llegados. Pocas semanas después de la invasión, tenía 15 alumnos estables a quienes dio clases dos días a la semana hasta junio. En septiembre, sin embargo, solo quedaban cinco. "Lo que pasó es que al inicio del curso algunas personas habían encontrado trabajo, a otros no les iba bien por los horarios, y otros habían cambiado de país", explica Elisabet. Los restantes acabaron por integrarse con otro grupo. Actualmente, sin embargo, ya no se hacen cursos de catalán porque no hay demanda, y la actividad de Ucracat se ha rebajado considerablemente, coincidiendo con la menor llegada de refugiados ucranianos.

En cambio, la ONG Accem sí que ha mantenido su actividad habitual porque se trata de una organización con más continuidad en el tiempo y 30 años de experiencia en la acogida y el acompañamiento de refugiados. Gema Sánchez, responsable territorial en Catalunya, explica que la entidad "reforzó" su capacidad de respuesta a principios de 2022, con la llegada masiva de ucranianos. Con la bajada de la cantidad de refugiados que se reubican en Catalunya, sin embargo, el protagonismo es ahora para otros ámbitos de actividad, cómo garantizar su "integración" con una atención individualizada. En este sentido, tiene mucha importancia la promoción de cursos lingüísticos, la ayuda psicológica especializada, y la inserción laboral.

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Una visita de refugiados ucranianos organizada por Accem al portal de Navidad a la plaza Sant Jaume / Foto: Accem

Quedarse o marcharse

Es una situación previsible, especialmente en un momento en que la población refugiada ha empezado a asumir que la guerra será larga y la paz no llegará pronto —a diferencia de lo que se había podido creer inicialmente—. Ante esta realidad, mucha gente ha tenido que "reconducir sus objetivos", como explica la misma Gema Sánchez. Si inicialmente tenían previsto quedarse en Catalunya solo unos meses para volver a su país cuanto antes posible, ahora empiezan a intensificar su adaptación en el campo de lengua y la búsqueda laboral. En cambio, otras personas han optado por volver a Ucrania, aceptando al mismo tiempo el riesgo que eso comporta. Tiana, por ejemplo, explica el caso de una familia que se vio dividida por el conflicto. Mientras que la mujer y el hijo pudieron escapar y reubicarse en Barcelona, el hombre se quedó en Ucrania para luchar al ejército. Después de casi dos años separados, decidieron reencontrarse de nuevo en el país en guerra y rehacer allá su vida.

Serhii y Tiana han escogido la primera opción. Si bien esperan con ansia el día que podrán volver a Ucrania para ver a la familia y los amigos sin la amenaza de las bombas, han decidido priorizar su seguridad y la de su hijo. Ahora bien, a pesar de eso, se encuentran en una situación muy extraña. "Aquí nos sentimos como casa, pero también queremos tener la posibilidad de poder visitar nuestra casa, en Ucrania", reconocen. Él es ingeniero y trabaja en Barcelona, mientras que ella es una artista exitosa que presenta sus pinturas en exposiciones por todo el mundo —planea un viaje a Seattle, en los Estados Unidos, muy pronto—. Pero les falta algo. Hay la inevitable barrera lingüística —él puede defenderse en castellano, pero ella todavía no—, y también falta la compañía humana. "Para nosotros, es importante la gente", explica Serhii. "Por ahora, vamos conociendo nuevos amigos, y cuando tengamos más aquí que en Ucrania quizás ya nos sentiremos en casa y no querremos volver a nuestro país. Pero todavía no es así".

Tampoco lo acaba de ser para su hijo, que ahora tiene 12 años. Misha es uno de los 4.427 alumnos ucranianos que este septiembre empezaron el curso en escuelas e institutos de Catalunya, según datos del Departamento de Educación. A pesar de haber aprendido catalán, su vida aquí todavía no es fácil, y le ha costado más adaptarse que a sus padres. "Tiene diferentes intereses, diferentes tradiciones, y le ha costado hacer amigos", reconocen sus padres. "Así que todavía no se siente en casa. Para él, su casa es Ucrania. Si le preguntas si quiere volver mañana, te dirá que sí".

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Serhii y Tiana, en el Born de Barcelona, donde ahora viven / Foto: Adrian Quiroga

'Refugiado', una palabra tabú

Curiosamente, sin embargo, Serhii y Tiana no se identifican como refugiados de la guerra. Se refieren con esta palabra a los ucranianos desplazados internamente que ahora viven en su casa de Txerkassi, pero no a ellos mismos. "Sentimos que somos alguna cosa diferente", dicen. Argumentan que es porque en Barcelona están seguros, habiendo recibido una buena atención por parte de las administraciones catalana y española. También juega el hecho de que no cumplen la imagen habitual del refugiado que lo ha perdido todo y necesita asistencia de una ONG. "Trabajamos cada día, tenemos dinero y comida, y acceso a la sanidad", explican. En cambio, coinciden que Misha sí que se siente identificado con esta palabra. La clave, para el pequeño, es tener privado el derecho de volver a su país, de verse con sus amigos y familiares, y de no sentirse cómodo aquí.

Esta extraña dicotomía también la viven otras personas. Yana Holub, de la empresa Preply, escapó de los bombardeos en Kiev para acabar reubicándose en la capital catalana. Una vez aquí, tuvo que hacer frente a un choque cultural y lingüístico importante, con el bagaje añadido de que su padre, militar en el ejército ucraniano, desapareció durante los primeros días de la invasión y todavía no tiene información sobre su situación. Pero no se identifica con esta palabra. "Aunque me mudé a Barcelona por la guerra, no me siento como una refugiada, en gran parte porque tengo un trabajo aquí, una comunidad de personas maravillosas, puedo hablar castellano y realmente disfruto explorando la cultura local", relata. "Siento que Barcelona es mi segunda casa".

Un caso similar al del Ellina Zakharchuk, también de la empresa Preply, que lo argumenta casi de la misma manera. "Nunca me he identificado con la palabra refugiada. Trabajo aquí, hablo el idioma, intento socializar con la gente local e integrarme en la comunidad. Siento que Barcelona ya ocupa un lugar importante en mi corazón". Ahora bien, en Ucrania, su madre pasó dos semanas en los refugios antiaéreos de Luhansk escudándose de las bombas rusas, y viviendo en persona la destrucción de su casa y de su negocio. "Su situación era extrema psicológicamente, porque todo lo que teníamos se desplomó en un momento", reconoce. Su madre optó por acompañar a Ellina a Catalunya y empezar una nueva vida aquí. Quizás no se identifican como tal, pero sus relatos coinciden con el de personas refugiadas.

Refugiados en Lviv, Ucrania
Refugiados ucranianos en la ciudad de Lviv / Foto: EFE