Las escuelas se están convirtiendo en un espacio hostil para los profesores. Decenas de docentes de Catalunya empiezan a levantar la voz por el incremento de agresiones, tanto verbales como físicas, que han vivido en los últimos años. Una tendencia al alza que también evidencian los estudios sobre esta cuestión, y que no está siendo abordada con urgencia desde la Generalitat. ElNacional.cat ha querido hablar con algunos de los desafortunados protagonistas de esta lacra —que han preferido aparecer en este reportaje bajo un seudónimo— para entender qué está pasando.

Alba (nombre ficticio) es profesora de Lenguas Extranjeras en un instituto del Garraf. Explica que el primer trimestre del curso actual ya ha sufrido dos agresiones graves, una física y una verbal. "La física vino por parte de un alumno de 2.º de Bachillerato. Quería salir de la escuela, en horario lectivo, sin tener la autorización paterna. Se estaba discutiendo con la conserje para poder marcharse, yo quise ayudar y me empujó", relata. El ataque verbal llegó poco después. Mientras hacía guardia a una clase de 4 de ESO, se encontraba al final del aula vigilante un grupo de alumnos más conflictivo. "Entonces, como la puerta estaba abierta, pasó un alumno de otro grupo de 4t, que es mucho déspota y despectivo con los docentes. Sacó la cabeza por la puerta pensando que no había ningún profesor, y cuando me vio a mí allí al final dijo bien fuerte 'Hostia, si está la puta gorda esta'". Alba hizo ver que no había oído nada, pero los alumnos comentaron el insulto allí mismo. Otro profesor que pasaba por el pasillo oyó la agresión y se encaró al alumno, el cual "se mantuvo firme" en su mensaje. Finalmente, se le sancionó y expulsó del centro unos días.

Raquel (nombre ficticio) es una profesora de Ciencias en un instituto de Vilanova i la Geltrú, y también vivió una escena igualmente espantosa que de bien poco llegó a ser una agresión física. "Intenté cambiar de lugar a un chico, de 2.º de ESO, que quería sentarse con una chica, los dos con un comportamiento bastante malo de forma habitual. Incluso fui a buscar al profesor de guardia para ayudarme, pero todavía así no quería salir. Así que dije que no continuaría hasta que saliera de clase. Cuando el chico vio que yo me había plantado, empezó a llamar 'Te voy a partir la cara, te voy a pegar'. Finalmente, se levantó y, al salir, dio un puñetazo fuerte al armario que hay al lado de la pizarra. Que yo pensaba 'Suerte que lo ha dado al armario, porque quizás le habría gustado dármelo a mí. Me dejó muy nerviosa".

Estos son solo dos ejemplos de una tendencia mucho más generalizada, y que se ha acelerado en los últimos años, por la cual los alumnos empiezan a mostrar una mayor agresión contra los docentes. En las redes sociales, son muchos los profesionales que han querido compartir sus experiencias para concienciar sobre la problemática.

Ni los padres ni la Generalitat ayudan

Los datos demuestran el desastre. El sindicato de enseñanza ANPE, con fuerte presencia en el sector público, puso en marcha hace unos años un servicio conocido con el nombre de Defensor del Profesor que les ofrece atención inmediata y gratuita ante cualquier situación de conflictividad y violencia en las aulas. El último informe, del curso 2022-2023, revelaba las dificultades que se encuentran a los docentes para dar clase. Aproximadamente uno de cada cinco hizo frente a falsas acusaciones y faltas de respeto por parte de los alumnos, así como problemas para dar clase. Además, cerca del 15% sufrió amenazas y acoso de los estudiantes, y un 7% sufrió algún tipo de agresión. Un estudio del sindicato UGT con una mirada más amplia subraya que tres de cada cuatro docentes han sufrido alguna vez a lo largo de su carrera por su integridad física o emocional en manos de algún miembro de la comunidad educativa. Más de la mitad ha vivido agresiones verbales, uno de cada cinco ha vivido agresiones físicas, y uno de cada diez ha sufrido actos vandálicos.

Y es que, a la violencia de algunos alumnos, hay que sumar la actitud de las familias. Los profesores lamentan que, en muchas ocasiones, los padres y las madres salen a la defensiva y se ponen del lado de sus hijos cuando agreden los suyos superiores a clase. "A veces, los mismos padres te cuestionan. Si castigas al chico sin patio te dicen 'no puedes hacer eso porque está fuera de la ley'. Bien, de acuerdo, pero si tu hijo se ha portado mal tiene que tener consecuencias, ¿no? Porque si no, al final estaremos creando una sociedad de consentidos e inmaduros", denuncia a Raquel.

Tampoco hay el apoyo necesario por parte de la Generalitat. Aunque en la mayoría de los casos las direcciones de los centros son conscientes de los problemas e intentan hacer de intermediarios en los conflictos entre profesores y estudiantes, la administración no reacciona ante el grito en el cielo de los docentes. "No están haciendo absolutamente nada, porque la cosa va a peor. Si les importara, ya se habrían puesto hace días", indica Alba. Desde la Conselleria de Educación, se ha puesto en marcha alguna comisión para abordar esta problemática, pero es insuficiente. "Con una reunión y hablar un poquito tampoco se arregla nada", advierte Raquel, quien reclama más recursos por parte de la Generalitat para hacer frente a esta lacra.


Los profesores han perdido toda autoridad

Y es que los docentes aseguran haber perdido el respeto que recibían antes y ya no tienen "ningún tipo de autoridad dentro de la clase", según explica Alba."Hay menos disciplina, menos respeto y menos autoridad," resume Raquel. Las dos consideran que los institutos son tan solo un reflejo de la sociedad, y que dentro de las aulas se constata esta deriva negativa.

Entre otros motivos que encuentran para explicar esta tendencia, están los recientes cambios que han vivido los institutos. Por una parte, hay la irrupción de las nuevas tecnologías a la hora de enseñar y la presencia incontrolada de los móviles. "Se pasan todo el día mirando la pantalla", critica Alba. De hecho, y en medio del debate para prohibir el uso de los teléfonos personales en clase, ella cree que estos no son ya el principal error. "El problema es tener un dispositivo con conexión en internet, porque en mi centro entras en una clase y están todos en el iPad. Y no tienen el móvil en la mano", añade. Por eso, considera que sería necesario recuperar las aulas específicas de informática y recuperar por norma los libros de texto, el papel y el bolígrafo en clase. Raquel incide que, en muchas ocasiones, las nuevas tecnologías pueden ser "una herramienta muy útil" en algunas asignaturas, pero que se tendrían que limitar y solo permitir cuando el profesor lo indique.

También hay los efectos de la nueva ley de educación de la ESO, que ha decidido suprimir las calificaciones numéricas y permitir que los alumnos puedan pasar de curso con un número ilimitado de asignaturas suspendidas, y la apuesta por el aprendizaje basado en proyectos. "El sistema educativo se ha vuelto más laxo, todo es mucho más fácil, ahora todo va por proyectos y los contenidos son los mínimos, todo es muy superficial. Y los críos ven que pasan de curso aunque lo hayan suspendido todo, así que piensan '¿Por qué me tengo que esforzar? ¿Por qué tengo que estar atento a clase y hacer los deberes?'", dice Alba. Al final, eso acaba teniendo un efecto negativo para el conjunto de los alumnos: las dificultades para enseñar se están traduciendo en un menor nivel de conocimiento y de formación para los estudiantes, incluso para aquellos que muestran ganas de aprender. Por eso, entre la comunidad educativa no sorprenden los desastrosos resultados de las PISA.

Los profesores se plantean dejar el trabajo

Esta etapa, plagada de agresiones, está siendo una auténtica pesadilla para muchos profesores, y está teniendo efectos directos sobre su salud mental. En el caso de Raquel, el espantoso incidente con el alumno la obligó a cogerse una baja de dos meses, aunque en un principio intentó seguir dando clases. "Coincidió que también tengo a mi padre muy enfermo y ya estaba nerviosa. Tenía que ir cada día a Barcelona y física y psicológicamente estaba muy débil", revela. El parón le fue bien, aunque se le hizo difícil tener que volver a las aulas. En el caso de Alba, tres cuartos de lo mismo. En veinte años de carrera, nunca se había pedido la baja laboral por salud mental, pero hace dos años ya empezó a hacer paros de algunas semanas "por saturación". Incluso ha empezado a sufrir ansiedad y estrés, por lo cual ha empezado a hacer terapia. "Es una enfermedad laboral y me lo estoy pagando de mi bolsillo", denuncia. De hecho, las visitas a los psicólogos empiezan a formar parte de la normalidad del oficio. Por eso, afloran las demandas para que la Generalitat ofrezca un servicio de salud mental también para los docentes, más allá de los alumnos.

Hay una sensación de tristeza mezclada con todo. Alba había sido siempre una profesora muy animada, pero está perdiendo el amor por su profesión a causa de la actitud de los alumnos. Tanto ella como Raquel están incluso planteándose la posibilidad de cambiar de oficio porque no saben si podrán llegar a la jubilación, aunque solo les quede poco más de diez años. Y no son las únicas: la falta de profesores empieza a ser un problema preocupante para la Generalitat. "Sería una pena dejarlo, pero sí que me estoy pensando dejarlo", reconoce Raquel. "Lo primero es la salud, y si me tiene que causar una depresión no me sale a cuenta continuar".