Colombia, el país que según reza un anuncio publicitario nunca ha creído en la palabra imposible, amaneció el lunes 26 de septiembre con el brillo de todas las palabras bonitas y positivas que usted pueda imaginar: desde el “sí”, a “esperanza” para llegar a la más deseada “Paz”. Sobre la medianoche catalana, el Gobierno de Juan Manuel Santos y el líder de las FARC, Timochenko, firmarían en Cartagena de Indias las 297 páginas del que consta el Acuerdo de Paz pactado en La Habana. Un acuerdo en el que la guerrilla entregará sus armas y se pondrá fin a una guerra que suma 267.162 muertos en los últimos 50 años.

Hasta ahora había otro lema publicitario que definía a Colombia: “El riesgo es que te quieras quedar”. Con la firma del Acuerdo de Paz, Colombia confirma su capacidad para sorprenderte siempre, y un país en el que la imaginación no tiene límites, que la realidad suele ser mágica.

El “no” de Uribe

Está demostrando este país una mayoría de edad que quiere aprovechar para reinventarse en un país mejor, para exhibir un pluralismo inimaginable y construir una democracia sólida y casi perfecta. Puede que todo sea ilusionismo. Y que las buenas palabras y los gestos amables y las ganas de convivir en paz, y los deseos de reconciliación de todos sus ciudadanos encuentre entre ellos también opositores como el exvicepresidente Álvaro Uribe que se plantó en Cartagena con seguidores del “no”. Ciudadanos que no olvidan y que mantienen las heridas que dejó el terrorismo. Pero hoy en general los colombianos creen en que su país tiene un paraíso por descubrir.

Santos pareció responder en la misa previa a la firma, oficiada por el secretario de Estado del Vaticano, el cardenal Pietro Parolin, a la que asistió el rey Juan Carlos entre otras personalidades deseando que Colombia pueda convertirse en una sola familia, en la que nadie se sienta solo ni excluido

Sobre las 12 de la noche catalana, en el Patio de Banderas del Centro de Convenciones, en Cartagena de Indias, ante 2.500 testigos en directo, la guerrilla estará aceptando entregar sus armas, abandonar la guerra, que los delitos más graves sean juzgados y a comprometerse a participar de una convivencia en paz y a la reconciliación con todo el país.

Y el Gobierno de Santos se estará comprometiendo a garantizar su seguridad, a una justicia digna, a ayudar a la integración de la guerrilla como partido político, como también a destinar mucho dinero, todo el que ha empleado en el conflicto armado, para ejecutar planes de desarrollo en las zonas más afectadas por la violencia.

La muerte de la bala y el exorcismo al que se ha querido someter Colombia tuvo como música de fondo en el Aida de Verdi, una marcha triunfal que parecía decir que en esa firma no había derrotados ni vencidos.

No jugaba la selección Colombia, pero el país amaneció con su gente vestida con los colores patrios, aunque en Cartagena lucía el blanco como símbolo de la paz. Dentro de ese país lleno de contrastes que es Colombia, Cartagena, donde San Pedro Claver, el jesuita catalán nacido en Verdú, allá por el siglo XVII se convirtió en el defensor de los esclavos, ha acabado por convertirse en una ciudad amurallada que se ha abierto al mundo de la Paz.

El plebiscito: vida o muerte

El próximo domingo, 2 de octubre, el pueblo colombiano está llamado a refrendar el acuerdo en un plebiscito en el que tiene que dar un “sí” o un “no”. Parece mentira pero hasta en eso ha querido ser diferente este país. El plebiscito, como ha dicho el alto comisionado para la Paz, Sergio Jaramillo, “es literalmente una decisión de vida o muerte”.

No está mal la frase para la votación más importante que vivirá este país que también cree que el “diablo tiene muchos disfraces”.