Movimientos como el Realfooding, creado por el nutricionista Carlos Ríos y que ha puesto en el punto de mira los alimentos ultraprocesados, iniciativas como El Comidista (web de referencia 'capitaneada' por Mikel López Iturriaga) o la proliferación de instagramers e influenciadores que comparten en las redes sociales consejos y pautas alimentarias evidencian que la nutrición saludable despierta cada vez más el interés social.

"Vivimos en una sociedad obsesionada con la comida; es algo que forma parte de nuestra cultura, tanto para bien (la gastronomía) como para mal (los trastornos o las malas prácticas derivados de la alimentación inadecuada)", afirma Raquel Herrera, profesora colaboradora de los Estudios de Ciencias de la Salud de la UOC.

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"Al mismo tiempo, cada vez estamos más preocupados para disfrutar de buena salud y para tener bastante información sobre este tema. Eso favorece que iniciativas como el Realfooding capten adeptos entre personas interesadas por la alimentación en general, el deporte y la salud, y también por otras cuestiones específicas cada vez más relevantes socialmente, como la sostenibilidad y la soberanía alimentaria. En eso hay que sumar otras iniciativas como el fomento del turismo gastronómico: ya no se trata sólo de comer, sino también de comer bien (y presumir)", comenta Herrera.

Este interés también se refleja en la tendencia, cada vez más generalizada, de "mirar con lupa" la composición de los alimentos y de analizar las etiquetas a la hora de ir a comprar, un hábito que, por otra parte, hace años que los expertos recomiendan adoptar.

En busca de traductores del etiquetado

Para Eva Espona, consultora en nutrición y profesora colaboradora de los Estudios de Ciencias de la Salud de la UOC, es cierto que cada vez la población está más concienciada de la necesidad de indagar las características de los alimentos que consume, "pero otra cosa es que esté preparada para entender o interpretar lo que lee. Y no hablo sólo de entender la tabla de análisis medio de nutrientes, sino también de saber interpretar esta información con la que aporta la lista de ingredientes, y también comprender los tecnicismos y las siglas que aparecen".

La realidad es que, a menudo, descifrar los contenidos de las etiquetas no resulta nada fácil. Para facilitar esta tarea, en algunos países se pueden encontrar en los envases opciones de logotipos más sencillos o etiquetados nutricionales simplificados que se han ido implantando en el marco de políticas de salud pública.

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Entre estas iniciativas destaca Nutriscore, un sistema de evaluación de los alimentos que otorga una valoración a los alimentos según de qué se componen y los clasifica en cinco categorías. "Este sistema es una realidad en países como Francia y Bélgica. En el Estado español, de momento, tiene carácter voluntario, pero hay en marcha una campaña para pedir a la Comisión Europea que esté presente obligatoriamente en todos los estados miembros. Aunque con algunas limitaciones, Nutriscore tiene acreditación científica que da apoyo a su uso y ha sido creado con una doble finalidad: ayudar al consumidor a escoger alimentos más saludables en el momento de comprar y estimular la industria alimentaria a mejorar el perfil nutricional de los alimentos que produce, para que tengan una mejor clasificación," comenta Eva Espona, para quién la implantación de este sistema tendría que ir acompañada de una campaña educativa dirigida a la población de manera que esta herramienta sea tan útil como sea posible, tal como se hizo en Francia.

Hacer la compra en "modo escáner"

Asimismo, y con la misma intención facilitadora, van proliferando las aplicaciones diseñadas para, después de escanear el código de barras del producto en cuestión con la cámara del móvil, ofrecer un análisis de su composición. "Hay gran variedad de estas aplicaciones que utilizan criterios diferentes. En algunas se ofrece una puntuación sólo según la nota nutricional de Nutriscore o el grado de procesamiento del alimento. Alguna mezcla diferentes criterios, por ejemplo, según la nota nutricional de Nutriscore, si hay presencia o ausencia de aditivos y si el producto tiene etiqueta eco o no", explica Laura Esquius, experta en nutrición y profesora de los Estudios de Ciencias de la Salud de la UOC.

Según un estudio reciente elaborado por la Organización de Consumidores y Usuarios (OCU), las tres aplicaciones de este tipo más populares a nuestro país son El CoCo, Yuka y MyRealFood. Todas tienen miles de usuarios y se han popularizado en muy poco tiempo. Para Eva Espona, "en general se trata de buenas herramientas que pueden ayudar a hacer una compra más conveniente. Otra ventaja importante es que pueden favorecer que la industria alimentaria mejore la composición nutricional de sus productos. No obstante, por sí solas, no tienen la misma efectividad si antes el consumidor no tiene claro cuál tiene que ser el patrón de una alimentación saludable. Además, ninguna es perfecta y, a veces, hay algunas incongruencias".

El "veredicto" emitido por el OCU dice que la información que proporcionan estas aplicaciones es incompleta, cosa que puede dar lugar a valoraciones erróneas. "Por eso es importante conocerlas para escoger la más adecuada a nuestras necesidades o intereses según el sistema o el criterio de clasificación de los alimentos que utilizan (saber si tienen acreditación científica, las limitaciones que presentan y si miden lo que nos interesa), y después, ser capaces de entender los resultados que ofrecen", opina Eva Espona.

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Para Laura Esquius, estas aplicaciones favorecen que cada vez más personas se preocupen por los hábitos alimentarios y, de esta manera, conozcan qué alimentos es mejor consumir. "También facilitan la toma de decisiones nutricionales en el día a día y a la hora de escoger entre dos productos parecidos", afirma.

Con respecto a los contras, "además de la existencia de diferentes criterios de evaluación entre las diferentes aplicaciones, destacaría que, en algunos casos, la información puede estar desactualizada, y también se pueden dar valoraciones poco exactas a causa de las diferencias entre la información que proporciona la aplicación y la composición real del producto", explica Esquius.

¿Marketing o punto de inflexión en los hábitos dietéticos?

La cuestión es si, en la práctica, tanto estas aplicaciones como el resto de las iniciativas desarrolladas en el contexto actual de alimentación sana sirven realmente para modificar los hábitos nutricionales o se trata de una moda puntual o simples estrategias de marketing.

"Son las dos cosas" —apunta a Raquel Herrera. "Muchas de estas iniciativas intentan atraer al usuario preocupado (a veces, en exceso) para comer de manera saludable para, de esta manera, retenerlo en la órbita de los productos que comercializan (cursos, consultoría, colaboraciones con determinadas marcas, etc.)".

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Además, puede ser que no sean efectivas para todos los consumidores: "Se tiene que tener en cuenta que sin una organización y políticas sistemáticas (de supermercados, empresas de alimentación, gobiernos y mercados municipales) que favorezcan al consumidor en materia de precios y disponibilidad de producto y horarios, sin olvidar los intereses de los agricultores y otros productores, las aplicaciones y otros productos que van asociados pueden quedar limitados a grupos con poder adquisitivo alto, que no representan la mayoría de la población", considera Herrera.

Aunque reconoce el potencial papel motivador de estas herramientas para adoptar un estilo de alimentación más saludable, Herrera afirma que hay varias limitaciones que impiden sacar todo el partido: "desde la falta de tiempo, de motivación o el exceso de cargas profesionales hasta las dificultades para poder valorar a medio y largo plazo las ventajas de invertir más tiempo y dinero en alimentos frescos y saludables", comenta.

Esquius opina al respecto que "lo que importa realmente es hacer una alimentación basada en alimentos locales, con productos de temporada y de proximidad, y estos alimentos, la mayor parte de las veces, no llevan código de barras".