La hija del policía, Inés Arrimadas, gritando, riñendo, intimidando, blandiendo la espada de la represión y de la confrontación, ha sido la auténtica protagonista de esta primera jornada del debate de investidura del candidato Quim Torra. Especialmente en su turno de réplica, la Niña de los peines, la Fille du régiment ha conseguido que, por esta vez y sin que sirva de precedente, se dejara a un lado la aburrida retórica parlamentaria para que el debate ganara en intensidad y en sinceridad. En amarga claridad. Aquí Ciudadanos y el Partido Popular lo que exigen al candidato independentista —y a la minoría mayoritaria que le apoya en el Parlament— es que se ponga manos arriba, a poder ser de rodillas, y que renuncie al proyecto separatista que ha obtenido la mayoría en las últimas elecciones. “Pero ¿usted quién se cree que es?”, espetó enfundada en un vestido blanco como la leche agria. “Lo que tenía que haber hecho es venir aquí y bajar la cabeza”, sentenció, escrutando moralmente, como una agente de la policía, las disculpas de Quim Torra sobre sus famosos tuits y no dándolas por buenas. No le han parecido lo bastante sinceras. El acto de contrición y de concordia del candidato no ha sido suficiente, ya que no se ha humillado ni ha renunciado al satanás del separatismo como reclama el ancestral protocolo de la Inquisición. La instrumentalización de la justicia ha venido a continuación, gracias a una frase hecha, ideal para explicar su manera de entender la acción política: “Esto es de juzgado de guardia”, ha amenazado. Mientras tanto, por Twitter un político del Partido Popular resumía en qué consiste realmente el diálogo y la concordia de los partidarios del artículo 155: “Quim Torra ha presentado su candidatura a la cárcel de Estremera”. La normalidad institucional y parlamentaria parece, por ahora, imposible entre el independentismo y el españolismo, con tantas emociones a flor de piel, con los escaños vacíos de los presos políticos y de los exiliados recordando permanentemente la crisis humanitaria que, según el candidato, están viviendo. Para el representante del Partido Popular, Xavier García Albiol, las disculpas de Torra tampoco han sido aceptables. El partido de M. Rajoy está dispuesto a dialogar solo si el independentismo acepta las reglas del juego, la Constitución y las sentencias judiciales. O dicho de otro modo, si sus adversarios aceptan resignadamente que la independencia de Catalunya es imposible y que los presos políticos deberán pasarse décadas en prisión.

Quim Torra ha ofrecido un discurso breve y compacto, inteligente, suave en las formas y contundente en el fondo. Pronunciado en varias lenguas y lleno de citas literarias y políticas, de gran profundidad para quien las quisiera escuchar, como cuando recordó la sentencia de Joan Fuster, según la cual “toda política que no hagamos nosotros se hará contra nosotros”. Un discurso con gestos astutos, como cuando ha utilizado la lengua aranesa para recordar que, en Catalunya, no solo hay catalanohablantes y castellanohablantes y que los derechos de los colectivos no tienen nada que ver con su cuantificación numérica. O cuando recordó las palabras del rey Felipe VI en el Parlament de Catalunya cuando era “príncipe de Girona” —olvidando intencionadamente el título de heredero de la corona de Castilla, el de príncipe de Asturias”— según las cuales “Catalunya será lo que quiera ser” y que es exactamente lo que pretende el independentismo. Quim Torra ha ofrecido momentos de gran emotividad como cuando ha hablado de la “vida robada”, denunciando la inaceptable actitud de los que se consideran legitimados para hacer vivir a los demás una vida que no quieren vivir, rechazando los argumentos de los partidarios de la sumisión de los unos sobre los otros, solo por motivos políticos. Por más que, desde la oposición, hayan recriminado que el candidato no ha dicho nada, lo cierto es que ha hablado de cuestiones esenciales, recordando que más allá de la independencia, lo que está en cuestión es la democracia misma, la necesidad de proteger las libertades individuales y colectivas frente a la deriva autoritaria del Estado. En este sentido, Quim Torra ha proclamado abiertamente que su proyecto ni es autonomista ni lo puede ser después del primero de octubre. Que la tentación de retornar a los viejos tiempos del pujolismo es imposible porque el catalanismo de hoy es, en su inmensa mayoría, independentista, y el hecho es que ha ganado las elecciones. Inequívoco ha sido también cuando se ha definido, con vocecita firme, como un radical, en el sentido etimológico de la palabra, como el que quiere ir a la raíz de los problemas, lo que significa, en definitiva, que ni es un oportunista ni un indefinido. “Considero un honor ser radical para defender Catalunya”, ha anunciado serenamente, mientras numerosos diputados del españolismo más radical y extremista bramaban y se escandalizaban desde sus escaños haciendo gestos. Un espectáculo lamentable, grotesco y demagógico, como si la unanimidad de los jefes de Estado del mundo entero no pensaran lo mismo, que son defensores radicales de sus naciones. Como corresponde.

El resto de los portavoces políticos han sido bastante previsibles, jugando el papel que se esperaba de ellos. Miquel Iceta quizás ha sido el más discutible, porque, como le ha recordado el portavoz de Esquerra, Sergi Sebrià, en un gran momento, su actitud dialogante y medida, su gestualidad de gran humanidad y complicidad con los independentistas no se corresponde en nada con la feroz y contundente aplicación del artículo 155, de la que él responsabiliza únicamente al Govern de Carles Puigdemont. Iceta no convence porque contrapone aún más que José Montilla lo de los hechos y las palabras. Y Xavier Domènech, por su parte, ha vuelto a escenificar la heroica lucha de clases que imagina en su cabeza, hoy contra un individuo tan poco privilegiado por la sociedad como Quim Torra, abusando en algunos momentos de la teatralidad, con un discurso que tanto podía haber servido para esta ocasión como para una concentración en favor de Palestina o contra la pobreza energética, tirando de fondo de armario. Y Carles Riera, el portavoz anticapitalista, ha sido gris y a veces incluso ausente, repitiendo lo que le hemos oído decir siempre, con la indefinición propia, comprensible, de un delegado político que no decide y que solo aplica las decisiones que las asambleas de la CUP dictaminarán próximamente. Me ha llegado al alma, eso sí, cuando ha hecho referencia a los cuerpos de los ciudadanos víctimas de las cargas policiales del uno de octubre y se ha referido como “llurs cossos”. Cuidado. Utilizar el “llur” ante un candidato tan leído como Quim Torra tiene sus riesgos. Solo lo advierto. Estaría muy bien que el representante de una candidatura que se denomina popular hablara con corrección, pero tal y como lo hace el pueblo, sin chulerías.