Carles Puigdemont se presentará a las cinco de la tarde en la Moncloa, un año y nueve meses después de la última visita de Artur Mas. Pero a diferencia del expresident, que chocó allí de bruces contra un mandatario español que gobernaba con mayoría absoluta, Puigdemont se reunirá con un Mariano Rajoy gravemente tocado por las urnas. Precisamente hoy, el líder popular cumplirá su cuarto mes de presidente en funciones, después de que ni siquiera se ha visto con ánimos de someterse a un debate de investidura.

Tan pronto como los dos políticos se sienten a hablar en los habituales sofás, se encontrarán encima de la mesa con la carpeta con 23 puntos -ya con una capa de polvo considerable- que Mas dejó en su última visita. Puigdemont recordaba ayer que de aquellos 23 puntos, se han cumplido uno y medio.

Pero no sólo les incomodarán en su entrevista las reivindicaciones ya resecas de aquella carpeta. Durante estos meses entre la Generalitat y la Moncloa se ha enquistado alguna cosa más que silencios.

Desde el Estado se contempla con incredulidad el desafío independentista que le han planteado las instituciones catalanas y, especialmente, la proyección internacional que se ha querido dar al debate.

Con respecto a Catalunya, el listado de agravios no ha hecho más que crecer: Una querella del Estado contra el president de la Generalitat por la consulta del 9N; incontables recursos contra una parte importante de las iniciativas políticas del ejecutivo, incluidas propuestas de lucha contra la pobreza energética, y la persecución de los electos locales por las mociones independentistas; y una ruptura de las normas básicas de cortesía política, con el decreto de cese de Mas en la que el Rey no agradeció al president catalán los servicios prestados y la llegada de Puigdemont a la Generalitat sin ninguna llamada de felicitación desde Madrid.

Relaciones bajo cero

La frialdad de las relaciones es marmórea. Propia de un iceberg de profundidad abisal. Nada hace prever que se puedan calentar demasiado con una visita. Apenas, pues, romper el hielo. Ni el uno ni el otro esperan sacar demasiado más. Sin embargo, ninguno de los dos tampoco se puede permitir evitarla.

El president se conformará con incorporar un eslabón importante en la cadena de entrevistas que ha ido armando desde que aterrizó en la plaza Sant Jaume. Puigdemont ha querido dejar claro que su Govern no tiene ningún problema para hablar con nadie, que está dispuesto a hacer desfilar por su despacho a los principales dirigentes políticos españoles y a todos los de los partidos catalanes.

Rajoy, en campaña

Rajoy, por su lado, empezará esta tarde su nueva campaña electoral para los comicios del 26J, intentará romper con un apretón de manos, la imagen de político cerrado e incapaz de mantener el diálogo, incapaz de reaccionar ante los problemas, que lo ha carcomido los últimos meses.

Incluso la convocatoria de la cita ha resultado tortuosa: El gabinete de Rajoy hizo saber a la Presidència de la Generalitat la disponibilidad del presidente español de recibir al jefe del ejecutivo catalán si éste le pedía cita, y la Generalitat movió pieza.

Las prioridades de Puigdemont

A partir de aquí, no ha habido acuerdo ni sobre la agenda del encuentro. Para Puigdemont hay cuatro temas indispensables: Las relaciones Catalunya-España, garantizar la capacidad del Govern para llevar a cabo su política social, los incumplimientos del Estado, empezando por los del Estatut, y la desjudicialización de la política, incluida, la retirada de la causa contra Mas por la consulta del 9N.

Por su parte, Rajoy insiste en hacer bandera de su cerrajón a entrar en ningún tipo de negociación, más todavía en las puertas de unas elecciones. El objetivo del presidente español es dejar claro a sus votantes que no cede ni una pulgada. La mano que hoy extenderá Rajoy a Puigdemont sólo ofrecerá diálogo institucional. Y así lo ha hecho saber. Algo muy parecido a hablar por hablar.