Las portadas de este lunes después de la Diada presentan tres relatos diferentes del acontecimiento. Uno se escapa de las portadas de los diarios de Barcelona, que hablan desde la perspectiva de la gente, del digamos movimiento independentista. El título de La Vanguardia reconoce que es una fuerza con gran capacidad de movilización pero no consigue generar una estrategia que le permita ocupar eficazmente el poder en favor de sus reivindicaciones. A Ara da la impresión que el éxito de la convocatoria le agarra con el paso cambiado. Su relato de estos días pasados es que los partidos se han enrocado, especialmente Junts y su terminal civil, la Assemblea, a la que señalan con insistencia y más o menos directamente a través de terceros, de proxies —ayer era el president Artur Mas en una entrevista. Este lunes, el diario pone de relieve la distancia entre ANC y Òmnium y el editorial favorece la posición de Òmnium. Ara podía haber destacado, alternativamente, que ambas organizaciones han sido tan juiciosas como para convocar el acto a una y son capaces de acudir y dirigirse juntas a gente diversa pese a sus diferencias. Así lo ha hecho la misma gente que ha ido a la manifestación. El Punt avui, en cambio, pasa pisando huevos por las divisiones del independentismo institucional y exalta a "la gente", que nunca falla, uno de los tótems más amados por el independentismo feelgood.

Otra narrativa es la de los diarios que se editan en Madrid. Esquivan la cuestión de las cifras, con buen criterio, porque la cosa no va de cantidad. La asistencia no es un dato que sirva a su relato ni tampoco explica gran cosa, porque la Diada siempre es un éxito si la comparas con cualquier otra manifestación en el país de Europa que quieras. La narrativa de los diarios madrileños es más refinada. Martillea la idea de que el independentismo está fracturado entre "la calle" y las instituciones: los partidos entre sí y las llamadas entidades de la sociedad civil, cada una de las cuales se asigna a una de las dos grandes fuerzas indepes. Lo que destacan, sobre todo, es que los bloques de la coalición de Govern se tiran los trastos a la cabeza en la calle y se las tienen en el Parlament mientras preservan los espacios de poder de una manera tan precaria que es imposible que la Generalitat gobierne nada. La suma de todo es que el independentismo es un mal negocio para Catalunya.

Hay matices, claro. El País lo explica como un pulso entre "la manifestación convocada por la ANC", por una parte, y Esquerra y Junts por otra. Les encanta decir "fractura", igual que el Trío de la Bencina habla de "órdago". Bien. Es un poco atrevido hablar de "la manifestación" como una entidad contra el Govern, porque también participaron los consellers de Junts y militantes ilustres de Esquerra. O bien no se les ha ocurrido otra cosa que crear un sujeto político llamado "la manifestación" para sostener su relato, o lo tienen tan decidido que ya no han llegado a tiempo de hacerlo mejor ante los hechos aseados y pelados. El Mundo, en cambio, no se toma tan así y aprovecha la ocasión para enfrentar a los dos partidos del Govern, al considerar la Assemblea una extensión civil de Junts y leña al mono que es de goma. Es su relato desde hace semanas y encajará la realidad como sea, a martillazos si conviene, como hoy.

El tercer relato considera al independentismo un hecho político y social en decadencia y lo presenta como una corriente que aun conserva gran inercia, pero adelgaza y se volverá perjudicial. Es lo que hace El Periódico, que abre portada diciendo eso mismo en formato afirmación demoscópica. La Vanguardia publicaba este domingo una página con la misma tesis, cosa que hace pensar: casualidades y/o coincidencias como estas no se dan tantas. La página de La Vanguardia no tenía ni pies ni cabeza porque los resultados electorales son los que son y hay que torturar mucho los datos para hacerles decir lo contrario. Mostrar el independentismo como un tóxico para el país quizás es una estrategia de larga distancia de los dos diarios más vendidos de Catalunya pero, en términos históricos, explicar los movimientos políticos y sociales con cifras y porcentajes tiene las patas muy cortas. Es jugar a perder porque lo que quiere el movimiento independentista es, precisamente, que nos contemos.

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