Cada uno habla de la feria según le va en ella. Mientras El Mundo y La Razón abren portada con el arranque de la campaña de las elecciones autonómicas andaluzas y traen el agua a su molino —porque, de momento, el PP va viento en popa—, El País se esfuerza para presentar al actual gobierno español tan bien como puede —el paro cae a los niveles de 2008, la reforma del reglamento de la ley de extranjería...— y relega la información de las elecciones andaluzas al fondo de la página, aunque "impactarán" en la política española, dice en un subtítulo. Ya te puedes calzar si eres lector de la prensa de Madrid porque los 15 días que vienen serán todavía peores en este sentido. La Vanguardia, que muchos días no sabes si es un diario de Barcelona o de Madrid, también abre con el mismo tema. Tiene gracia que, al subtítulo, califica de "denuncia" la afirmación en campaña de Alberto Núñez Feijóo, el presidente del PP, que en Catalunya existe un "apartheid lingüístico". Ara lo define como una "acusación".

El apartheid era el sistema de segregación racial que regía en Sudáfrica entre 1948 y 1991 durante los gobiernos del Partido Nacional. Racismo legal, vaya. Es un clásico de los diarios decentes abstenerse de hacer valoraciones a la hora de exponer los hechos en un título y ahorrarse los sesgos, sean del diario o del periodista. Un manierismo de este criterio es presentar lo que dicen los políticos (o quien sea) bajo una buena luz con el fin de no acusarlos de nada. Eso hace que no se atrevan a describir correctamente lo que ha dicho Feijóo, que no es una "denuncia" ni una "acusación" sino una "mentira". Pero, claro, describir una declaración de un político como una mentira provoca escalofríos en las redacciones. Una mentira es decir lo que se piensa con voluntad de engañar y los diarios, en general, no tienen lo que hace falta para hacer titulares como "Feijóo miente y dice que en Catalunya hay un 'apartheid lingüístico'" o "Feijóo arranca con una mentira sobre el catalán la campaña de las andaluzas", por poner dos ejemplos.

No se puede decir que es una opinión describir como una mentira esa frase de Feijóo, porque es un hecho que en Catalunya no pasa nada de lo que dice. ¿Por qué los títulos de las informaciones, pues, no dicen claramente que alguien miente cuando miente? Dean Baquet, director de The New York Times, ese templo sagrado del periodismo, respondió la pregunta hace unos años para apaciguar las protestas de muchos lectores, que no entendían tantas contemplaciones con las bolas del entonces presidente Donald Trump —un mentiroso compulsivo. "A veces, la mayoría de los políticos se ofuscan o exageran", arranca Baquet. "Pero no utilizaría la palabra 'mentira' en una noticia en casos como este. No creo que en The New York Times tengamos que utilizar esta palabra cada día. La palabra 'mentira' es muy fuerte. Por una parte, supone que alguien sabe que es falso lo que afirma. Otro motivo para utilizar la palabra con criterio es que nuestros lectores podrían acabar centrándose más en el uso que hacemos de la palabra que en aquello que se dice. Utilizar 'mentira' repetidamente podría alimentar la noción errónea que tomamos partido político. Este no es nuestro papel". La degradación a la que las mentiras y falsedades de Trump sometieron a la política de los EE.UU. —y más allá, que tiene buenos discípulos— aun dura, como el hedor de caballo en la ropa de los que cuidan de los establos. Es difícil quitársela de encima. Si diarios como el Times hubieran hecho el trabajo —su papel, sí—, las repercusiones de las mentiras de Trump y de su estilo de asediador falsario habrían sido muy menores, aunque le pese a Dean Baquet. Pasar de puntillas con palabras neutras o blanqueando las mentiras de Trump —o de Feijóo— no es decir la verdad ni es periodismo. Es avalar la mentira y ser cómplice del mentiroso.

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