Llama la atención este viernes la homogeneidad de las portadas de Madrid y Barcelona. Todos los diarios abren con el mismo material "de obediencia española": el encuentro entre Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo en la Moncloa y la visita del mismo Sánchez al rey del Marruecos, Mohamed VI, para confirmar que le regalan el Sáhara a cambio de no se sabe qué. Si intercambias las cabeceras de Madrid y Barcelona —o, si quieres, los títulos de los diarios de una ciudad por los de la otra— casi no notarías la diferencia. Naturalmente, no es que este fenómeno se inicie este viernes, sino que este viernes se pone muy de manifiesto, más que otros días, con esa fotografía de Sánchez y Mohamed VI que es la imagen principal de todas las portadas —salvo en La Razón, que la lleva pequeña porque prefiere dar protagonismo al combo Sánchez-Feijóo, y El Punt Avui, que hace un esfuerzo diario por aparecer como el pueblecito galo de Astérix y Obélix. El diario, un día de estos, podría incluso hacer la broma de versionar la primera página de los cómics de los rebeldes galos: "Año 2022 después de Cristo. Toda Catalunya está ocupada por los romanos... ¿Toda? ¡No! Un diario poblado por irreductibles catalanes resiste todavía al invasor".

Quizás dirás que, de momento, Barcelona pertenece a España y esta semejanza tan exacta entre unos y otros diarios te parece lógica. Que siendo las capacidades y competencias reales de la Generalitat —Govern y Parlament— tan escuetas, vigiladas y limitadas, es en Madrid donde se deciden tantísimas cosas que acaban afectando a los catalanes. Que es una fantasmagoría pretender ignorar la pertenencia a España, etcétera, como se promueve cuando se dice que la República está en nuestro corazón ("¡La República no existe, idiota!", ¿recuerdas?). Que, pese a todo, se puede actuar republicanamente e ir "haciendo república". Que la república catalana es digital y que del papel y las ondas ya hablaremos otro día. Todas estas razones tendrían una gran fuerza.

Este planteamiento, sin embargo, atropella una buena parte de la realidad, que los años del llamado Procés —que ocurrieron, no son imaginaciones— manifestaron. Porque no es sólo que hoy todos los diarios de Barcelona hagan las mismas apuestas de portada que los de Madrid. Es que, además, a menudo las abordan y presentan de manera similar. Ciertamente, no hay un correlato mediático catalán de la derecha dura y de la extrema derecha representada por los diarios del Trío de la Bencina. De acuerdo. Pero lo demás, sin embargo, es casi igual. No hay gran diferencia. Sale más el Barça. Aparecen las exposiciones del MACBA. Se habla de la Costa Brava o del Empordà. Se echan flores a ferias locales (Mobile, Alimentaria, Náutico...). Pero si vamos al grano, a la madre del cordero, cabe decir que en algunos diarios de Barcelona —en concreto los más vendidos— la mayoría de las piezas de política ya no versan sobre la política catalana sino sobre la de Madrid (concepto, que decía Iu Forn). Dirás otra vez que es a causa de las razones ahora mismo mencionadas. Quizás sí. El caso es que, encima, en esos diarios, de explicar la política de Madrid no se ocupan periodistas catalanes o se ocupan menos que antes. También publican columnistas forasteros que vienen a explicarnos qué nos pasa. En no pocos casos, lo que te cuentan los diarios de Barcelona sobre Madrid (concepto) sirve igualmente para Salamanca o Albacete, sea dicho con una respetuosa inclinación hacia estas provincias. Esto habría sido insólito y extraño diez o quince años atrás. En fin, es una mera constatación, un comentario al por mayor con afán de sugerir que quizás merecemos otra cosa. Para remachar el clavo, habría que pasar bien las cuentas, verificar cifras, recordar que el digital no tiene fronteras (sí tiene, pero ahora sería largo de explicar), etcétera. También habría que ver cuál ha sido la evolución de las alineaciones de los tertulianos en los diversos programas de radio y televisión que les ponen mesa y mantel. Quedarías pasmado. Hace pensar. Este tipo de retrocesos te dan idea de la magnitud de la tragedia y son el tipo de cosas que transforman un país en una provincia.

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