Triste noticia, la de la muerte del amigo Jordi Carbonell. Ante eso no puedo empezar haciendo otra cosa que no sea expresar mi pésame a la familia, que ya perdió a Hortènsia Curell, su esposa, ahora hace once años. También quiero hacerlo extensivo a mi formación política, Esquerra Republicana, y al resto del país. Sobre todo al país, precisamente, porque toda su vida estuvo dedicada a Catalunya. Hace unos pocos años nos obsequiaba con sus memorias tituladas Entre l'amor i la lluita y pienso que no podría haber puesto un título más adecuado.

El amor a una lengua y una cultura que defendió como filólogo y erudito, ya fuera desde la universidad o al frente de la tarea titánica de la Enciclopèdia Catalana, pero también desde las trincheras del antifranquismo utilizando el catalán incluso ante la tortura y la prisión. Tal como expresó San Pablo en su carta a los Filipenses, "la prisión no encarcela la palabra" y, efectivamente, no la pudo encarcelar. Su palabra, hasta ayer, fue siempre libre. Humanista, su amor al país no entendido como el afecto a un ente abstracto, sino hacia un conjunto de personas que, vinieran de donde vinieran, tenían un proyecto común que tenía que pasar necesariamente por la libertad y el bienestar. El amor va indefectiblemente ligado a la lucha y es porque amaba, que luchaba. Encerrándose en Montserrat contra la infamia de la pena de muerte y la persecución política del proceso de Burgos, participando de la Assemblea de Catalunya y siendo la cara visible de la histórica Diada de 1976, cuando las banderas salieron de los cajones donde se habían visto obligados a guardarlas los abuelos con lágrimas en los ojos.

Cara visible de la histórica Diada de 1976, cuando las banderas salieron de los cajones donde se habían visto obligados a guardarlas los abuelos con lágrimas en los ojos

Implicándose, después, con el proyecto de Nacionalistes d'Esquerra y, posteriormente, con Esquerra Republicana de Catalunya, de la cual llegaría a ser presidente, cargo que tengo el honor de recibir en depósito actualmente. Varias maneras de lucha, cambiando con las circunstancias, pero siempre una misma obstinación, la mirada fija en unos mismos objetivos. Y ahora que nos despedimos de él no podemos dejar de hacer evidente un cierto pesar. Jordi Carbonell expresó públicamente su deseo de ver en vida la independencia de Catalunya.

"Espero que sea dentro de un plazo razonable porque no me queda mucho tiempo de vida", dijo. No hemos estado a tiempo, desgraciadamente, pero las generaciones actuales tenemos la obligación, por él y por tantos otros que nos han precedido, de culminar con éxito este proyecto colectivo. Como él, no pensando en una idea abstracta, sino en un mañana tangible de las mayores cuotas de libertad y bienestar para nuestros conciudadanos. Aquella Diada de 1976, Jordi Carbonell pronunció una frase que se hizo célebre: "Que la prudencia no nos haga traidores". Y no, no tenemos que ser imprudentes ni temerarios, pero lo que no haremos, bajo ningún concepto, es traicionar los anhelos ni las esperanzas de pueblo de Catalunya. Eso sí que sería una gran imprudencia.

Oriol Junqueras es presidente de Esquerra Republicana de Catalunya