La confirmación de la sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Catalunya por parte del Supremo —la del 25 por ciento de castellano— ha coincidido con el episodio de la escuela de Canet de Mar. No es el primer centro que recibe la orden de hacer más horas de castellano, la diferencia es que este caso ha trascendido, sobre todo porque a muchos padres no les ha dado la gana de callar y agachar la cabeza.

A pesar del hecho de que la justicia haga lo que ha hecho en Canet es una victoria de aquellos que, no nos engañemos, están en contra de la inmersión y, como mínimo, se les importa un bledo la supervivencia del catalán, la triple derecha española ha decidido convertir el asunto en un cafarnaúm. ¿Cómo? Victimizando a la familia que ha reclamado el 25 por ciento de castellano para su hija. Así, los afectados ya no son el resto de niños, sino la familia que ha conseguido trastocar al modelo lingüístico de la escuela.

La verdad es que esta vez PP, Ciutadans y Vox se han soltado del todo. Se han abonado: entre otros, han llovido comparaciones con los judíos en manos de los nazis, de los negros sudafricanos del apartheid o de la segregación estadounidense, o con el asesinato de Miguel Ángel Blanco en manos de ETA. En su delirio mental y moral no solamente han insultado a los catalanes, sino también y de paso a todas las víctimas mencionadas. Pero este es un detalle que los importa poco.

Toda esta diarrea ha sido esparcida y realimentada, día tras día, por una buena parte de los medios de Madrid, unos medios el comportamiento de los cuales requeriría muchísimo más espacio del que tengo ahora. Diré, sencillamente que cuando reproducen acrítica y entusiásticamente todas estas barbaridades no están haciendo periodismo, sino una serie de otras cosas, todas ellas con nombres muy feos. Dejémonos, pero, de lamentos. Y seamos prácticos, que es lo que cabe hacer cuando el adversario es tan poderoso y está dispuesto a todo.

Para empezar, veamos qué consecuencias puede tener esta ofensiva, más allá de la escuela de Canet, que es solamente el gancho y la excusa utilizada.

Primero, los supuestos patriotas, como Casado, tiran unas cuantas paladas más a la catalanofobia que empapa ya y desde tiempos inmemoriales la cultura política española. Son unos patriotas muy extraños los de la triple derecha: reclaman la unidad de España pero se dedican a dividir engendrar tanto de odio como pueden. ¿Por qué? Porque muy por encima de su patriotismo de trompeta y banderín está su afán de poder, de ganar las próximas elecciones. Además, la catalanofobia les sale a chorro, instintivamente, ya que es parte integral de su naturaleza política. En segundo lugar, provocan la reacción del resto de la sociedad y de la política catalanes. Una reacción de dignidad, que, sin embargo, ellos manipulan y aprovechan como combustible para alimentar su hoguera maloliente. La tercera consecuencia podría ser la fractura de la sociedad catalana. Sin embargo, descarto que este ataque consiga nada en este sentido. La exageración de los insultos (nazis, racistas, etarras...) y la hipérbole de las mentiras tienen que repugnar a cualquier persona un poco atenta y con dos dedos de juicio que habite en Catalunya. Todo es demasiado burdo, demasiado ajeno a la realidad.

Son unos patriotas muy extraños los de la triple derecha: reclaman la unidad de España pero se dedican a dividir engendrar tanto de odio como pueden

Ante de lo que hemos dicho hasta ahora, poca cosa se puede hacer. Solo medir muy bien las reacciones para no suministrar más materia que los abanderados del odio puedan reciclar y utilizar para sus fines.

No obstante, sí que se puede hacer otra cosa, en otra dirección. Y esta sería la consecuencia positiva, muy positiva, de lo que está sucediendo. Me refiero a una reacción de país, a todos los niveles, gubernamental y política, pero también social y de cada persona individualmente, a favor del catalán. Hablo de una gran reacción, que, sin perder de vista los objetivos, busque también el máximo consenso.

No se trata solo de la inmersión en las escuelas, que, como hemos descubierto, hace tiempo que sufre graves averías, con demasiados maestros que no hacen bien su trabajo. (Nos indignamos justamente por la injerencia judicial que supone la imposición del 25 por ciento de castellano, a la vez que descubrimos —con desesperación— que el 75 por ciento de catalán a menudo resulta una entelequia.)

La gran reacción que hace falta no solamente tiene que servir para que nos aseguramos que al acabar la enseñanza obligatoria los chicos y chicas sepan catalán, y lo sepan bien. El problema, como nos indican también los estudios, va mucho más allá.

El catalán también morirá si mucha gente lo entiende y lo sabe hablar pero no lo habla. Aquí es donde nos la jugamos de verdad. Y los estudios nos dicen que, justamente, cada vez menos catalanes hablan catalán. Hacen falta políticas —en los últimos diez, quince o veinte años se ha producido en este ámbito una dejadez incomprensible—, pero también una determinada actitud de todos juntos —incluidos aquellos que no tienen el catalán como primera lengua— para remontar la situación. Se trata, resumiendo mucho, de hacer que el catalán sea percibido como útil y atractivo. Útil y atractivo a ojos de quien se plantea aprenderlo —por ejemplo, las personas inmigrantes y sus familias— o bien duda de si utilizarlo más en su día a día —, por ejemplo los jóvenes.

Conseguir estas y el resto de muchas otras cosas que hacen falta no es fácil, sino realmente complejo. No solo porque la derecha española intentará impedirlo y el PSOE no nos ayudará o nos ayudará el mínimo del mínimo. Además, se debe hacer en un contexto nuevo, en buena parte inexplorado, y que es terriblemente dinámico. Hablo de la revolución digital, que, entre muchos otros ámbitos, ha cambiado radicalmente las relaciones personales, las comunicaciones y las formas de consumir cultura y disfrutar del ocio.